jueves, 22 de mayo de 2008

JESUS, EL PROTORREVOLUCIONARIO

Algunos socialistas establecieron explícitamente una relación entre religión y socialismo: "¡Queridos conciudadanos! - escribe un autodidacta marxista-. Las tendencias del socialismo contienen los materiales esenciales para una nueva religión [...] Hasta ahora la religión era un problema para el proletariado. Ahora, sin embargo, el problema del proletariado se está convirtiendo en una religión".

Fuera de estos entornos totalitarios era normal hallar lealtades más variopintas basadas en una aparente contradicción. En el Erzgebirge, donde los trabajadores tenían estampas de Lutero junto a las de la Virgen María, tenían también a August Bebel (1) junto al Rey de Sajonia, lo que llevó a un pastor a comentar: "En el alma del pueblo pasa lo mismo que en la pared; junta inofensivamente cosas que son completamente opuestas". Esto fue lo que descubrieron respectivamente Martin Rade y Alfred Levenstein en dos pequeñas encuestas que realizaron en 1898 y en 1919 sobre prácticas y creencias religiosas entre la clase obrera. Levenstein descubrió que algo más de la mitad de sus mineros, metalúrgicos y trabajadores textiles no creían en Dios (el 13 por ciento dijeron que creían), pero que sólo unos cuantos se habían tomado la molestia de borrarse de las Iglesias del Estado. Su partido no se lo pedía, y además, la mayoría no querían ofender a otros miembros de la familia que eran religiosos o temían que pudiese afectar negativamente al futuro de sus hijos. El pastor Rade descubrió un desprecio casi universal a las Iglesias y escepticismo respecto a determinadas partes de la Biblia. Existía en cambio un respeto unánime a Jesús como "verdadero amigo de los trabajadores", afirmando uno de ellos que si Jesús viviera "sería hoy socialdemócrata, puede que incluso dirigente y diputado del Reich". En otras palabras, Jesús era un protorrevolucionario o un reformador secular.

MICHAEL BURLEIGH, Poder Terrenal - Religión y Política en Europa (De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial). Santillana. Taurus. 2005. Págs. 310-311.

NOTAS
(1)
August Bebel escribió durante sus estancias en la cárcel Die Frau und der Socialismus (La mujer y el socialismo), libro en el que explicaba, en palabras de Burleigh, "además de sus cavilaciones económicas, igualitarias y estatalistas, que en su sociedad futura el amor al trabajo sustituiría a la holgazanería; desaparecerían muchos delitos; se depuraría el gusto literario; y la vida sería feliz y despreocupada"; optimismo antropológico el de este libro que, según el mismo Burleigh, explica que "se convirtiese en la biblia del socialismo" (M. BURLEIGH, ibidem)

lunes, 19 de mayo de 2008

DIOS, MARX, Y FEUERBACH

Marx, vástago de una distinguida familia rabínica cuyo padre se había convertido al protestantismo para poder ejercer la abogacía, había albergado la esperanza de poder hacer carrera en el medio académico, pero, debido a sus vínculos con los "jóvenes hegelianos" disidentes, su destino en la vida serían el periodismo y la escritura, aunque nunca abandonase la idea sumamente romántica del poder de la (su) filosofía para transformar el mundo. Cuando el gobierno prusiano prohibió la Rheinische Zeitung (que él dirigía) a principios de 1843, Marx y su novia Jenny se fueron a París, donde él se puso a trabajar en una nueva publicación llamada Deutsch-französische Jahrbücher (Anales francoalemanes) .


KARL MARX

Los "jóvenes hegelianos" eran una agrupación laxa de los que hacían hincapié en las potencialidades subversivas del pensamiento del difunto filósofo prusiano. La Vida de Jesús de Strauss fue el estímulo inmediato para esos debates. En Marx, lo mismo que en muchos otros, influyeron también los escritos de Ludwig Feuerbach, un acaudalado investigador autónomo. La esencia de la "crítica transformadora" de Feuerbach era que "A no es nada más que B" (1). En La esencia del cristianismo sostenía que la religión era una forma alienada de conciencia humana, un efecto acústico derivado de la propia voz del hombre. Dios era una proyección de las necesidades de la especie humana; un Dios consolador sólo reflejaba la necesidad de consuelo del género humano. Dios no deseaba la Historia como parte de Su autorrealización, sucedía más bien que el Hombre creaba a Dios a partir de su propio autoconocimiento. "La personalidad de Dios no es más que la personalidad proyectada del Hombre". En una inspección más detenida, Dios era una mezcla peculiar de la omnisciencia metafísica asignada a él por los teólogos y características muy humanas de la fe religiosa popular, como la aflicción, el amor, el sufrimiento, etcétera. Dios no era más que el Hombre contemplando su propia imagen en un infinito de espejos...



LUDWIG FEUERBACH

Marx depuró las reflexiones de Feuerbach sobre la alienación humana considerando la religión como la manifestación ideológica de las formas concretas de la producción y el orden social que las acompañaban, cuya culminación era un mundo capitalista en que los hombres se habían convertido en sombras que revoloteaban en medio de meras cosas que habían asumido mayor sustancialidad a pesar de muchas de ellas eran abstracciones como el dinero o el crédito. El término elegante para este proceso es "reificación", aunque no necesitamos detenernos en complejidades laberínticas que sólo atraen a cierta generación de académicos.

La religión era "el sol ilusorio que gira alrededor del hombre mientras el hombre aún no gira alrededor de sí mismo". En un ensayo de 1843 Marx hizo una descripción célebre de la religión como: "El suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, el alma de un entorno sin alma. Es el opio del pueblo". No era una idea demasiado nueva sobre la religión, aunque la alusión a la droga por la que los británicos habían ido a la guerra en China entre 1839 y 1842 le otorgase resonancia contemporánea. Había dejado de tener importancia que la religión fuese verdadera o falsa; lo importante era la función social que supuestamente desempeñaba enmascarando la existencia material con un "gozo ilusorio". Su función era paliativa; no abordaba la enfermedad subyacente, así que no podía ser una cura. Por supuesto, podría argumentarse que Feuerbach y Marx, como Comte, estaban simplemente sustituyendo al Dios cristiano por la Humanidad. Ese fue el meollo de la crítica que realizó en 1844 Max Stirner, un polemista ateo del grupo de los "jóvenes hegelianos" que escribió:

"La religión humana no es más que la última metamorfosis de la religión cristiana [...] separa mi esencia de mí y la sitúa encima de mí [...] exalta al "Hombre" en la misma medida en que lo hace cualquier otra religión con su Dios o su ídolo [...] convierte lo que es mío en algo ultramundano [...] en suma [...] me sitúa debajo del Hombre y crea para mí una vocación".


MARX EN SU ANCIANIDAD

Marx, al eliminar los puntales idealistas y teológicos de lo que se consideraba una filosofía apolicada radical posreligiosa, se desprendía de las ideas y la moral como potencias en el mundo, sustituyéndolas por fuerzas materiales y por la lucha de clases. La banal "ideología" (el término utilizado para designar la ética, la metafísica, la religión y demás) perdió toda independencia respecto a las corrientes más profundas de las fuerzas productivas materiales. Feuerbach había resuelto supuestamente la cuestión religiosa de modo definitivo. Una afirmación cuestionable seguida de cerca por otra, ninguna de las cuales soportaba un examen científico serio. La realidad social y humana básica pasó a ser la lucha de clases, que determinaba supuestamente todo el proceso histórico, que culminaba con la proposición prometeico-proletaria: "Yo no soy nada y debería serlo todo". La lucha no era ya contra dioses inexistentes, sino contra los ídolos del fetichismo de la mercancía.

