domingo, 31 de mayo de 2009

EL TEMPLO DE LA FELICIDAD

Hacía calor. Siempre lo hacía en aquella oficina. Gaby no lo soportaba. Trataba de concentrarse en su trabajo, pero el calor hacía que su atención se dispersase. Enfrente, Elena. Al lado, Gloria. Fría como el hielo la una, fogosa, ruidosa la otra. Tan diferentes. Gaby no lo entendía. Por qué la gente puede ser tan diferente, la una de la otra. Y todo el mundo, diferente de Gaby. No alcanzaba a encontrar la vía que la conectaba con los demás. Y hacía calor. Y el trabajo, tan aburrido. Salió a la calle.

 

Estaba en la calle. Hacía calor. Tanto calor. El sol relumbraba y las cosas eran de color blanco. No había sombra, porque era mediodía. Caminaba por la calle peatonal. Los hombres llevaban gafas oscuras. Las mujeres desnudaban sus hombros, ofreciendo su carne al sol. No había niños. ¿Dónde están los niños en esta ciudad? Los niños están prohibidos. Acababa de entenderlo.

 

Seguía caminando por la calle peatonal, mirando aquí y allá. Un escaparate. Otro. Una chica guapa. Un hombre interesante. Un viejo… Gaby quería conectar con ellos. Pero el puente… no había puente. Dobló a la derecha. En la calle transversal se proyectaban algunas sombras. Terrazas abiertas. Gente tomando bebidas, combatiendo el calor. Continuó su marcha. ¿Por qué caminaba? Sudaba. Hacía mucho calor. ¿Adónde iba? A ninguna parte. Sólo huía de la oficina hirviente. No llegaría a ningún sitio, porque no iba a ninguna parte.

 

Giró de nuevo a la izquierda. El sol daba otra vez de frente. El calor era intenso. Apenas si podía ver. Una sombra se le acercaba. Parecía vacilar al caminar. Hacía eses. Eso era. Se acercaba, tambaleante. Pertenecía a un hombre mayor. Greñas canosas se levantaban de su cráneo curtido. Sus ojos. No miraban a nada, ni siquiera al suelo. Sus pies. Apenas si se levantaban de las baldosas y volvían a caer aleatoriamente. Avanzaba por pura probabilidad estadística. No era fácil predecir dónde estaría, al segundo siguiente. Pero ahora. Ahora estaba allí, frente a Gaby. Colisión inminente. Había que apartarse, pero adónde…

 

El viejo esquivó a Gaby, y siguió su… ¿camino? Gaby reemprendió su marcha sin rumbo. No había tanta diferencia, al fin y al cabo. Sin embargo, se habría cambiado por él. Avanzaba por la callejuela. Una segunda sombra se atravesó. Se agrandaba por momentos a contraluz del sol. ¡También! Vacilaba al caminar. Una vacilación firme, de todos modos. Era un borracho. Como el otro. Borracho, pero más joven. Se acercaba a Gaby. De nuevo había que apartarse. Pero, al final, no fue necesario.

 

Al fondo de la callejuela sonaba música. Música corriente, éxitos de la radio. ¿De dónde salía ese sonido? Gaby siguió marchando, con el sol de frente. La música servía de guía. Sus oídos la conducían. La puerta estaba abierta. El interior estaba bañando en penumbra. La barra estaba sucia. Y los parroquianos, también. Botellas, vasos y ese olor…

 

“¿Dónde estoy?”

Por las sonrisas de los presentes lo supo.

sábado, 30 de mayo de 2009

PATANISMO


Me acabo de inventar el término. Viene a significar "condición del patán". ¿Qué injusto, no? Cargar a la célebre tribu afgana de los pashtunes con el terrible sambenito que supone la comparación con nuestros coaldeanos españoles. Y digo coaldeanos, porque ya, por fin, tras muchos años de duda, lo he entendido. Lo que caracteriza al español respecto al nacional de cualquier otro país es que es un aldeano universal. ¡Viva mi pueblo!

Tenía un amigo llamado, por esas cosas de la vida y de los padres, Romualdo. Romualdo de segundo, porque de primero era José, Jose, Coque para los hermanos, parientes, amigos y próximos como yo.

Este amigo solía decir, cuando estaba en confianza, que era el Presidente de Romualdonia, el metro cuadrado más importante del universo... Ahí tenéis, resumido genialmente en un chascarrillo, la esencia de lo español.

