Hacía calor. Siempre lo hacía en aquella oficina. Gaby no lo soportaba. Trataba de concentrarse en su trabajo, pero el calor hacía que su atención se dispersase. Enfrente, Elena. Al lado, Gloria. Fría como el hielo la una, fogosa, ruidosa la otra. Tan diferentes. Gaby no lo entendía. Por qué la gente puede ser tan diferente, la una de la otra. Y todo el mundo, diferente de Gaby. No alcanzaba a encontrar la vía que la conectaba con los demás. Y hacía calor. Y el trabajo, tan aburrido. Salió a la calle.
Estaba en la calle. Hacía calor. Tanto calor. El sol relumbraba y las cosas eran de color blanco. No había sombra, porque era mediodía. Caminaba por la calle peatonal. Los hombres llevaban gafas oscuras. Las mujeres desnudaban sus hombros, ofreciendo su carne al sol. No había niños. ¿Dónde están los niños en esta ciudad? Los niños están prohibidos. Acababa de entenderlo.
Seguía caminando por la calle peatonal, mirando aquí y allá. Un escaparate. Otro. Una chica guapa. Un hombre interesante. Un viejo… Gaby quería conectar con ellos. Pero el puente… no había puente. Dobló a la derecha. En la calle transversal se proyectaban algunas sombras. Terrazas abiertas. Gente tomando bebidas, combatiendo el calor. Continuó su marcha. ¿Por qué caminaba? Sudaba. Hacía mucho calor. ¿Adónde iba? A ninguna parte. Sólo huía de la oficina hirviente. No llegaría a ningún sitio, porque no iba a ninguna parte.
Giró de nuevo a la izquierda. El sol daba otra vez de frente. El calor era intenso. Apenas si podía ver. Una sombra se le acercaba. Parecía vacilar al caminar. Hacía eses. Eso era. Se acercaba, tambaleante. Pertenecía a un hombre mayor. Greñas canosas se levantaban de su cráneo curtido. Sus ojos. No miraban a nada, ni siquiera al suelo. Sus pies. Apenas si se levantaban de las baldosas y volvían a caer aleatoriamente. Avanzaba por pura probabilidad estadística. No era fácil predecir dónde estaría, al segundo siguiente. Pero ahora. Ahora estaba allí, frente a Gaby. Colisión inminente. Había que apartarse, pero adónde…
El viejo esquivó a Gaby, y siguió su… ¿camino? Gaby reemprendió su marcha sin rumbo. No había tanta diferencia, al fin y al cabo. Sin embargo, se habría cambiado por él. Avanzaba por la callejuela. Una segunda sombra se atravesó. Se agrandaba por momentos a contraluz del sol. ¡También! Vacilaba al caminar. Una vacilación firme, de todos modos. Era un borracho. Como el otro. Borracho, pero más joven. Se acercaba a Gaby. De nuevo había que apartarse. Pero, al final, no fue necesario.
Al fondo de la callejuela sonaba música. Música corriente, éxitos de la radio. ¿De dónde salía ese sonido? Gaby siguió marchando, con el sol de frente. La música servía de guía. Sus oídos la conducían. La puerta estaba abierta. El interior estaba bañando en penumbra. La barra estaba sucia. Y los parroquianos, también. Botellas, vasos y ese olor…