La cuestión más bien académica de lo que debió el marxismo a los debates teológicos alemanes tiene que plantearse dentro del marco mucho más amplio de la deuda inconsciente del marxismo con lo que Marx y sus seguidores desdeñaron como narcóticos religiosos sin base. Después de todo, Marx pretendió que no estaba condicionado por prejuicios de valoraciones y juicios morales, pero toda su obra estaba empapada de ambos. ¿Proceden de la explotación todos los antagonismos de clase? Y ¿no es explotación un juicio moral? Puede que lo que Marx aseguraba que eran predicciones científicas fuesen poco más que profecías mesiánicas, que daban tanto al profeta como a sus discípulos "la seguridad de las cosas que había que esperar", aunque las profecías hayan resultado casi todas desastrosamente erróneas...

Es relativamente fácil trasponer algunos de los términos clave de la tradición judeocristiana al marxismo: "conciencia" (alma); "camaradas" (fieles); "capitalista" (pecador); "demonio" (contrarrevolucionario); "proletariado" (pueblo elegido) y "sociedad sin clases" (paraíso). Las clases dirigentes iban también a enfrentarse a una forma revolucionaria de "Juicio Final" (...). Pero había correspondencias no reconocidas mucho más profundas, entre ellas la nostalgia de una unidad perdida, la creencia de que el tiempo era lineal (los antiguos pensaban que era cíclico), que el logro de una conciencia superior traía la salvación y que la Historia progresaba con su sentido y finalidad evidentes para la vanguardia culta e informada.

Aunque los marxistas prescindían de un Dios capaz de intervenir en este mundo, su esquema de la Historia reproducía la escatología judeocristiana, con lo que era bueno y perfecto sólo visible en el principio y el final de relato. Si la versión religiosa del Tiempo abordaba lo que ocurría entre la Caída de Adán y el Apocalipsis, para los marxistas el Tiempo comenzaba con la Gran Expropiación, cuando la sociedad de clases sustituía al comunismo primitivo y comenzaba la alienación del hombre, y acabaría con una revolución global que restauraría al hombre en una versión aún más elevada de su humanidad no alienada: "Sabemos que la nueva forma de producción social, para conseguir la buena vida, sólo necesita nuevos hombres". Después de la Revolución-Apocalipsis surgiría este Nuevo Hombre, basado en la reintegración de la autoexpresión (o "trabajo") y el pensamiento hasta entonces alienados, dado que el objetivo de la revolución-apocalipsis era restaurar esa armonía perdida. Había otras correspondencias notorias. Para los cristianos y los judíos las personalidades bíblicas son no sólo "personajes" sino "tipos" simbólicos que realizan o prefiguran funciones cruciales dentro del plan divino de las cosas. Del mismo modo, para los marxistas, las sociedades menos desarrolladas se supone que emulan las pautas históricas ya reveladas en la más avanzadas, aun en el caso de que este curso parezca catastrófico, mienstras que los individuos históricos reales pasan a ser transferibles como "cromwells", "dantones", etcétera, a través de las eras históricas. Los regímenes comunistas hacían algo muy parecido con el caudillo de los esclavos Espartaco o el fanático anabaptista Thomas Müntzer, ejemplares y precursores de sus propias realidades antiheróicas a los que se dotaba de un halo romántico.


EL NUEVO HOMBRE DEL MARXISMO (EN ESTE CASO, LA NUEVA MUJER)


En el despliegue del esquema marxista de la historia, lo mismo que en la escatología cristiana, había contingencias y reveses, aunque éstos eran consecuencia de la resistencia de las fuerzas de la reacción, que actuaban como obstáculos arrojados en el camino del hombre por ptencias diabólicas.

Por supuesto, podría objetarse que el énfasis cristiano en el otro mundo, y la impotencia del hombre frente a una deidad todopoderosa, hace inútiles en el mejor de los casos estas comparaciones con el marxismo, que se proponía comprender y transformar el mundo. De hecho, el marxismo consistió en incorporar lo que el cristianismo había conseguido empujar desde san Agustín hacia los márgenes heterodoxos con la certidumbre de la versión ortodoxa. El marxismo combinó la seguridad de que todo estaba operando de acuerdo con las disposiciones de las versiones secularizadas de poderes superiores con la creencia sectaria gnóstica de que el elegido mesiánico que había comprendido esas leyes estaba moralmente titulado para destruir la sociedad existente (que carecía por completo de virtud) con la finalidad de conseguir el paraíso en la tierra. Los comunistas, como los milenaristas medievales o los fanáticos protestantes del principio de la era moderna, asumieron la tarea de realizare el cielo en la tierra a través de la violencia transformadora: ese ejercicio de matanza lamentable pero necesaria que asesinaría a 80 o 100 millones de personas en el siglo XX. Los milenaristas medievales, como los marxistas, creían que serían capaces de sacar al hombre de un "nivel oscurecido del ser" reintegrándole con éxito a la luz. Cuando Marx pasó a explicar cómo el proletariado se había convertido en la clase salvadora, tuvo que recurrir, tal vez bastante apropiadamente al concepto gnóstico de "pneumática" (2) y habló misteriosamente de "ese aliento del espíritu". Porque de otro modo era difícil explicar cómo, si el proletariado era el sujeto creador de la historia, sólo había surgido en el siglo del propio Marx...




VIOLENCIA TRANSFORMADORA: EL YUNQUE OBRERO DISPARA BALAS REVOLUCIONARIAS

MICHAEL BURLEIGH. Poder Terrenal - Religión y Política en Europa (De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial). Santillana, Taurus. 2005. Págs. 289-293.

NOTAS:

(1)
Estos son los resultados del idealismo alemán y su increíble alejamiento de los humildes hechos de la realidad. Incluso el principio de identidad queda destruido. Esta es la primera condición para la revolución: la destrucción de las categorías elementales del pensamiento.

(2) Según determinados gnósticos como Basílides, toda evolución viva consiste en una diferenciación y una separación, en un desglose de materias originalmente mezcladas". Y es que, en el mundo, materia y espíritu, los dos principios, no están separados radicalmente. El mundo material es un reflejo del mundo espiritual, su arquetipo. Por encima de todo, en lo alto, reina el Espíritu (Logos), pensamiento divino consciente de sí mismo. Por debajo está el pensamiento inconsciente de sí mismo aunque de esencia espiritual pura (el pneuma). Es como el alma del mundo que circunda el universo terrestre (lo que sería el Espíritu Santo cristiano). Luego viene una parte diferente al alma del mundo material sólo en grado, es el éter.

martes, 13 de mayo de 2008

EL PRIMER COMUNISMO PRESENTABA RASGOS RELIGIOSOS

Si Robert Owen fue la primera persona que utilizó el término "socialismo" en letra impresa en 1827, el primer uso documentado de la palabra "comunismo" se debió a un periódico conservador alemán que comentaba sombríamente en marzo de 1840: "Los comunistas tienen previsto nada menos que una nivelación de la sociedad, sustituyendo el orden de las cosas que hoy existe por la utopía absurda, inmoral e imposible de una comunidad de bienes". Estas gentes llevaban existiendo en Francia una década, aunque no había nada parecido a un "Partido Comunista" oficial, si bien existía un centro de reinserción social para intelectuales desplazados y artesanos exiliados.

