lunes, 30 de junio de 2008

LA MUJER MORENA


Julio Romero de Torres
pintó a la mujer morena
con sus ojos de misterio
y el alma llena de pena

...

Ya ni recuerdo cómo son los claveles que le quería regalar a la mujer morena. Ya ni recuerdo cómo era amar a una mujer morena. Quizá sea como amar a una mujer, sin más.

Puede. Pero la mujer morena gravita de una forma tan diferente. Se diría que su mirar pesa. Se diría que sus cabellos negros se abren sobre ti y amenazan engullirte. Se diría que el pozo de sus ojos te atrae, y te hace desear la negra muerte.

La mujer morena. ¿Por qué tanta pena? ¿Por qué tal desolación? ¿Qué es eso que ningún afeite, que ningún encaje, que ningún satén puede ocultar, y que te hace tan atrozmente deseable?

viernes, 27 de junio de 2008

LA HISTORIA DE LA CABEZA PARLANTE

Alguien me contó este fin de semana la siguiente historia:

en un tiempo muy lejano, en un extraño país, un muchacho vivía sólo con su madre, que lo adoraba.

un día, este muchacho cruzó sus ojos con los de una linda muchacha, y sucedió lo habitual.

él la requebró de amores, y ella se resistía. le decía: si quieres mi amor, has de entregarme la cabeza de tu madre.

el muchacho, primero se resistió (¡era su madre, su amada madre!) y se marchó furioso del lado de su amada; pero, según pasaban los días, el tormento de estar sin su amor se iba haciendo insoportable.

un día, el muchacho no pudo soportarlo más, y tomando un largo cuchillo, cortó la cabeza a su madre. sonámbulo, la envolvió en un trapo y salió con ella a la calle, en busca de su amada.

iba caminando, llorando desesperado, horrorizado consigo mismo por lo que había hecho, cuando de pronto la cabeza le habló.

le dijo: ¡hijo mío! ¡no llores! ¿qué tienes?

miércoles, 18 de junio de 2008

LA VERDAD NARRATIVA

"Quizá la fuente más profunda es la sensación de que la vida maravillosa está pasando, volando, escapándose inexorablemente, y el deseo de atraparla en pleno vuelo. Fue este sentimiento desesperado lo que me llevó, más o menos a los dieciséis años, a advertir un instante preciso, el cual me hizo descubrir que la existencia (humana, "divina") es memoria. Después, con el enriquecimiento de la personalidad, descubrimos sus límites, la pobreza y los grilletes de la identidad, descubrimos que sólo tenemos una vida, una individualidad circunscrita para siempre, pero que incluye muchos destinos posibles, y que [...] convive [...] con otras existencias humanas, con la tierra, con las criaturas, con todo. La escritura entonces se vuelve la búsqueda de una personalidad múltiple, una manera de vivir destinos diversos, de penetrar en los demás, de comunicarnos con ellos [...], de evadirnos de los límites habituales de la identidad [...]. (Sin duda hay otro tipo de escritores, individualistas, que sólo buscan su propia afirmación y son incapaces de ver el mundo excepto a través de sí mismos)".

VICTOR SERGE, Diarios [marzo de 1944]. Citado por Susan Sonntag en la introducción que hace de El Caso Tulayev (Alfaguara, 2007, XXVII) del mismo autor.

¿Qué clase de escritores dirías que sois vosotros? ¿De los que se enajenan escribiendo, o de los que se autoafirman?

lunes, 16 de junio de 2008

CONCHA BUIKA

Y de nuevo muchas gracias, Jazzmin, que ¡¡vaya semanita musical que he tenido por tu culpa-culpita!!

Esta chica es genial... escuchen


viernes, 13 de junio de 2008

MI TRABAJO MATA

Mi despacho es de un blanco deslumbrador. La luz artificial hace que las blancas paredes centelleen. Yo estoy sentado ante mi mesa, tratando de resolver alguna cuestión, no sé cuál. No es fácil salir de él. Hay que hacerlo por una trampilla situada en lo alto de una de las paredes. Siento un cierto agobio por tener que trabajar en este lugar...

De pronto, un ratón se me aproxima. Lo veo de cerca, y no es un ratón: es un precioso lirón careto. Pero me perturba, no sé por qué. No quiero que ande por ahí molestando, así que, mientras se pasea confiado por mi mesa, le doy un papirotazo con tan buena puntería que se lo pongo en las fauces al gato que, respondiendo a mi deseo, ha aparecido en el despacho... el gato se come al lirón careto, y yo respiro satisfecho.

