sábado, 19 de diciembre de 2009

TODO MARLOWE

Como decía al principio, no sé con precisión cuándo empezaron a cocinar los detectives, ni cuándo decidieron apuntarse al cuerpo de policía con todas las consecuencias (el Méndez de González Ledesma es una excepción, un policía atípico en todos los sentidos, tan extremadamente distinto del resto como los policías corruptos de Ellroy), pero percibo en todo ello una decadencia del hombre duro que lamento. Tal vez se debe a que ya no hay sitio para el individuo y que el mecanismo de la ley hace imposible que un tipo solo y solitario tenga la menor influencia sobre ninguna zona, por pequeña que sea, de la realidad.


Me encuentro con este párrafo al final del artículo que Horacio Vázquez Rial dedica a la última recopilación publicada por RBA de las novelas de Raymond Chandler. Una opinión pesimista, influida sin duda por la tonalidad gris-marrón de la vida que vivimos, tanto en lo público como en lo privado (vida política lamentable, vida económica catastrófica, vida personal convertida en uso-consumo de mercancías y personas), en la que parece imposible, o por lo menos muy poco probable, encontrarse con hombres y mujeres "de verdad" (y no me estoy refiriendo a los hombres y mujeres "virtuales" que nos asomamos a internet, pero en esto hay mucho de aquello también).

¿Será la novela negra clásica americana una elegía al "hombre", al "héroe" con el que el siglo XX parece haber acabado para siempre (y mientras escribo esto me vienen a la mente los protagonistas de "Banderas de Nuestros Padres", de Clint Eastwood)?

martes, 15 de diciembre de 2009

Salvo Montalbano: un Ulises de andar por Sicilia

A Salvo Montalbano, el detective, personaje de las novelas de Andrea Camilleri (ya me da miedo decir que es famoso: siempre descubro que el personal ni se cosca de qué hablo a veces) le tengo más visto que leído. Y es que la RAI lleva años filmando las historias de este Ulises siciliano. De modo que, cuando pienso en él, ya no puedo evitar asociarlo con la maciza figura y la cabeza rapada, un tanto musoliniana (pero sólo me refiero al aspecto de la testa) de Luca Zingaretti, el gran actor italiano que da vida ante las cámaras al personaje novelesco. He leído algunos relatos de Camilleri, porque es una vergüenza no probar la letra si te gustó la música. Hay ingenio, intensidad, conocimiento del medio (jajaja, ¡dios mío! ¡la LOE hace estragos incluso en mí!) y algo que me parece importante, porque está en la ética (real) del italiano, y sospecho que también del hispano: un sentimiento de fatalidad, de inevitabilidad del destino, que hace que este hombre duro, honesto, profundamente desconfiado ante sus superiores y todo cuanto huela siquiera vagamente a política, marxista arrepentido o quizá enfriado, y que a menudo se las arregla para usar la ley, los políticos, los mafiosos, y todo cuanto tiene a mano para, si la justicia oficial no es posible, por lo menos lograr una justicia divina o poética, o la justicia del hombre bueno, a quien no le importa que el mundo se alíe en su contra, porque él hará que lo que ha de ser, sea.... digo, que hace que este Ulises siciliano, postmoderno, de testa pelada al cero, zapatos de diseño, vestido de Adolfo Dominguez (o algo así, que yo de trapitos no entiendo...), pero que en el fondo de su ser es un hijo de campesino, un hombre del pueblo, un amante de la riquísima cocina popular italiana, un hijo de la Italia que se desmorona política y moralmente mientras vive del milagro, de su industria norteña y de su historia maravillosa, fascinante, enloquecedora y admirable, de su atracción perenne, de su encanto irresistible... ¡¡digo, y nunca acabo de decirlo!! que este hombre, que podría ser un triunfador si fuera menos honesto y más egoista, y que es un triunfador de todos modos porque tiene el ingenio de Ulises, y también su desgracia: la desgracia de amar un mundo donde no está su amada (que vive en Génova)... digo, que este hombre que lo tiene todo para ser lo que quiera, ha decidido enfrentarse con eso que sabemos que es el fatum, siendo consciente de que éste siempre vencerá sobre el hombre.

En las historias de Montalbano, la estructura profunda del país siciliano se muestra en mujeres severas y al mismo tiempo sensualmente vestidas, como clones de Silvana Mangano o, mejor aún, en el caso de algunas, de Sofía Loren, de comendatores ridículos pero peligrosos, de mafiosos de la vieja escuela, tigres sin colmillos que desean conocer a Montalbano, porque ven en él al equivalente en la policía de lo que en ellos sería un uomo di respeto, de simpáticos viejecillos y de ancianas a las que se diría que Montalbano podría haber amado, de tener su edad. Pero, sobre todo, se muestra en la forma de crímenes, y más crímenes. Crímenes pasionales, un tanto al estilo de las Crónicas Italianas de Stendhal, muy a menudo marcados por el trágico final del suicidio del culpable (lo cual es digno de realce: en las culturas primitivas, en las que la organización política no se había desarrollado hasta el punto de poder contar con una fuerza de orden estable y unas instituciones judiciales profesionales, el derecho penal incluía la figura del autocastigo como forma de expiación y redención del culpable). Y, siempre, los jefes superiores y los políticos, retratados como odres hinchados, monstruos de hipocresía y deshonestidad, envidiosos e incompetentes, viciosos, vinculados (los políticos) a la mafia.