Los comunistas hacían hincapié en la igualdad y se identificaban con la fase jacobina más drástica de la Revolución Francesa. Con esas bases, el comunismo se diferenciaba del socialismo utópico, que se interesaba poco por la igualdad, rechazada la revolución violenta y se preocupaba más por cómo conseguir la armonía que por cómo capitalizar los conflictos humanos. Lo que no podía ignorar del socialismo era que había llegado allí primero para proporcionar a los trabajadores una organización rudimentaria. En un sentido zoomórfico, los comunistas se parecían a esas abejas africanas agresivas que colonizan y transforman colmenas más plácidas.

Hasta fechas recientes se ha minimizado a veces la deuda del comunismo con la religió por parte de los historiadores que simpatizan con el socialismo "científico" y se resisten a la idea un poco distinta de que el marxismo fue un drama mitopoético de inspiración religiosa cuidadosamente camuflado dentro de diversos aditamentos que suenan a científicos. Una adición de ideales semirreligiosos estimuló la aceptación del comunismo entre los trabajadores piadosos y ayudó a fomentar las solidaridades sectarias entre los artesanos e intelectuales desarraigados que constituían el núcleo de los primeros movimientos comunistas. De ahí la obsesión desesperada de los primeros comunistas por reivindicar la raíz etimológica idéntica entre comunismo y comunión. La compatibilidad inicial de lo que se reelaboraría retrospectivamente como el credo ateo quintaesencial y una versión igualitaria del cristianismo se puede demostrar fácilmente hasta el punto de la parodia...

En 1840 un joven de veinte años de edad llamado John Goodwin Barmby fue París, provisto de una carte de presentación de Robert Owen, para establecer un canal de comunicación regular entre socialistas británicos y franceses. El 20 de junio presentó un folleto informativo con la propuesta de una "Asociación Internacional para el Fomento del Intercambio Mutuo entre las Naciones", que bien puede haber sido el primer esbozo de una organización comunista internacional, pues a Barmby le habían agradado mucho los comunistas a los que había conocido en banquetes en París. Cuando regresó a Inglaterra fundó una Sociedad de Propaganda Comunista y una revista llamada El apóstol prometeico o comunitario, pronto rebautizada como Crónica comunista. Barmby... se describía como el "Pontifarca de la Iglesia Comunista" y al comunismo como la reliogión definitiva de la humanidad: "To creo [...] que lo divino es el comunismo, que lo demoníaco es el individualismo". Con base en su "comunitorio" central de Harnwell, Barmby elaboró una periodización cuádruple de la Historia y la ruta hacia una sociedad comunista, instituyendo un nuevo calendario y una nueva dieta vegetariana. Durante el período en que vivió en las islas de Wight y Man, donde trabajó en la fundación de más comunidades, Barmby elaboró rituales de iniciación para postulantes comunistas, que se iniciaban con "Frigidiario", un baño frío, continuaban con "Calidario", uno caliente, luego "Tepidario", tibio, y "Friccionario", es decir un ejercicio vigoroso. Seguían aplicaciones de aceites y perfumes. Aunque se ha ido borrando asiduamente del recuerdo, el primer comunismo estaba saturado de simbolismo religioso. Por ejemplo, L'Atelier, la primera revista francesa hecha exclusivamente por y para los trabajadores, llevaba un grabado con el título de "Cristo predicando la fraternidad al mundo", con Cristo encima del mundo sosteniendo una cinta en la que decía "fraternidad" y aplastando bajo sus pies la serpiente del "egoísmo". Los temas religiosos eran también evidentes entre los socialistas alemanes, algunos de los cuales habían fundado una sociedad secreta en París llamada la Liga de los Justos, con las asociaciones religiosas de la palabra alemana Bund.

MICHAEL BURLEIGH, Poder Terrenal - Religión y Política en Europa (De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial). Santillana. Taurus. 2005. Págs. 284 - 286.

jueves, 8 de mayo de 2008

LOCOS ILUSTRES: AUGUSTE COMTE Y LA "SOCIOLATRIA"


AUGUSTE COMTE

Los últimos escritos de Saint-Simon debían tanto a sus discípulos que no es fácil determinar qué ideas correspondían a cada uno. El más ilustre de todos sus discípulos fue Auguste Comte, que se convirtió en secretario del gran hombre en 1817, que rompió con él en 1824, en parte por ese asunto de la autoría, y se distanció de la secta religiosa que llevaba el nombre del gurú. Saint-Simon, escribió Comte, no era más que un "charlatán depravado".

La obsesión que Comte tuvo durante toda su vida con los números, los sistemas y el orden no dejaba de tener cierta relación con la miseria de su vida privada y con sus episodios intermitentes de locura. En 1822 entró casualmente en una librería y reconoció en ella detrás del mostrador a una prostituta con la que había tenido relaciones anteriormente. Se llamaba Caroline Massin y se convirtió en su concubina; la fatídica relación entre la antigua profesión de ella y la paranoia envolvente de él garantizó que a principios de 1826, cuando iniciaba una importante serie de lecciones, Comte se volviese loco. Una larga estancia en el manicomio sirvió de poco. Sus compañeros se dieron cuenta en el viaje de vuelta que había algo que aún no iba bien cuando Comte inisitió en que el puente de Austerlitz era el Cuerno de Oro de Estambul. Luego agredió al amigo que intentó sacarle de su error. Una vez en casa Comte se imaginaba que era un montañés de Escocia de una novela de Walter Scott, le lanzaba cuchillos a Caroline Massin recitando al mismo tiempo versos de Homero. Cuando su madre fue a cenar a casa de los Comte una pequeña discusión le condujo a seccionarse el cuello en la mesa, lo que le dejó una cicatriz que le duró toda la vida. Poco después un gendarme impidió por muy poco que Comte se tirara por el Pont des Arts. Un régimen de "higiene cerebral", que incluía abstenerse de leer el periódico, de las actividades sexuales y del consumo de carne le permitió trabajar muy industriosamente, aunque las únicas obras que leía eran cada vez más las suyas propias. En 1844, un período en el que su carrera académica y su matrimonio se habían desintegrado, Comte se enamoró de una joven llamada Colthilde de Vaux a la que había abandonado su marido. El que importunase a la joven con proposiciones sexuales y ella le rechazara, complicado tal vez por el hecho de que Comte era impotente, desembocó en más episodios de locura, hasta que resolvió las cosas la muerte por tuberculosis de su "ángel incomparable". Hay quien afirma que eso fue literalmente una epifanía, que condujo limpiamente a la "religión de la humanidad" comtiana, en la que el culto a Colthilde (y al sillón rojo de felpa en que se había sentado) figura destacadamente, aunque su biógrafo defintivo discrepe de ello (1). Lo cierto es que, a partir de entonces, Comte dedicaba cuarenta minutos todas las mañanas a "commemorar" a Clothilde, y luego veinte minutos a "efusiones" arrodillado ante sus flores marchitas. Las oraciones del mediodía incluían la lectura de la última carta que le había escrito Clothilde, amén de largos pasajes de Virgilio, Dante y Petrarca. Parece ser que ese régimen le alivió la psicosis.

Acompañaban a estos rituales trabajos hercúleos en libros que pocos leyeron entonces y hoy leen aún menos. Ni siquiera limitando cada frase a cinco líneas y cada párrafo a siete frases mejorarían en claridad. Comte, uno de los padres de la "ciencia" social moderna, que acuñó en 1839 el término "sociología", se propuso establecer una base filosófica para las ciencias y para la ordenación y reforma científicas de la sociedad, una fórmula calculada para atraer a la derecha además de a la izquierda. En su Curso de filosofía positiva en seis volúmenes, demostraba cómo cada una de las ciencias, las matemáticas, la astronomía, la física, la química y la biología, se habían hecho "positivas", es decir, se basaban en leyes verificables empíricamente. Entre 1851-1854 publicó una obra de sociología en cuatro volúmenes que asentó las bases de la Religión de la Humanidad. El positivismo iba a ser una tercera vía entre el mundo trasnochado de base teológica del Antiguo Régimen y un racionalismo abstracto crítico que se había convertido en anárquico e incapaz de crear nada. El positivismo, y su manifestación religiosa, se basaban en un matrimonio de De Maistre y Condorcet y constituían un intento de síntesis de orden y progreso.