A continuación soy llamado y sacado de mi despacho por la trampilla. Deambulo junto con mi jefe por pasillos, hasta entrar por la puerta de una sala. En esa sala se celebra una reunión conspiratoria. Todos los compañeros a los que tengo señalados por sus malas inclinaciones se hallan ahí reunidos. Por eso mismo me sorprendo de encontrarme allí con mi amiga J., una buena chica que, como yo, se ha visto arrastrada por el mal a la reunión conspiratoria.

Termina la reunión, y se me introduce en un coche, conducido por mi jefe. Yo voy sentado atrás, en la ventanilla de la derecha. El coche va lleno, y el ocupante de delante me está enseñando un revólver largo y plateado que me apunta vagamente. Me fijo bien y veo que va cargado. Lo siento amenazante, pero algo extraño ocurre: del largo cañón del revólver se resbala una bala recubierta de grasa, que queda pegada al cristal de la ventanilla...

Llegamos al muelle deportivo. ¡Ah! ¿no lo sabíais? Pues es que íbamos al muelle deportivo. Yo también me enteré de eso al llegar, y ahí estábamos. Comandados por mi jefe, subimos a un yate. El yate es también de un blanco deslumbrador, como mi despacho. Lo siquiente fue secuestrar a toda la tripulación del yate. No fue difícil y tardamos poco. Pero había que ponerlos a todos a buen recaudo. Descubrimos que en el yate había una especie de aljibe, un tambucho gigante lleno de agua, y ahí los fuimos echando, uno a uno. Luego taparíamos y ya está. Pero conforme los íbamos metiendo en aquel espacio inundado, el agua fue subiendo de nivel. ¡Se ahogarán! grité...

Y me desperté.

jueves, 12 de junio de 2008

LA MUSICA Y LA RELIGION


EL DIRECTOR Y PIANISTA GERMANO-BRITANICO CHARLES HALLÉ

La música, que ni Kant ni Hegel habían considerado la forma artística básica, pasó a tenerse por la más pura expresión de lo sublime. La música consolaba y trascendía, eso era lo que aseguraban los artistas y lo que esperaba cada vez más el público desde que se le había disciplinado para que pensase que una sala de conciertos no era primordialmente un lugar para tratos mercantiles ni un mercado matrimonial sino una iglesia: "Uno va al Conservatorio con devoción religiosa, lo mismo que el piadoso va al templo del Señor", decía un escritor francés en 1846. La música era especialmente adecuada como medio de alcanzar lo sublime, sobre todo cuando lo que se llama idealismo musical desembocó en orquestas sinfónicas interpretando un repertorio casi sacro de maestros difuntos, como Haydn, Mozart o Beethoven, en austeras salas de conciertos donde audiencias de fervorosos se esperaba que se comportasen del modo preciso, que guardasen silencio y aplaudiesen en los momentos adecuados, todo ello en agudo contraste con el torbellino social febril que eclipsaba la música en los teatros de la ópera metropolitanos de Europa.


