Lo he pensado mucho y, como siempre me pasa cuando medito una decisión concienzudamente, no he llegado a ninguna conclusión.
Es extraño, pero las mejores decisiones que he tomado en mi vida son decisiones que ya tenía tomadas en mi interior, de modo que no tenía que pensarlas primero. Cuando tengo que deliberar, ponderar pros y contras, descubro con horror que toda decisión posible tiene un número indefinido de pros, y también de contras, y que si la decisión hubiera de ser tomada simplemente pesando las razones que existen para tomarla y para no tomarla, lo mejor sería no decidir - por cierto, eso me recuerda una "decisión" que creí hace unos meses que tenía que tomar, y resultó que en realidad no tenía que tomarla...
Pues bien, con "Veintiún Años" no he llegado a ese estado del espíritu en el que no necesite pensar en si debo publicarlo o no, porque sepa lo que tengo que hacer. No. De modo que su publicación en este blog ha sido objeto de un prolongado debate interior, que por supuesto no ha conducido a ninguna decisión práctica.
El tiempo de la razón se ha cumplido, y la razón no ha podido inclinar la balanza. Ha llegado la hora del instinto.