Montalbano es la encarnación del hombre de acción que decía que era Spade en el cuerpo/alma de un italiano que vive en el caos mediterráneo. Es más culto que Spade. También es un hombre mejor que Spade. Es un buen hombre, o al menos quiere serlo. Necesita serlo, porque cuando un país está más próximo al caos que al orden, los hombres buenos se hacen imprescindibles, mientras que en el caso contrario, puedes permitirte el lujo de no serlo. Nada importante depende de ello.

Y, más o menos, eso es Montalbano para mí: un hombre bueno que intenta seguir a flote y hacer lo que debe en medio de la vorágine.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Un hombre llamado Sam Spade

Sam Spade es Estados Unidos. Quizá el mejor Estados Unidos que ha habido jamás. Yo creo que Estados Unidos llegó a su apogeo en el primer tercio del siglo XX, cuando la gran emigración europea estaba aún fresca, los nuevos territorios eran aún casi nuevos, y el país entero estaba en construcción. Creo que el ideal de la nueva Atenas, la repristinación de la civilización europea, sin sus vicios, que estuvo en el origen de la unión de las trece colonias, y que fue manifestándose de múltiples maneras a medida que la primitiva Unión crecía territorialmente, si hubo algún momento en que fue posible realizarlo, ese momento fue, precisamente, el primer tercio del siglo XX. Fue la inmensa potencia de un país riquísimo, fundado sobre bases no nuevas, pero sí renovadas y depuradas, lo que hizo posible que Estados Unidos pasara de un aislacionismo voluntario, y por otro lado necesario (sus gentes estaban absortas en el proceso de su constitución como nación) a la hegemonía mundial que todavía ostenta. Sin embargo, las guerras mundiales, la Primera, pero sobre todo la Segunda, lo cambiaron todo. El ideal primitivo dejó de ser posible en el momento mismo en que Roosevelt anunció el New Deal. O quizá en el momento en que Wilson anunció su doctrina sobre la guerra que pondría fin a todas las guerras. Algo cambió en el momento en que Estados Unidos abandonó su existencia tranquila y solitaria y se lanzó de cabeza al torbellino de la política internacional.

Sam Spade es un hombre que está viviendo el New Deal. Aún es un hombre inocente. No se dejen engañar por su cinismo y por la falicidad con la que se envuelve en historias sórdidas. Sam Spade es un idealista. Aún cree en esa cosa tan ingenua de que, combinando inteligencia, serenidad, ingenio, experiencia, y disposición a la acción, todo lo mejor es posible.

Sam Spade es detective. Se gana la vida "resolviendo problemas". ¿Hay algo más ingenuo? Cree en ello con tal vocación que, a menudo, se deja envolver en los líos que le han encargado aclarar. Es un hombre consciente de su debilidad, pero también de su fuerza. Por eso confía en sí mismo. ¿No hay pureza en esto?

Sam Spade es un hombre puro. Es un puro hombre de acción. Un hombre de acción no es el que irreflexivamente alza los puños ante cualquier amenaza, sino quien, ante ella, se pone a trabajar con todas las potencias de su ser aguzadas hasta el punto de ruptura. ¿Y no ha sido eso Estados Unidos durante este período de hegemonía, para muchos interminable?

Sam Spade no se cree bueno. De hecho, no lo es. Lo sabe, y no lo disimula. Quiere las mismas cosas que los demás. No está dominado por ningún impulso noble: no anhela el conocimiento, ni añora el bien, no se enfada porque el mundo esté dominado por la injusticia y la crueldad. Simplemente, lo acepta tal y como es, y juega con las cartas que le han tocado. Es capaz de matar, si es necesario. Pero no lo desea. Simplemente está dispuesto a todo.

¿Puede amar? Desde luego. Pero no se hace ilusiones respecto al amor. Conoce a las mujeres. Sabe de qué pasta están hechas. Y sabe que amar no es siempre lo mejor. He dicho que Spade es un ingenuo, no que sea un romántico.

Si yo quisiera escribir una novela negra, no podría elegir a un trasunto de Sam Spade como protagonista. Es demasiado americano para ser creíble como detective en España.

Me estoy acordando ahora de que lo más parecido que he visto a Sam Spade en el cine español es a Alfredo Landa en "el Crack". La escena inicial de la película, en la que ese pequeñajo con bigote que se está comiendo una cena en un restaurante de carretera que perfectamente podría ser la escena de una "road movie" reduce a dos atracadores (uno de ellos Cervino, el otro no recuerdo ahora qué actor era) casi sin despeinarse, con una combinación de ingenio y fuerza absolutamente insuperable, podría haberla protagonizado perfectamente un Bogart dirigido por John Huston.