Hector Berlioz, pero sobre todo Richard Wagner, eran compositores (y autores prolíficos) que tenían una concepción extraordinariamente elevada de la capacidad transformadora de su arte y desdeñaban tanto el comercialismo grosero (nunca incompatible con la búsqueda implacable de dinero de Wagner, cuyo mejor símbolo era Cosima arrastrando bolsas de monedas cuando no se trataba de billetes de banco) y la mediocridad del gusto del público contemporáneo al que atraían excesivamente intérpretes de relumbrón en que triunfaba la técnica sobre la sustancia. Wagner el hombre y su música brindaban la emoción de ser de vanguardia, peligrosos y un tanto subversivos, elementos esenciales en su lucha contra los filisteos incapaces de comprender. El obsesivo interés contemporáneo por las ideas odiosas sobre los judíos de Wagner, aunque en modo alguno exclusivas de él, ha eclipsado en gran medida lo que él significó en la evolución más amplia de las galerías de arte, las salas de conciertos y los teatros de la ópera hasta convertirse en templos en que el hombre moderno atisbaba lo sublime, o la influencia que ejerció en esa tradición modernista que se apoya en la evocación de mitos que hallan eco en regiones oscuras de nuestra psique. Los arrebatos místicos de los acordes inquietantes, fracturados y remolineantes de Wagner elevaban al público a un reino de mito y de emociones profundas. Parecían abrir panoramas más hondos y más humanos que los de los resecos dogmas imperantes del positivismo comteano o la ciencia darwiniana reduccionista; el medio musical a través del cual se expresaba esa piedad emotiva era intrínsecamente no susceptible a las críticas straussianas a una religión basada en textos históricos discutibles. La música podía sustituir y sustituyó a la experiencia religiosa en una maniobra doble. Los entusiastas asistían en Pascua a interpretaciones de La Pasión según san Mateo de Bach, tal vez en una sala de conciertos en vez de un entorno sacro, pero hacían después un "peregrinaje" a la experiencia de Tristán e Isolda o Parsifal de Wagner. La ópera se convirtió en un acontecimiento sacramental que transformaba a un público que llegaba como atomizado producto de una sociedad deshumanizada a una comunidad eclesial transportada en éxtasis a los reinos sagrados por el drama musical que evocaba los ritos de algún mito captado a medias. El arte de Wagner proporcionaba una experiencia religiosa a los que ya no podían creer en Dios, en la que el sentido sacro emanaba de la propia música, y que describía el ideal de la redención de este mundo a través de los sacrificios de los personajes. El arte había sustituido a la religión porque daba un significado más excelso a un mundo crecientemente desencantado, otorgando temporalmente, de un modo efectista y conmovedor, finalidad y propósito a encarnaciones míticas del yo humano para un público demasiado consciente del caso ambiental y el absurdo de la impiedad.


Wagner se consideraba un mesías cultural cuyo "don sagrado" purificaría y transformaría no sólo al público de la ópera sino a la sociedad en su conjunto. Su esposa Cosima fomentó la atmósfera de culto que rodeaba al irascible "Maestro". El culto se propagó con instrumentos como las asociaciones nacionales de abonados creadas para financiar su festival de Bayreuth. Según Wagner, el arte preservaba un núcleo de experiencia religiosa, para la que las Iglesias y su parafernalia habían pasado a ser irrelevantes; como él mismo escribió, la música aportaba "la esencia de la religión liberada de todas las ficciones dogmáticas", dando a la sociedad moderna un alma y "una religión nueva", además de una nueva tarea al propio arte.


Mucho de esto debe parecer especulativo. Una mirada rápida a lugares como el Birmingham, el Leeds y el Manchester de finales del siglo XIX, lugares desconsideradamente identificados con el filisteísmo duro y realista, pueden contradecir esta última impresión. Las tres ciudades tenían salas de conciertos o festivales musicales a los que asistían los notables urbanos, que debían brillar y resplandecer sin duda alguna en medio de las lujosas butacas y la suave iluminación de gas. El comportamiento y los atuendos se atenían a un código informal, con las oportunidades de aplaudir rigurosamente circunscritas. Las murmuraciones y la sociabilidad fueron dejándose progresivamente fuera, o las silenciaron dentro con un "¡Chsss!" insistente públicos que estaban siendo adiestrados a pensar que la música no tenía más función que la estética por, entre otros, los críticos musicales profesionales que pasaron a figurar en los periódicos de provincias. El director famoso fue convirtiéndose en un personaje casi dictatorial, mientras que el repertorio fue reduciéndose correspondientemente y haciéndose más exigente, incluyendo a Wagner en la década de 1870 y a Grieg y a Dvorak diez años más tarde. Al mismo tiempo, fueron atribuyendo virtudes al poder de la música públicos a los que se denominaba cada vez más "apóstoles" de ella o "iniciados en el arte divino", calificativos ambos que indican hasta qué punto había conseguido la música independizarse de la religión mientras desempeñaba, en una especie de forma noerromántica, muchas de sus funciones colectivas e individuales. Como decía el propio Charles Hallé: "El arte que profeso ha sido para mí una especie de religión. Tiene sin la menor duda influencias que van más allá que las de cualquier otro arte".

