martes, 8 de julio de 2008

MAS ALLA DEL BOSQUE


Muerte. Eso es lo que encuentra Rosa Moline (Bette Davis) al final de este filme, en el que su deseo de vivir la gran vida de la gran ciudad, la ambición mal entendida, la lleva por el camino del crimen. Pero el crimen no conlleva el castigo: no el de los hombres, al menos.

Ella no ama a nadie. Sólo quiere salir como sea del pueblucho de mala muerte en el que vive. Se ha casado con el médico local (un hombre íntegro típico representado por Joseph Cotten) pero es amante de un gran capitán de la industria, un hombre hecho a sí mismo, que se ha hecho construir una mansión en plan nuevo rico, con dieciocho baños en un lago cerca del pueblo.

En un momento de desesperación, reclama de los pacientes de su marido el dinero que le deben y que ella necesita para huir a Chicago, y se va. Allí consigur ver a su amante, quien ha tomado la decisión de casarse con una hija de la alta burguesía de la ciudad. La desesperación de la Davis sube de punto, y abrumada por una ciudad que en el fondo le asusta, vuelve con el rabo entre las piernas al pueblo, donde Cotten, casi sobrenaturalmente, la acoge de nuevo. Allí se presta a vivir la vida de pueblo que siempre ha odiado.

No había permitido nunca que su marido la tocara, pero ahora se deja embarazar. Y es ese embarazo el desencadenante de la tragedia que tiene lugar a continuación. Reaparece su amante, y le dice que se ha equivocado, que no va a casarse con la niña de Chicago, y que quiere a una mujer con su carácter, que sea como él, un león, sin educación, sin cultura, todo fuerza y ambición, sin escrúpulos: un animal conquistador.

Y la Davis, transfigurada, acepta irse con él. Lo van a hacer al día siguiente. Pero la conversación entre los amantes ha sido escuchada por un sirviente del millonario que le cuida la mansión: un pobre ex-borracho, que se dio muy mala vida en el pasado, que tiene una hija por ahí que ni le conoce, que viene del mal y por eso ama el bien. Y este ex-borracho le habla a Rosa Moline, y le dice que no va a permitir que lleve a cabo su plan de fuga. Con toda seguridad, su amante no la querrá cuando sepa que está embarazada. Ella se lo tiene que explicar, o de lo contrario se lo explicará él.

Así que Rosa Moline mata al delator. Aprovecha una cacería, y simula que lo confunde con un ciervo. En el juicio la estratagema del accidente funciona, y el jurado la absuelve. Su ingenuo marido la ha creído, pero ella está desesperada. El millonario comienza a darle largas. Debe dejar pasar un cierto tiempo antes de fugarse con él, o la gente sospechará. Y él desaparece.

Todo el problema es el bebé, y Rosa Moline planea su segundo asesinato. Está desesperada. Ha ido al despacho de un abogado, pero su marido, que por fin parece enterarse de algo, la sigue y se la lleva de vuelta a casa. En el camino, aprovecha una parada para tirarse por una ladera. Se tira, pero no pierde al bebé. Luego enferma de gripe, y mientras nadie la ve abre la ventana y se asoma al crudo invierno, para empeorar. El marido, en vista de su estado, trae medicinas, pero cuando intenta inyectárselas ella da un manotazo a la ampolla, que cae al suelo y se rompe. El marido ha de salir al hospital a por otra ampolla, y éste es el momento en el que Rosa Moline se escapa de casa. Se dirige a la estación de ferrocarril, un lugar al que solía ir a menudo a soñar con lugares lejanos. No se sabe si ahora quiere simplemente seguir soñando, o huir de verdad. La fiebre la está matando. Y la fiebre la mata, en el frío suelo de la estación de su pueblo.