La idea más famosa de Comte fue la ley de los tres estados, según la cual todas las áreas del pensamiento pasan por una fase teológica (ficticia), una metafísica (abstracta) y una fase científica, denominada "positiva". Esto era también aplicable a las épocas históricas, que en su opinión estaban regidas por las ideas imperantes, y en las que una etapa inicial militar y teológica (desde la antigüedad al siglo XIV) dejaba paso a una era de decadencia y renovación (desde el siglo XIV a la Revolución Francesa) y finalmente la era industrial y científica que la sucedió, en la que la humanidad estaba amenazada por un individualismo rampante justo en el momento en que se extinguían las viejas creencias. Lo que Comte buscaba básicamente era una nueva doctrina social unificadora que sustituyese a la teología y a la Iglesia.

El presunto Aristóteles fue convirtiéndose gradualmente en un presunto san Pablo. La esencia de su "Religión de la Humanidad era reorientar las energías espirituales del género humano apartándolas de lo trascendental y dirigiéndolas a la creación de una vida más feliz y más moral aquí en la tierra a través del culto a lo mejor del propio hombre. Esto ha resultado seductor incluso para comentaristas sumamente astutos, pues ha habido desde Comte muchos ejemplos más nefastos aún de "sociolatría", es decir, de adoración de la sociedad humana...

...La religión comtiana fundía elementos de los cultos civiles de la Revolución Francesa con transposiciones del catolicismo. Aunque Comte rechazaba el cristianismo basándose en que consideraba a las mujeres origen del mal, el trabajo como una "maldición divina" y la benevolencia algo ajeno a nuestra naturaleza imperfecta, admiraba también la separación de los poderes espiritual y temporal, el culto a la Santísima Virgen y los logros estéticos del catolicismo medieval. Había en Comte una manía del detalle, una obsesión por las permutaciones numéricas. El culto de le Grand Ètre (una imitación del Ser Supremo) tenía sus dogmas y sus ceremonias, sus santos y sus sacramentos, destinados a fundir la vida pública y la privada. Había santos públicos, como Arquímedes, Aristóteles, Dante, Descartes, Federico el Grande y Gutenberg, con cuyos nombres se designaban los meses lunares en un calendario que empezaba en 1789; y santos privados, o "ángeles" o "diosas domésticas", es decir, madres, hermanas, esposas, criadas, e inevitablemente, "mujeres amadas" muertas o vivas, de las que Clothilde de Vaux era el prototipo. Comte se interesó por una futura partenogénesis femenina, es decir, reprducción sin copulación entre los sexos, y albergaba la esperanza de que esto sería un ennoblecimiento del matrimonio equivalente al paso adelante memorable de la poligamia a la monogamia. El año estaba también salpicado de fiestas que celebraban relaciones sociales básicas, de padre a hijo o de amo y criado; fiestas que recordaban etapas anteriores de la religión, el fetichismo, el politeísmo, el monoteísmo, y fiestas que ensalzaban las funciones sociales de los capitalistas, los trabajadores y las mujeres. Había nueve sacramentos. Presentación del recién nacido, iniciación a los catorce años, admisión a los veintiuno, destino a los veintiocho, matrimonio antes de los treinta y cinco (veintiuno para las mujeres), madurez a los cuarenta y dos, retiro a los sesenta y dos, y después de la muerte el sacramento de la transformación, por el que tras un decoroso intervalo de siete años el residuo subjetivo de una personalidad se consignaba a la inmortalidad en el bosquecillo sagrado que había al lado del templo de la Humanidad- El recuerdo del inmortal pasaría a formar parte del Gran Ser. Como Comte escribió:

"Vivir en otros es, en el sentido más veraz de la palabra, vida [...] Prolongar nuestra vida indefinidamente en el Pasado y el Futuro, para hacerla más perfecta en el Presente, es abundante compensación para las ilusiones de nuestra juventud que se han ido ya para siempre".

Por otra parte, los condenados y los suicidas pasaban al olvido, mientras que las "esposas indignas" iban al infierno positivista.

El pensamiento de Comte era cósmico, además de cómico, en su ambición. Quería sustituir la trayectoria elíptica de la tierra por una órbita circular para armonizar los climas extremos (2). Además de querer convertir primero a Europa y Rusia y luego Oriente Próximo, la India y Africa al positivismo, tenía recetas para el gobierno de la sociedad humana. Los estados existentes debían dividirse en pequeñas repúblicas del tamaño de Cerdeña o la Toscana, de manera que Francia se convertitía en diecisiete de esas unidades. Las naciones existentes, como Inglaterra, Francia o España, eran sólo "agregados ficticios sin una sólida justificación". El mundo occidental se dividiría todo él en quinientas de esas unidades, cada una de ellas con entre un y tres millones de habitantes. Comte, admirador de la teocracia medieval y del Club Jacobino, quería que su "sociocracia" se basase en el gobierno temporal de banqueros e industriales (3), con el poder espiriritual en las manos (o más bien en las mentes) de científicos contemplativos seleccionados entre los miembros de la "pedantocracia" ultraespecializada. Este nuevo clero estaría formado por individuos que hubiesen alcanzado un dominio de todas las formas del arte y de la ciencia, que tendrían la responsabilidad de la cura de almas y cuerpos. Comte creía, como De Maistre, que el árbitro moral entre las naciones debía ser el papa. La clase media desaparecería, dejando ciento veinte millones de proletarios gobernados por un patriciado de dos mil banqueros. Su religión positivista no era susceptible de análisis crítico y su sistema rechazaba cualquier forma de democracia. Los deberes, más que una profusión de derechos, eran lo primordial. Al transferir al Hombre derechos derivados de Dios, Comte dejaba a los individuos despojados de toda autonomía respecto al nuevo Dios de la Humanidad abstracta. El hombre estaba encerrado desde la cuna hasta más allá de la tumba en la sociedad sin más amarras externas que él mismo.

...El positivismo nunca atrajo más que a una pequeña fracción de la población, pero en Francia tenía un poder considerable durante la Tercera República. Como credo secular lo eclipsó el socialismo, la única religión no sobrenatural de la humanidad de difusión masiva. Unos cuantos profesores chiflados entraban y salían de los templos positivistas en los que había inscripciones que decían "Orden y Progreso" o "Vive Abiertamente"; las masas en marcha iban tras las banderas rojas.

MICHAEL BURLEIGH. Poder Terrenal - Religión y Política en Europa (De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial). Santillana. Taurus. 2005. Págs. 268 - 273


NOTAS:

(1) Mary Pickering, Auguste Comte. An intellectual Biography, Cambridge, 1993, 1, p- 362 y ss.