MICHAEL BURLEIGH, Poder Terrenal - Religión y Política en Europa (De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial). Santillana. Taurus. 2005. Págs. 315-317.

viernes, 6 de junio de 2008

jueves, 5 de junio de 2008

LA RELIGION DE LA BURGUESIA EN EL SIGLO XIX

Mientras las clases obreras europeas y los compañeros de viaje burgueses adoptaron en número prodigioso la religión del socialismo, los que estaban por encima de ellos en la escala social adoptaron una serie de credos que han demostrado ser más duraderos. Esto sucedió sobre todo en la Alemania septentrional protestante, donde el alejamiento de la clase media de las iglesias parece haberse producido muy pronto, es decir, antes de 1848, y la gente recurrió a las artes además de al comercio en busca de consuelo y sentido. El preocupado clero protestante arremetía habitualmente contra las clases medias de profesionales instruidos y contra la burguesía comercial acomodada por no cumplir con sus deberes religiosos. En otros tiempos, el cristianismo había constituido un vínculo entre las clases más altas y las más bajas, independientemente de los distintos niveles a los que se asimilasen las mismas historias. A principios del periodo moderno, la cultura humanística se hallaba reducida a la vida cortesana e influía poco en el mundo exterior. En el siglo XIX, había aumentado esto debido a la instrucción especializada de las universidades, que dividía fragmentos de conocimiento entre facultades rivales y enterraba los escritos fundamentales del espíritu humano bajo montañas de libros de segunda fila que escribían profesores de tercera (1). La historia, las ciencias naturales y la economía política desplazaron a la teología, aunque la seguiría la filosofía a su debido tiempo. A partir de la semieducación que acompañaba a la vida despreocupada de los estudiantes, se propagó una indiferencia religiosa entre la burguesía urbana, que era además tan móvil a su modo como los nuevos proletarios industriales y no estaba insertada, por tanto, durante mucho tiempo en estructuras eclesiásticas. Mientras la clase media urbana se trasladaba a vivir a los lugares que correspondían a su condición y descubría la diversidad cultural de la vida urbana moderna, el alcance intelectual de la Iglesia se reducía a un diálogo de los de ideas afines que no podían abandonar el lugar en el que habían nacido por lo modesto de sus medios. Los pastores protestantes actuaban en un círculo relativamente reducido de tenderos y burócratas de clase media baja, comprometidos con la vida parroquial, y que participaban en los consejos de la parroquia y tenían unos horizontes culturales e intelectuales muy limitados. Sin embargo, quienes ocupaban un lugar más alto en la escala social, arquitectos, médicos y abogados, tenían otras diversiones, como clubes privados y salas de lectura, asociaciones comerciales, conciertos y teatro, y no iban casi nunca a la iglesia.

Este alejamiento de la burguesía urbana de la observancia religiosa oficial no significaba, sin embargo, que careciese de religiosidad, una palabra que significó en principio la experiencia religiosa subjetiva del individuo, pero que se transformó en una piedad emotiva difusa. Esto ocurrió sobre todo donde el protestantismo liberal asumió simultáneamente actividades mundanas como el trabajo, la política, la ciencia o las artes con un sentido trascendente, cuando el protestantismo cultural intentó conciliar la fe con la cultura de la época. El cultivo del yo a través de la educación y la experiencia del arte, la literatura y la música como medios de perfeccionamiento moral y espiritual podía convertirse fácilmente en una vocación casi religiosa, con genios que representaban el apogeo casi divino de la perfección humana, como Goethe, Schiller o Beethoven, en torno a los cuales se formaban cultos. Goethe vino a decir eso cuando escribió:

"El que posee el arte y el conocimiento,
posee también la religión;
el que no posee ni una cosa ni otra,
que tenga en su lugar la religión".


MICHAEL BURLEIGH, Poder Terrenal - Religión y Política en Europa (De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial). Santillana. Taurus. 2005. Págs. 314-315.

NOTAS

(1) Que digo yo que si por entonces se enterraba los grandes logros de la mente bajo montañas de libros de seguda fila escritos por profesores de tercera, hoy nos hemos librado de ese mal: los profesores de quinta fila sólo se arriesgan a participar en libros colectivos de sexta fila en universidad de séptima fila. Y entre todos entierran la cultura bajo montañas de basura de papel, allanando así el camino al omnímodo dominio de las vidas de la gente por la televisión. La crisis de la cultura literaria no es más que la crisis de los culturetas ignorantes...

martes, 3 de junio de 2008

LA FUNCION RELIGIOSA DEL SOCIALISMO

La afirmación de que la socialdemocracia era una religión sustituta la hicieron en la época adversarios como el jesuita alemán que escribió en 1878: "Como el hombre ha de tener una religión, el socialismo se ha convertido en la religión de los trabajadores ateos, especialmente en las regiones protestantes". Los críticos protestantes acusaban a los socialistas de intentar establecer "un cielo en la tierra", mediante el fuego y la espada como los anabaptistas del Münster del siglo XVI. Pero eso no era algo que atribuyesen simplemente a los socialistas sus adversarios, sino algo que afirmaban ellos mismos a menudo. En la clausura del congreso del partido de 1890 en Halle, uno de los padres fundadores, Wilhelm Liebknecht, decía:

