Me acabo de inventar el término. Viene a significar "condición del patán". ¿Qué injusto, no? Cargar a la célebre tribu afgana de los pashtunes con el terrible sambenito que supone la comparación con nuestros coaldeanos españoles. Y digo coaldeanos, porque ya, por fin, tras muchos años de duda, lo he entendido. Lo que caracteriza al español respecto al nacional de cualquier otro país es que es un aldeano universal. ¡Viva mi pueblo!
Tenía un amigo llamado, por esas cosas de la vida y de los padres, Romualdo. Romualdo de segundo, porque de primero era José, Jose, Coque para los hermanos, parientes, amigos y próximos como yo.
Este amigo solía decir, cuando estaba en confianza, que era el Presidente de Romualdonia, el metro cuadrado más importante del universo... Ahí tenéis, resumido genialmente en un chascarrillo, la esencia de lo español.
Y ahora, vamos a lo sustantivo, a lo mollar de esta entrada. ¿Por qué me detengo en consideraciomes sobre las afrentas a que sometemos a tribus afganas o en recuerdos sobre chistes de amigos míos a los que hace décadas que no veo? Pues, porque ayer fui al teatro.
"No es motivo suficiente" - me responderéis, quizá. "Quizá no - replicaría yo - pero ved!" ¿Qué habéis de ver? Lo siguiente:
Ayer pasaban "Matrimonio de Boston" en un teatro local. Obra escrita por David Mamet y protagonizada por una actriz de bastante renombre en los últimos años, que casualmente es oriunda de esta ciudad de provincias desde la que escribo.
El teatro, naturalmente, estaba a rebosar. El público ya estaba en éxtasis antes de que la obra comenzara. Cualquier gesto de la diva era inmediatamente coreado por salvas de carcajadas y brotares de aplauso. El público, prácticamente en estado de clímax desde el comienzo hasta el final de la obra, fue el principal espectáculo para mis miopes ojos, porque la obra, para mi gusto, se limitó a no estar mal, y la diva estuvo un tantico sobreactuada, también para mi gusto.
A mitad de la función me sobrevino una de mis típicas crisis de sueño. Cuando la obra no me atrapa, el cansancio puede más y me duermo, aunque, os lo juro, lucho denodadamente para mantener la compostura en el teatro. No quedan bien las bocas abiertas ni las babas rebosantes, y yo soy un cuidador escrupuloso mi apariencia exterior. Además, un teatro es, por definición, un espacio archirrepleto de mujeres, y a mí las mujeres, bien que a menudo sólo en algunas de sus partes, me resultan fascinadoras. No quiero desmerecer ante los ojos de las legiones de féminas que atestan estos locales.
Otras veces, sin embargo, la obra no me atrapa, pero sí el enfado gigantesco que me inunda ante la zafiedad, la baja calidad, la vanidad o la estulticia de lo que se representa (o del público, a mí me cabrea potencialmente todo).
Pero ayer la cosa no llegó a tales extremos. Simplemente, hubo un momento en que perdí el mediano interés que tenía en lo que se representaba en el escenario, y dirigí entonces mi soñolienta mirada al techo, a mis vecinos, a mi móvil... todo ello sazonado con episodios tipo "cabezadas", que junto con el bostezo son la señal más obvia de aburrimiento que se puede transmitir en derredor.
Por pura curiosidad, decidí mantenerme en mi asiento hasta que la función terminara. El público emitió una especie de rugido acompañado de una frenética rapsodia de aplausos, y parecía que la onda expansiva debía tirar atrás a las actrices (no había actores varones en la obra, pero no hay que preocuparse, no hay discriminación en este caso, simplemente porque la obra carece de personajes masculinos, supongo que por eso mismo me aburrió tanto) pero no lo hizo. Al contrario, se retiraron protocolariamente y volvieron a salir una vez más. Tras de ello, se echó el telón y la gente, que segundos antes parecía dispuesta a batir los records mundiales de duración de las ovaciones alcanzados por los partidos comunistas chino o búlgaro, empezó a disolverse con una rapidez y eficacia que me dejaron aún más asombrado que todo el supuesto fervor manifestado hasta aquel mismo instante. ¿No era fervor, entonces?
No, claro que no. Es sólo otra de las formas en que se manifiesta en nuestro país la tiranía de los espíritus a que estamos sujetos. Al actor local hay que adorarlo con furia. Es obligatorio. Luego, no es algo que se sienta de verdad.
Patanismo.