(2) ¡¡¡EL CAMBIO DEL CLIMA-CLIMÁTICO!!! - moratinos dixit

(3) PERO QUÉ MANÍA! ¡OTRO! (Saint-Simon también quería un gobierno de industriales y banqueros)

miércoles, 7 de mayo de 2008

SAINT-SIMON Y LA RELIGION

Saint-Simon... no pudo resistir la tentación de elevar la ciencia social a la condición de nueva religión que garantizaría el orden además del progreso. Como todos los que habían pasado por la Revolución, y muchos que no lo habían hecho, tenía miedo a la guillotina y a ser víctima del populacho. Aquí era donde entraban los sabios de un nivel más bajo. Debían estar organizados en una Academia del Razonamiento y en una Academia del Sentimiento. La primera redactaría proyectos de leyes y regulaciones; la otra, formadas por artistas, moralistas, poetas, pintores u teólogos, pintaría imágenes del brillante futuro. Hasta ahí, esta visión carecía de religión.... Pero de 1821 en adelante empezó a elaborar lo que él llamó "nuevo cristianismo", pues según sus palabras: "El trono de lo absoluto no podía permanecer desocupado". Había también un programa social, pues también escribió: "Religión es la colección de aplicaciones de la ciencia general por medio de las cuales los hombres ilustrados gobiernan a los ignorantes [...] Yo creo en la necesidad de una religión para el mantenimiento del orden social". Ese era el principio de la doble moral orwelliana, por la que la élite ilustrada abrazaba un código de valores mientras alimentaba a la fuerza a los asnos con otros.


MICHAEL BURLEIGH, Poder Terrenal - Religión y Política en Europa (De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial). Santillana. Taurus. 2005. Págs. 266 - 267.

EL POSITIVISMO Y SAINT-SIMON


CLAUDE-HENRI DE ROUVROY, CONDE DE SAINT-SIMON (1760-1825)

Bajo el Segundo Imperio, en el que no se permitía abiertamente la oposición política, las logias masónicas se convirtieron en importantes sedes de discusión política. La lista de masones que se convirtieron en personajes políticos destacados durante la Tercera República [Francesa] es impresionante... La masonería había incorporado inicialmente la creencia en un ser supremo; de hecho la afirmación de la existencia de Dios se había incorporado explícitamente a la constitución de 1849 de la logia del Gran Oriente de Francia. En la década de 1870 la masonería se había hecho mucho más anticlerical y librepensadora, lo que aparece simbolizado en la decisión de la misma logia de eliminar la cláusula a que acabamos de referirnos. Las logias eran grupos de presión en favor de causas republicanas; redes de beneficencia rivales y redes que eran útiles para conseguir nombramientos y ascensos para los suyos y negárselos a los católicos. Mucha gente de clase media se adhirió también a una cosa llamada "positivismo", un credo que hoy día casi todo el mundo ha olvidado, aunque su lema "Orden y Progreso" aún figure en la bandera nacional del Brasil.

El positivismo era la creencia en el tipo de conocimiento seguro que se podía obtener específicamente a través de la ciencia. Sus orígenes inmediatos se hallaban en el círculo de Idéologues del periodo del Directorio que querían crear una moral secular y científica y una élite ilustrada que dirigiría el gobierno y la sociedad, con la empresa productiva como el gran remedio para superar la herencia de conflicto social agudo que había dejado la Revolución.

Los Idéologues napoleónicos y del Directorio influyeron en el conde Claude Henri Rouvroy de Saint-Simon, o Saint-Simon para abreviar, que había luchado en la guerra de la independencia de las colonias inglesas de América, había estado en México, donde había propuesto cortar el istmo con un canal, y había regresado a Francia donde había escapado por muy poco a la ejecución bajo el Terror. Posteriormente, después de ganar, y perder, mucho dinero, inició una carrera como escritor afablemente descabellado. En 1820 fue detenido por haber dicho en un folleto que tras la pérdida de ciencuenta de los mejores artistas, banqueros, industriales y científicos de cada campo sería catastrófica, Francia no lamentaría la pérdida de las treinta mil personas que formaban su jerarquía, la monarquía, los rentistas, el clero, etcétera, porque el buen conde podía ser bastante despreocupado con las vidas de los hombres del pasado, una característica que compartía con otros utópicos. Esta idea, que distaba mucho de ser original, coincidió con el asesinato del duque de Berry, que había figurado en la lista de aquellos a los que "no se echaría de menos". El juicio y la absolución de Saint-Simon le convirtieron en una celebridad. En 1823, un período en el que el genio vivía en una penuria lastimosa rodeado de libros, papeles, mendrugos de pan, ropa sucia y un entorno estrafalario, decidió suicidarse. Cargó un revólver con siete balas y sacó el reloj, para poder pensar sobre la reorganización de la sociedad hasta el final. Se acertó con seis de las balas en la cabeza (erró en la séptima) pero, aparte de una que le hizo perder un ojo, las otras sólo le rozaron el cuero cabelludo. Cuando llegó el médico y le encontró inclinado sobre una palangana de la que la sangre rebosaba, Saint-Simon le recibió diciendo: "Explícame esto, mi querido Sarlandiere, un hombre con siete balas en la cabeza aún puede vivir y pensar".

Saint-Simon se creía un genio. Su criado debía estar de acuerdo con él, porque le despertaba todas las mañanas diciéndoles: "Levantaos, señor conde, tenéis que hacer grandes cosas hoy". Es probable que su condición mental frágil y desordenada sea lo que explique su obsesión por el orden, la planificación y las teorías totalizantes, algo aún más exponencial en el caso de su discípulo renegado Auguste Comte, que estaba aún más loco que su díscolo maestro.

Saint-Simon fue el gurú de gurúes de todas las futuras soluciones burocráticas de los problemas sociales y una de las tempranas luces de la planificación central socialista europea, a través de la cual tanta desdicha se infligió a tantos. Además de eso, fue el antepasado de los que buscan un gobierno global, parlamentos mundiales y paz mundial, la manifestación contemporánea de la herencia utópica... Mientras banqueros millonarios publicaron póstumamente sus obras completas y pagaron para la conservación de su tumba en el cementerio de Père-LAchaise, los soviéticos erigieron un obelisco en su memoria en Moscú. Si a los primero les gustó su idea de una "aristocracia del talento", a los segundos les gustó más su división de la humanidad en abejas obreras productivas y zánganos parásitos eliminables. El "socialismo"de Saint-Simon rechazaba la igualdad y alababa el beneficio. Sus doctrinas dejaron huella (él decía que las ideas eran como el olor persistente del almizcle) en proyectos como el Crédit Mobilier (1), las redes ferroviarias europeas y el canal de Suez de Lesseps. Fue durante el régimen de Napoleón III cuando se hizo más patente la influencia local de Saint-Simon.

Lo mismo que Saint-Simon no era exigiente respecto a qué autócrata podía aplicar sus planes, su pensamiento era también ecléctico y estaba abierto a influencias ideológicas sorprendentes... Saint-Simon tomó mucho de los ultrareaccionarios De Bonald y De Maistre, poniéndolo al servicio de la burguesía liberal que detestaba el régimen pasado de moda de los aristócratas y el clero que éstos habían alabado. Los admiradores dicen que Saint-Simon era un aristócrata filantrópico que se esforzaba por adaptarse a lo que consideraba con acierto el advenimiento de la era de la ciencia y la industria, una visión extraordinariamente clarividente, como se demostró, pues escribió en una época en que la mayor parte de la población de Europa trabajaba aún en la agricultura de subsistencia. Impertérrito ante el hecho de que la ciencia que conocía procedía de su práctica de agasajar espléndidamente a míseros profesorcillos cuando tenía fondos, Saint-Simon tenía una confianza ilimitada en el futuro de la ciencia.