"Si por la ley socialista hicimos con agrado los mayores sacrificios, dejamos que se destruyera nuestra familia y nuestra existencia, nos separamos de la mujer y los hijos durante años, todo por servir a la causa, en ese caso era también una religión, pero no la religión clericalista, sino la religión humanista. Se trataba de la creencia en la victoria del bien y de las ideas, de la convicción inquebrantable, de la creencia firme en que la justicia debe vencer y la injusticia caer. No podemos perder nunca esta religión, pues está unida al socialismo".

El socialismo parecía una religión en diversos aspectos y por diversas razones. Hasta los socialistas que rechazaban la religión en favor del darwinismo y el marxismo se apoyaban en la tradición judeocristiana para conceptos como "cielo" o "salvación", por no hablar de la retórica más potente que tenían a mano... los materialistas científicos solían parecer en todas partes miembros de sectas religiosas proselitistas. Como explicaba en vano el ateo Liebknecht: "Yo diría, siempre que no se interprete mal la palabra 'religión', que el socialismo es al mismo tiempo una religión y una ciencia, que está arraigado en la mente y en el corazón". La retórica basada en la tradición religiosa puede también que hiciese al SPD menos objetable para electores nuevos como las "mujeres" o los "campesinos" católicos de la Alemania meridional y occidental. Pero, aparte de estos usos contextuales o instrumentales de imágenes y palabras religiosas, la socialdemocracia satisfacía necesidades humanas y cumplía funciones normalmente asociadas con una religión. El lenguaje y la imaginería visual estaban saturados de ángeles y de personas felices que avanzaban bañados por los cálidos rayos del "amanecer de la historia del mundo".

El contacto con los principios básicos de la fe llevaba a los trabajadores a comentar: "Vi el mundo con ojos completamente distintos". El socialismo daba a los más inseguros, marginados y vulnerables lo más valioso: esperanza de que el futuro se decantaría por el bien, ya que cartografiaba un camino que permitía curzar a través del caos y la oscuridad dominantes hacia la luz cálidamente tranquilizadora. Convertía aspiraciones y sentimientos, fuesen de envidia o camaradería, en lo que se presentaba como conocimiento científicamente fundamentado, lo que permitía a los trabajadores combatir el monopolio que tenía de la cultura la burguesía con un breve repertorio de fórmulas estandarizadas. Aportaba a la vida del individuo un contenido superior, dignidad moral y además una comunidad sustituta formada por los consagrados a la causa y verdaderamente informados. Simplificaba las complejidades morales en un mundo de lealtades fáciles; podías odiar o estar resentido con buena conciencia porque te habías sometido a las necesidades superiores de un movimiento que trascendía los escrúpulos de conciencia. Sinalmente, el socialismo prometía saltos del "mundo de la necesidad al de la libertad", que desafiaban la realidad y que, considerados fríamente, eran tan improbables como la creencia en que se podía alimentar a miles con unos cuantos panes y unos peces o caminar sobre las aguas. El final del mundo existente no se produciría en forma de apocalipsis divino sino como consecuencia de leyes inmanentes a los procesos productivos, pero sería de todos modos un apocalipsis. Se le llamaba "Juicio Final" revolucionario. En la evolución de la sociedad hacia el Estado revolucionario final surgiría un "nuevo hombre" que poblaría la era postapocalíptica. Esta visión debía poco a la "ciencia" y mucho a la escatología religiosa.

Los lectores pueden objetar que el socialismo apareció con diversos atuendos y talantes. Igual que el protestantismo. Lo mismo que los protestantes burgueses liberales habían abandonado los aspectos más espectacularmente escatológicos de su fe, al acomodarse a la ciencia y la crítica modernas, algunos socialistas dejaron de insistir en el apocalipsis revolucionario que daría presuntamente paso a la utopía, en favor de una valoración moderna de reformas prácticas progresivas, que se podían conseguir sin oponerse al sistema existente.

MICHAEL BURLEIGH, Poder Terrenal - Religión y Política en Europa (De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial). Santillana. Taurus. Págs. 311-313.