sábado, 12 de diciembre de 2009

QUIEN ES JULES MAIGRET

No se trata aquí de dar los datos de la biografía novelada del célebre inspector. Eso ya lo hace Wikipedia...

Pero sí se trata de decir quién es Maigret para mí. Y aquí es donde debo detenerme.

Maigret es un hombre sin pasiones. Mejor dicho: es un hombre con pasiones minúsculas: el tabaco de pipa, los cortos de vino de la tierra, y los guisos de su mujer. Por minúsculas que sean, son pasiones capaces de nublarle a uno el juicio y la vista. Pero también son pasiones que dejan su alma en franquía para dedicarse a su pasión principal.

Porque Maigret no es un policía. Sí, ya lo sé: es comisario de la Policía Judicial con sede en el Quai des Orfebres de París. Es un comisario importante y famoso. Ha salido muchas veces en los periódicos. La gente por la calle y sus colegas, la mayoría, lo miran con respeto. Ha hecho muchas detenciones importantes en casos muy difíciles. Y, sin embargo, Maigret no es un policía. No es que no sea un policía en primer lugar. Es que no lo es en absoluto. Hasta tal punto no lo es que, en ocasiones, le importa mucho menos averiguar quién es el culpable que llegar a comprender cabalmente las vidas de los sospechosos a quienes investiga.

Maigret es un espectador: es alguien que ama ante todo situarse al margen de la vida que sucede, pero sin perderla ni un minuto de vista. Es un antropólogo y un psicólogo. Se parece al novelista en que desea comprender la naturaleza humana, aunque no se ha propuesto nunca escribir sobre ella. Y quiere comprenderla por compasión, es decir: com - pasión: porque quiere sentir lo mismo que su prójimo. Maigret ama a su prójimo, y en este sentido es profundamente cristiano. Las novelas de Maigret nos enseñan algo que la literatura no suele enseñarnos: que las vidas de los más humildes tienen el mismo valor que las de los más grandes. Y la demostración de este teorema se produce al mostrarnos el enorme poder sugestivo de las tragedias de los pequeños.

Leí por primera vez las novelas de Maigret con dieciséis años. Me queda de entonces un regusto a novela policíaca con tintes sociales. Ahora he reemprendido una lectura extensiva de este monumento literario, y tengo una muy otra impresión: a pesar de que, por la época en que están ambientadas (entre principios y mediados del siglo XX) a veces resultan un tanto anacrónicas, las novelas de Maigret constituyen un soberbio tratado sobre la naturaleza humana. En este sentido, para mí, Maigret es un maestro del que lo aprendo todo una y otra vez. Y Simenon, su creador, es un pequeño dios.