Los científicos fueron el primer grupo al que prometió la tierra, considerando que su ascenso político beneficiaría a la humanidad en su conjunto, una proposición que no tiene nada que ver con el hecho de que la mayoría de nosotros prefiramos la medicina científica a la magia o la brujería cuando estamos enfermos. De 1814 en adelante añadió a la nueva élite a burócratas, magistrados y comerciantes, antes de transferir el papel dirigente en la transformación del mundo a los industriels, un término cuyos significados variaron pero siempre colindante con "elementos productivos" que iban desde banqueros a humildes trabajadores. Saint-Simon, un defensor del libre comercio, que pensaba que entronizaría una nueva era de paz, quería que los industriales se hiciesen cargo de la administración del Estado, que quedaría reducida a unas cuantas funciones de policía, puesto que no habría ninguna regulación económica. El Estado se había desarrollado en parte para defender al pueblo contra la Iglesia y sin ella podría disminuir de tamaño sin problema. Más tarde redujo aún más el foco abogando por el gobierno exclusivo de los banqueros... El mundo se convertiría en una empresa multinacional gigante, unificada por los flujos del capital internacional.

En sus elaboraciones finales, el utopismo saintsimoniano consistía en "cámaras" semicorporativistas. La planificación central de inmensos proyectos infraestructurales era responsabilidad de una Cámara de Invenciones, dominada por ingenieros, la nueva clase que unía las dotes y técnicas de hombres de negocios y científicos, cuya futura importancia fue uno de los primeros en percibir. A Saint-Simon le obsesionaban los canales y las redes viarias, que estarían salpicados de vastos jardines, con museos que expondrían los productos naturales e industriales de cualquier localidad dada. La cultura ya nos ería el lujo de unos pocos, sino un instrumento útil para refinar a la masa de la humanidad, pues Saint-Simon fue el primer "ingeniero de almas humanas" que se puso a trabajar con las artes creadoras.


MICHAEL BURLEIGH, Poder Terrenal - Religión y Política en Europa (De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial). Santillana. Taurus. 2005. Págs. 261-266.

(1)Junto con los Rothschild participaron los hermanos Pereira, los discípulos de Saint-Simon, en las primeras construcciones ferroviarias francesas que tuvieron éxito, el ferrocarril de Saint-Germain, inaugurado en 1837, y el del Norte, cuya concesión se otorgó en 1845. Bajo el Imperio aparecieron en primer plano. En 1852 fundaron el Crédit Mobilier, un Banco que reunía capitales para invertirlos principalmente en la construcción de la red ferroviaria francesa, pero que, a la vez, servía al crédito del Estado, fundaba las sociedades del Gas y de los Ómnibus, la Compañía Marítima y los nuevos tranvías de Paris, y lograba, incluso, atraer el extranjero a la esfera de intereses del capital francés, construyendo ferrocarriles en España, Suiza, Austria-Hungría y Rusia. En 1853 fué fundado el Banco de Darmstadt, y en 1855 el Kreditanstalt austriaco, ambos, bajo el modelo del Crédit Mobilier. (Fuente: http://www.eumed.net/cursecon/textos/Sieveking/s4.2.htm

martes, 6 de mayo de 2008

LAS NUEVAS UTOPIAS Y SUS PELIGROS

[Los] múltiples desafíos a la fe cristiana no significaron una adopción total del ateísmo y del materialismo científico militante. Eso fue sólo una opción en un siglo en el que hubo también gente interesada en religiones metafísicas basadas en el desarrollo espiritual individual, el neopaganismo, el ocultismo y las espiritualidades exóticas... Aparte de la aceptación general de la utilidad social de la religión, sobre todo en relación con las masas, había un reconocimiento casi general de que el hombre es un ser fundamentalmente religioso... Al paso del cristianismo a la irreligión (o más bien a las gradaciones infinitas entre las dos) les acompañó el paso paralelo, mucho mayor, del cristianismo a la religión, cuando un instinto religioso mucho más antiguo y más omnipresente que cualquier religión individual descubriese, como el agua, su propio nivel...

Aunque algunos [de los que hicieron una religión de las ideas de perfeccionamiento social] eran individuos con graciosas peculiaridades, el lector perspicaz debería tener en cuenta una tendencia siniestra común a todos ellos. Todos pensaban que la naturaleza humana era buena y al mismo tiempo algo dado, siendo el mal producto de circunstancias sociales que deformaban o reprimían lo que era intrínsecamente bueno en el género humano. Esto era intrínsecamente despótico, porque ¿cuál sería el destino de los que rechazasen las transformaciones que restaurarían esta bondad innata? Un autor francés preguntaba, al final de un folleto escrito en 1840: "¿Y la gente que no quiere esto?". A lo que contestaba: "¿Y si los internados en la Bîcetre [un manicomio] se negasen a tomar baños?". ¿Quién decidiría quiénes eran los locos y quiénes los cuerdos? ¿Quién vigilaría a los guardianes de los "locos morales", el calificativo sombrío aplicado a los inmunes al atractivo de la utopía? ¿Quién determinaba si la gente estaba o no en sintonía con las tendencias históricas mundiales que los utópicos decían percibir?.


MICHAEL BURLEIGH, Poder Terrenal - Religión y Política en Europa (De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial). Santillana. Taurus. 2005. Págs. 261 - 262.

lunes, 5 de mayo de 2008

LOS ORIGENES INTELECTUALES DE CARLOS MARX

En los círculos liberales fue respondiéndose gradualmente a esta resistencia ortodoxa a aceptar la idea de que pudiese hacerse una vez el cielo en la tierra con la idea de una religión de la humanidad. En 1835 el teólogo David Friedrich Strauss publicó su Vida de Jesús, Examinada Críticamente. Strauss era un hegeliano que había acudido a Berlín a sentarse a los pies de su maestro sólo para encontrarse con que había muerto y pensaba que Cristo era la encarnación casual de una idea, concretamente la de la humanidad avanzando hacia la perfección mientras el proceso de la historia alcanzaba su plenitud. Rechazaba la idea ortodoxa de que todo fuese verdad en los Evangelios, lo natural y lo sobrenatural. Consideraba que constituía no una leyenda, es decir, un relato que procediese de los hechos, sino un mito en el que conceptos o estados mentales precedían a la elaboración del relato. Los Evangelios eran una interpretación mitopoeica de la expectativa del pueblo judío de un Mesías: la realidad histórica estaba moldeada para que se ajustara a esa expectativa, que era la razón de que muchos de los milagros de Jesús se correspondiesen con los de Moisés, Eliseo y Elías. Strauss no negaba que Cristo fuese un personaje histórico. El se veía a sí mismo como el Mesías y tal fue la impresión indeleble que produjo que la imaginación comunal de sus seguidores le transformó en el personaje divino y sobrenatural, con la ayuda de los materiales milagrosos del Antiguo Testamento que se proyectaron sobre él. Haciendo uso de un tono de distanciamiento irónico, que enfureció por sí solo a los críticos, se preguntó si el significado y la veracidad del dogma de Cristo se basaban en la fiabilidad histórica de los relatos evangélicos de la vida de Jesús y su milagrosa singularidad. ¿Eran idénticos el Jesús de la historia y el Cristo de la fe? Si la respuesta a estas dos preguntas era "sí", Strauss creía que se podía demostrar la inviabilidad de la tesis cristiana. Su convicción de que "el nacimiento sobrenatural de Cristo, sus milagros, su resurrección y ascensión, constituyen verdades eternas, sean cuales sean las dudas que puedan plantearse sobre su realidad como hechos históricos" hizo poco por disipar el desasosiego generalizado. El escándalo provocado por su obra adoptó la forma de un choque entre las afirmaciones respectivas de la filosofía y la autoridad religiosa, que afectaba también al Estado prusiano.