Pero ¿alguien por aquí ha visto o por lo menos sabe lo que es "El Crack"?

QUIEN ES JULES MAIGRET

No se trata aquí de dar los datos de la biografía novelada del célebre inspector. Eso ya lo hace Wikipedia...

Pero sí se trata de decir quién es Maigret para mí. Y aquí es donde debo detenerme.

Maigret es un hombre sin pasiones. Mejor dicho: es un hombre con pasiones minúsculas: el tabaco de pipa, los cortos de vino de la tierra, y los guisos de su mujer. Por minúsculas que sean, son pasiones capaces de nublarle a uno el juicio y la vista. Pero también son pasiones que dejan su alma en franquía para dedicarse a su pasión principal.

Porque Maigret no es un policía. Sí, ya lo sé: es comisario de la Policía Judicial con sede en el Quai des Orfebres de París. Es un comisario importante y famoso. Ha salido muchas veces en los periódicos. La gente por la calle y sus colegas, la mayoría, lo miran con respeto. Ha hecho muchas detenciones importantes en casos muy difíciles. Y, sin embargo, Maigret no es un policía. No es que no sea un policía en primer lugar. Es que no lo es en absoluto. Hasta tal punto no lo es que, en ocasiones, le importa mucho menos averiguar quién es el culpable que llegar a comprender cabalmente las vidas de los sospechosos a quienes investiga.

Maigret es un espectador: es alguien que ama ante todo situarse al margen de la vida que sucede, pero sin perderla ni un minuto de vista. Es un antropólogo y un psicólogo. Se parece al novelista en que desea comprender la naturaleza humana, aunque no se ha propuesto nunca escribir sobre ella. Y quiere comprenderla por compasión, es decir: com - pasión: porque quiere sentir lo mismo que su prójimo. Maigret ama a su prójimo, y en este sentido es profundamente cristiano. Las novelas de Maigret nos enseñan algo que la literatura no suele enseñarnos: que las vidas de los más humildes tienen el mismo valor que las de los más grandes. Y la demostración de este teorema se produce al mostrarnos el enorme poder sugestivo de las tragedias de los pequeños.

Leí por primera vez las novelas de Maigret con dieciséis años. Me queda de entonces un regusto a novela policíaca con tintes sociales. Ahora he reemprendido una lectura extensiva de este monumento literario, y tengo una muy otra impresión: a pesar de que, por la época en que están ambientadas (entre principios y mediados del siglo XX) a veces resultan un tanto anacrónicas, las novelas de Maigret constituyen un soberbio tratado sobre la naturaleza humana. En este sentido, para mí, Maigret es un maestro del que lo aprendo todo una y otra vez. Y Simenon, su creador, es un pequeño dios.

viernes, 11 de diciembre de 2009

¿POR QUE ESCRIBIR OOOOTRA NOVELA NEGRA?

¿No hay ya demasiadas en el mercado? Incluso, diría, tengo demasiadas en casa. No he probado aún todos los palos, sin embargo: Simenon, Hammet, García Pavón, Isaac Montero, Vázquez Montalbán, Qiu Xialong, Mankell... de ellos he leído historias en las que el crimen es la excusa, y lo sustantivo, la amalgama de pasiones, prejuicios, y destino inexorable. Quedan en mis anaqueles aún varios volumenes dedicados a Maigret y un "todo Marlowe" que acabo de adquirir. Y tengo pendiente iniciar una exploración como es debido por los grandes nombres femeninos de la novela negra: Mary Higgins Clark, P.D. James, Batya Gur, Anne Perry, Sue Grafton...

El día que empecé a creerme que podía juntar letras y que su resultado podía ser interesante para los demás, inicié la composición de una novela "policíaca". Si lo pienso despacio, era "policíaca", no "negra". No pretendía retratar los "bajos fondos" de los que el crimen emerge como un exudado natural, sino el nacimiento del crimen en el seno mismo de la "sociedad normal". También, la íntima conexión existente entre política y crimen.

El resultado fue un texto ingenuo, antiliterario, hiperexplicativo y en el que mis demonios personales no eran objeto de un tratamiento adecuado. A punto de terminar de escribirlo, lo dejé "por un tiempo". Meses después, durante una de mis recurrentes crisis de escritor, di en la idea de destruirlo. Tiré a la basura el texto impreso, y poco faltó para que me deshiciera de los archvos de word. Una -por entonces- buena amiga me disuadió justo en el último minuto.

No salvaría nada de aquel texto. Nada, excepto una cosa, quizá la única que merece ser salvada: un personaje, el único de todos los que ideé para aquel texto que, más de dos años después de haberlo abandonado por infumable, exige de mí que haga algo con él. E, inevitablemente, se trata de un policía...

Pero, ¿qué tienen los policías, que resultan tan atractivos para ciertos escritores?