Y ahora, vamos a lo sustantivo, a lo mollar de esta entrada. ¿Por qué me detengo en consideraciomes sobre las afrentas a que sometemos a tribus afganas o en recuerdos sobre chistes de amigos míos a los que hace décadas que no veo? Pues, porque ayer fui al teatro.

"No es motivo suficiente" - me responderéis, quizá. "Quizá no - replicaría yo - pero ved!" ¿Qué habéis de ver? Lo siguiente:

Ayer pasaban "Matrimonio de Boston" en un teatro local. Obra escrita por David Mamet y protagonizada por una actriz de bastante renombre en los últimos años, que casualmente es oriunda de esta ciudad de provincias desde la que escribo.

El teatro, naturalmente, estaba a rebosar. El público ya estaba en éxtasis antes de que la obra comenzara. Cualquier gesto de la diva era inmediatamente coreado por salvas de carcajadas y brotares de aplauso. El público, prácticamente en estado de clímax desde el comienzo hasta el final de la obra, fue el principal espectáculo para mis miopes ojos, porque la obra, para mi gusto, se limitó a no estar mal, y la diva estuvo un tantico sobreactuada, también para mi gusto.

A mitad de la función me sobrevino una de mis típicas crisis de sueño. Cuando la obra no me atrapa, el cansancio puede más y me duermo, aunque, os lo juro, lucho denodadamente para mantener la compostura en el teatro. No quedan bien las bocas abiertas ni las babas rebosantes, y yo soy un cuidador escrupuloso mi apariencia exterior. Además, un teatro es, por definición, un espacio archirrepleto de mujeres, y a mí las mujeres, bien que a menudo sólo en algunas de sus partes, me resultan fascinadoras. No quiero desmerecer ante los ojos de las legiones de féminas que atestan estos locales.

Otras veces, sin embargo, la obra no me atrapa, pero sí el enfado gigantesco que me inunda ante la zafiedad, la baja calidad, la vanidad o la estulticia de lo que se representa (o del público, a mí me cabrea potencialmente todo).

Pero ayer la cosa no llegó a tales extremos. Simplemente, hubo un momento en que perdí el mediano interés que tenía en lo que se representaba en el escenario, y dirigí entonces mi soñolienta mirada al techo, a mis vecinos, a mi móvil... todo ello sazonado con episodios tipo "cabezadas", que junto con el bostezo son la señal más obvia de aburrimiento que se puede transmitir en derredor.

Por pura curiosidad, decidí mantenerme en mi asiento hasta que la función terminara. El público emitió una especie de rugido acompañado de una frenética rapsodia de aplausos, y parecía que la onda expansiva debía tirar atrás a las actrices (no había actores varones en la obra, pero no hay que preocuparse, no hay discriminación en este caso, simplemente porque la obra carece de personajes masculinos, supongo que por eso mismo me aburrió tanto) pero no lo hizo. Al contrario, se retiraron protocolariamente y volvieron a salir una vez más. Tras de ello, se echó el telón y la gente, que segundos antes parecía dispuesta a batir los records mundiales de duración de las ovaciones alcanzados por los partidos comunistas chino o búlgaro, empezó a disolverse con una rapidez y eficacia que me dejaron aún más asombrado que todo el supuesto fervor manifestado hasta aquel mismo instante. ¿No era fervor, entonces?

No, claro que no. Es sólo otra de las formas en que se manifiesta en nuestro país la tiranía de los espíritus a que estamos sujetos. Al actor local hay que adorarlo con furia. Es obligatorio. Luego, no es algo que se sienta de verdad.

Patanismo.

ECLIPSES

La vida no está hecha de días iguales los unos a los otros ni todos entre sí. La vida está hecha de altos y bajos, de montes y valles, de caídas y levantares, de eclipses y amaneceres.

El autor de este blog se ha eclipsado una temporada. Se trataba de una desaparición necesaria para el restablecimiento de un cierto decoroso equilibrio intelectual y emocional, que estaba en riesgo de perderse en el tiempo en que aquella desaparición tuvo lugar.

Ha llegado la hora de asomarse de nuevo por esta ventana de internet. A los que esperaban más y quedaron decepcionados, las más humildes excusas. A los que se alegraron del eclipse, una sonrisa irónica.

No caben promesas dignas de crédito donde no hay más que inconstancia. Pero no hay inconstancia tan poderosa que no pueda ser derrotada, aunque sea un ratito.

Decíamos ayer...