DAVID FRIEDRICH STRAUSS

Aunque Strauss era políticamente conservador, los intensos debates sobre su obra tuvieron como consecuencias la aglutinación gradual de una serie de "jóvenes hegelianos", uno de los cuales, Bruno Bauer, rechazó los intentos del propio Hegel de conciliar religión y filosofía. El cristianismo había separado, o alienado, al hombre del mundo, haciéndole incapaz de cambiarlo, y haciéndole dependiente de milagros antirracionales. Bauer fue despedido a principios de 1842 de su puesto de profesor en la universidad por hablar en defensa de un destacado editor liberal. Sus acólitos y sus estudiantes de doctorado no tendrían tampoco ninguna posibilidad de hacer carrera en el medio universitario porque aquellos círculos conformistas practicaban habitualmente la atribución de culpa por asociación. Entre los culpables figuraba Karl Marx, que abandonó toda esperanza de promoción académica y recurrió al periodismo pasando a dirigir un periódico en la Renania. La tendencia de etse grupo quedaba clara en la carta de uno de sus seguidores de Colonia: "Si Marx, Bruno Bauer y Feuerbach se unen para fundar una revista teológico-filosófica, Dios haría bien en rodearse de todos sus ángeles y compadecerse de sí mismo, porque es seguro que esos tres le expulsarán de su cielo [...] en cuanto a Marx, la religión cristiana es para él, en realidad, una de las más inmorales que existen.


ESTATUA DE MARX EN LA KARL MARX ALLEE, BERLIN

MICHAEL BURLEIGH, Poder Terrenal - Religión y Política en Europa (De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial).. Santillana. Taurus. 2005. Págs. 258-260.

viernes, 2 de mayo de 2008

LA CULTURA TOMA EL RELEVO DE LA RELIGION

A Arnold le preocupaba, como a muchos otros victorianos, la indiferencia religiosa de la clase obrera en una época en que la democracia de masas era ya discernible para las personas perspicaces. La cultura, es decir, el arte, la poesía, la filosofía, la historia y la ciencia, permitiría a los cristianos volver a conectar con las fuerzas más vitales de la época, suplantando a la vez a la religión como el principal vehículo de mejora ética, dado lo mucho que la religión tenía que difícilmente podía parecer ético. La cultura, entendiendo por ello la novela, la poesía, el arte y la música, reunía las condiciones necesarias para poder convertirse en el sustituto del consuelo religioso para el hombre moderno, aunque, considerando lo mucho que había en aquella cultura de origen religioso, tal vez Arnold subestimase un futuro en el que sus consumidores contemplasen embobados sus Piero della Francesca con auriculares y diapositivas llenando el gran vacío de lo que pasa por educación.

A muchos liberales (y socialistas) les convencieron por entero las críticas científicamente informadas de lo que se consideraba, a veces erróneamente, creencias cristianas esenciales. La ciencia gozaba de creciente prestigio en una época de incesantes descubrimientos, en que la humanidad avanzaba espectacularmente en la comprensión y control del mundo. Era el rasgo más notorio de una fe más amplia en el progreso material indefinido, que chocaba con la idea cristiana de que la vida en la tierra está sometida a intervenciones extratemporales súbitas u ondulares, y que el fin del mundo estaba "próximo". Sectarios aparte, las Iglesias cristianas minimizaron cada vez más los aspectos escatológicos de sus credos para adaptarse a la fe secular dominante de la ápoca, es decir, que el progreso se estaba produciendo en el aquí y ahora. Esto les proporcionó un terreno común con una hueste de partidarios de las mejoras, mientras el cristianismo se convertía en un sistema ético alternativo.

Los científicos, y por extensión los médicos, como el distinguido padre de Flaubert, eran los nuevos héroes, cuya autoridad eclipsaba la de los sacerdotes; de hecho, Francis Galton, primo hermano de Darwin, quería que los científicos se convirtiesen en "un nuevo cuerpo sacerdotal"... Médicos como el personaje de ficción de Émile Zola El doctor Pascal se convirtieron en santos seculares que luchaban contra las fuerzas del oscurantismo religioso...

La realidad de toda batalla es que es confusa y lábil. La ciencia médica venció a los milagros, pero los médicos informados por la religión no abandonaron el campo: se reagruparon más bien para la lucha, como aún siguen haciendo, donde los planteamientos son primoridalmente de valores humanos... Gradualmente, hacia finales de la década de 1870, hasta los candidatos a la ordenación de la Iglesia de Inglaterra que eran agnósticos respecto a los milagros o los nacimientos virginales podían encontrar un obispo dispuesto a ordenarles, siempre que no se sintieran obligados a escandalizar a feligreses más tradicionales. El buen gusto, en último término, garantizó que muchos se adaptasen a la nueva situación, algo inconcebible para las minorías militantes agraviadas de hoy.


WILLIAM BUCKLAND (1)

... Muchos científicos no apreciaban ningún conflicto insuperable entre la ciencia y su propia profesión de fe. Los dos geólogos ingleses más eminentes de su época eran clérigos devotos: los reverendos catedráticos William Buckland de Oxford y Adam Sedwick de Cambridge. Ninguno de ellos tenía dificultad alguna para conciliar sus descubrimientos con la existencia de un creador divino. La lista de genios científicos que eran cristianos incluía personajes como Ampère, Faraday, Lister, Mendel y Pasteur, por mencionar sólo unos pocos, algo que pasan por alto los reduccionistas científicos de hoy que parecen ignorar por completo a sus predecesores menos bidimensionales.


ADAM SEDWICK (2)

La evolución no era una idea nueva, y el cristianismo había continuado su camino sin que le atribulase la afirmación de Anaximandro de Mileto de que todo descendía de los peces. Había ido reconciliándose también gradualmente con las pruebas geológicas de que la Tierra tenía cientos de millones de años de antigüedad. La batalla en torno a Darwin se inición en la reunión de la Asociación Británica del húmedo mes de junio de 1860 en Oxford. Monos y hombres destacaron más en el debate de lo que lo hacían en El Origen de las Especies, donde sólo se mencionaba a ambos en una ocasión. Las pullas sobre los monos y los antepasados de las damas de los principales protagonistas, T.H. Huxley y el obispo "Sam Untuoso" Wilberforce, que defendían respectivamente a la ciencia y la religión, hicieron que se vendiera mucha prensa en una época que se escandalizaba fácilmente...


ANIS DEL MONO, O EL IMPACTO DEL EVOLUCIONISMO EN NUESTRA CULTURA POPULAR (ALGUNOS DICEN QUE EL MONITO RECUERDA MUCHO A RUBALCABA...)

... En la Inglaterra victoriana el clero abandonó gradualmente los intentos de "demostrar" que Dios había colocado perversamente fósiles en las rocas para poner a prueba la fe o de recalcular los años del Antiguo Testamento en cuartos para hacer plausible la asombrosa longevidad de los patriarcas. Pero seguía dispuesto a arremeter contra los científicos cuando opinaban de cuestiones sobre las que sus conocimientos no eran superiores a los de cualquier otro, mientras acomodaban al mismo tiempo cautamente las verdades científicas a su visión del mundo. Algunos eclesiásticos alababan sin reparos a Darwin, a juzgar por un sermón que pronunció en 1879 Stewart Headlam, en el que aseguraba que Dios había inspirado a Lyell o a Darwin y que "nos proporciona ideas mucho más grandes de Dios concebirle haciendo el mundo a través de su Espíritu a lo largo de las eras que imaginarle haciéndolo en unos cuantos días".


CHARLES DARWIN

En 1882 Darwin fue enterrado en la abadía de Westminster con exequias cristianas, mientras los arzobispos de Canterbury y York formaban parte del comité que recaudaba fondos para un monumento en su honor.


MICHAEL BURLEIGH, Poder Terrenal - Religión y Política en Europa (De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial). Santillana. Taurus. 2005. Págs. 252 -255.


NOTAS

(1)WILLIAM BUCKLAND (12 de marzo de 1784, Axminster (Devonshire)-14 de agosto de 1856, clérigo, naturalista, geólogo y paleontólogo británico, que escribió la primera descripción completa de un dinosaurio.

Favorable al creacionismo antiguo de la Tierra y a la teoría del Diluvio Universal, fue convencido de la realidad de las glaciaciones de Loouis Agassiz.

En 1819, como catedrático de Geología en Oxford, Buckland dictó una lección inaugural titulada Vindiciae Geologiae, or the Connection of Geology with Religion, en la que justificaba la nueva ciencia de la geología y la conciliación de las pruebas geológicas con los relatos bíblicos de la Creación y el Diluvio de Noé. Su hipótesis era que la palabra "principio" del Génesis significa un tiempo indefinido entre la creación de la tierra y la creación de sus actuales habitantes, en el que se ha producido una larga serie de extinciones y de sucesivas creaciones de nuevos tipos de plantas y animales.

En 1824, siendo ya presidente de la Geological Society of London, anunció en ella el descubrimiento, en Stonesfield, de los huesos fósiles de un reptil gigante que el llamó Megalosaurus (gran lagarto) y escribió la primera relación completa de lo que luego sería llamado un dinosaurio.

En diciembre de 1825 contrajo matrimonio con Mary Morland de Abingdon, de Oxfordshire, consumada ilustradora y coleccionista de fósiles. Su luna de miel fue un año de gira por Europa, con visitas a los principales geólogos y a los yacimientos geológicos. Su esposa colaboró en su trabajo, a la vez que le dio nueve hijos, cinco de los cuales sobrevivieron para llegar a la edad adulta (igualito que hoy, vamos...). En una ocasión, Mary le ayudó a descifrar las huellas que se encontraban en una losa de piedra arenisca, cubriendo la mesa con pasta mientras que depositaba sobre la masa a su mascota, una tortuga, lo que confirmó su intuición de que las huellas fósiles que estudiaba eran marcas dejadas por tortugas.

En 1826 fue el descubridor de la Red Lady of Paviland en el País de Gales, yacimiento en el que se encuentran los más antiguos restos humanos encontrados en el Reino Unido hasta la fecha.

En 1832 presidió la segunda reunión de la British Association, que se celebró en Oxford. Contribuyó con un volumen a la serie de ocho titulada The Bridgewater Treatise. On the Power, Wisdom and Goodness of God, as manifested in the Creation, lo que le supuso casi cinco años de trabajo; el volumen, titulado Geology and Mineralogy, considered with reference to Natural Theology, fue publicado en 1836.

Amigo del primer ministro Tory, Sir Robert Peel, preparó en cooperación con Adam Sedwick y Charles Lyell el informe para el establecimiento del Servicio Geológico de Gran Bretaña.

Después de que se interesó en la teoría de Louis Agassiz sobre que el pulido y estriado de rocas, así como los materiales transportados, habían sido causados por antiguos glaciares, viajó a Suiza en 1838 para conocer a Agassiz y verle por sí mismo. Estaba convencido y recordó lo que había visto en Escocia, Gales y en el norte de Inglaterra, pero había atribuido a los efectos del diluvio. Cuando Agassiz llegó a Gran Bretaña para una reunión en Glasgow de la British Association en 1840, se trasladaron en una amplia gira por Escocia y allí encontró pruebas de la antigua glaciación. En ese año Buckland se había convertido en presidente de la Geological Society, y a pesar de su reacción hostil cuando se había presentado la teoría, se convenció de que la glaciación había sido el origen de gran parte de los depósitos de materiales que cubrían Gran Bretaña.

En 1845 fue nombrado por Sir Robert Peel para ocupar la vacante del decanato de Westminster y fue, poco después, inducido a residir en Islip, en las cercanías de Oxford, una prebenda aneja al decanato. Buckland se involucró en la reparación y conservación de la Abadía de Westminster y en la prédica de sermones adecuados para la población rural de Islip, a la vez que continuaba sus conferencias sobre Geología en Oxford. En 1847 fue nombrado administrador del Museo Británico, y en 1848 se le concedió la Medalla Wollaston, de la Sociedad Geológica de Londres.

Hacia finales de 1849 contrajo una enfermedad debilitante que le causaría la muerte en 1856. El emplazamiento de su tumba había sido previsto, pero cuando el sepulturero se puso a trabajar se encontró con un afloramiento de roca caliza sólida del Jurásico justo por debajo del nivel del suelo y con explosivos listos para ser utilizados para la excavación. Esto pudo haber sido una broma ideada por el geólogo, que recuerda a la Elegía de Richard Whatley destinada al Profesor Buckland, escrita en 1820:

Cuando veamos a nuestro gran profesor morir
Diremos ¿Que en paz descansen sus huesos?
Si le enterramos en un rocoso sepulcro
se levantará y romperá las piedras
Y examinará cada estrato de alrededor
Porque él estará en su elemento.

(Fuente: Wikipedia)

(2)ADAM SEDWICK (22 de marzo de 1785, Dent, Yorkshire - 27 de enero de 1873, Cambridge, Cambridgeshire). Geólogo británico. Sedgwick fue uno de los fundadores de la geología moderna. Estudió los estratos geológicos del Devónico y el Cámbrico.

Nacido en Dent, en el condado de Yorkshire, Sedgwick realizó sus estudios en el Trinity College de la Universidad de Cambridge, donde será nombrado profesor de Geología en 1818.

Su clasificación de ciertos estratos geológicos en el Cámbrico fue objetada por su amigo y colaborador Roderick Murchison, quien las consideró parte del Silúrico. En 1879 Charles Lapworth resolvió la polémica creando un nuevo sistema, el Ordovícico para tales estratos.

Adam Sedgwick fue profesor de Charles Darwin, con quien mantuvo una larga correspondencia. Aunque Sedgwick no aceptó las ideas contenidas en El Origen de las Especies, mantuvo la amistad con Darwin hasta su muerte.

Sedgwick recibió la medalla Copley en 1863 y la medalla Wollaston de la Geological Society of London en 1851. (Fuente: Wikipedia)

jueves, 1 de mayo de 2008

LA ALIANZA DEL ALTAR Y LA CAJA FUERTE

A la vieja alianza del trono y el altar la sustituyó después de 1848 la alianza del altar y de la caja fuerte (...). Nunca fue una relación tan cordial como había sido la de la Iglesia y la aristocracia o la monarquía durante el Antiguo Régimen porque era explícitamente instrumental por ambas partes. En octubre de 1848 un sacerdote parisino informó al obispo de Autun de una reunión con unos industriales y propietarios en el curso de la cual el sacerdote había comentado que la única base de la propiedad privada era que los mandamientos condenaban el robo, mientras que las recompensas para los pobres se aplazaban hasta la otra vida. Esto había dejado pensativos a los millonarios. El sacerdote continuaba diciendo:

"Desde entonces dos de la empresa (incluido el industrial) han venido a buscarme y han iniciado discusiones sobre religión, de las que espero, con la gracia de Dios, los mejores resultados. Así es como son las cosas con la burguesía: nos ayudará como un contrapeso a doctrinas que teme, y como una especie de policía espiritual, llamada a conseguir el respeto a las leyes que la benefician. Pero ése es el límite de su estima y de la confianza que depositan en nosotros".


MICHAEL BURLEIGH, Poder Terrenal - Religión y Política en Europa (De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial). Santillana. Taurus, 2005. Págs. 244-245