lunes, 19 de mayo de 2008

DIOS, MARX, Y FEUERBACH

Marx, vástago de una distinguida familia rabínica cuyo padre se había convertido al protestantismo para poder ejercer la abogacía, había albergado la esperanza de poder hacer carrera en el medio académico, pero, debido a sus vínculos con los "jóvenes hegelianos" disidentes, su destino en la vida serían el periodismo y la escritura, aunque nunca abandonase la idea sumamente romántica del poder de la (su) filosofía para transformar el mundo. Cuando el gobierno prusiano prohibió la Rheinische Zeitung (que él dirigía) a principios de 1843, Marx y su novia Jenny se fueron a París, donde él se puso a trabajar en una nueva publicación llamada Deutsch-französische Jahrbücher (Anales francoalemanes) .


KARL MARX

Los "jóvenes hegelianos" eran una agrupación laxa de los que hacían hincapié en las potencialidades subversivas del pensamiento del difunto filósofo prusiano. La Vida de Jesús de Strauss fue el estímulo inmediato para esos debates. En Marx, lo mismo que en muchos otros, influyeron también los escritos de Ludwig Feuerbach, un acaudalado investigador autónomo. La esencia de la "crítica transformadora" de Feuerbach era que "A no es nada más que B" (1). En La esencia del cristianismo sostenía que la religión era una forma alienada de conciencia humana, un efecto acústico derivado de la propia voz del hombre. Dios era una proyección de las necesidades de la especie humana; un Dios consolador sólo reflejaba la necesidad de consuelo del género humano. Dios no deseaba la Historia como parte de Su autorrealización, sucedía más bien que el Hombre creaba a Dios a partir de su propio autoconocimiento. "La personalidad de Dios no es más que la personalidad proyectada del Hombre". En una inspección más detenida, Dios era una mezcla peculiar de la omnisciencia metafísica asignada a él por los teólogos y características muy humanas de la fe religiosa popular, como la aflicción, el amor, el sufrimiento, etcétera. Dios no era más que el Hombre contemplando su propia imagen en un infinito de espejos...



LUDWIG FEUERBACH

Marx depuró las reflexiones de Feuerbach sobre la alienación humana considerando la religión como la manifestación ideológica de las formas concretas de la producción y el orden social que las acompañaban, cuya culminación era un mundo capitalista en que los hombres se habían convertido en sombras que revoloteaban en medio de meras cosas que habían asumido mayor sustancialidad a pesar de muchas de ellas eran abstracciones como el dinero o el crédito. El término elegante para este proceso es "reificación", aunque no necesitamos detenernos en complejidades laberínticas que sólo atraen a cierta generación de académicos.

La religión era "el sol ilusorio que gira alrededor del hombre mientras el hombre aún no gira alrededor de sí mismo". En un ensayo de 1843 Marx hizo una descripción célebre de la religión como: "El suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, el alma de un entorno sin alma. Es el opio del pueblo". No era una idea demasiado nueva sobre la religión, aunque la alusión a la droga por la que los británicos habían ido a la guerra en China entre 1839 y 1842 le otorgase resonancia contemporánea. Había dejado de tener importancia que la religión fuese verdadera o falsa; lo importante era la función social que supuestamente desempeñaba enmascarando la existencia material con un "gozo ilusorio". Su función era paliativa; no abordaba la enfermedad subyacente, así que no podía ser una cura. Por supuesto, podría argumentarse que Feuerbach y Marx, como Comte, estaban simplemente sustituyendo al Dios cristiano por la Humanidad. Ese fue el meollo de la crítica que realizó en 1844 Max Stirner, un polemista ateo del grupo de los "jóvenes hegelianos" que escribió:

"La religión humana no es más que la última metamorfosis de la religión cristiana [...] separa mi esencia de mí y la sitúa encima de mí [...] exalta al "Hombre" en la misma medida en que lo hace cualquier otra religión con su Dios o su ídolo [...] convierte lo que es mío en algo ultramundano [...] en suma [...] me sitúa debajo del Hombre y crea para mí una vocación".


MARX EN SU ANCIANIDAD

Marx, al eliminar los puntales idealistas y teológicos de lo que se consideraba una filosofía apolicada radical posreligiosa, se desprendía de las ideas y la moral como potencias en el mundo, sustituyéndolas por fuerzas materiales y por la lucha de clases. La banal "ideología" (el término utilizado para designar la ética, la metafísica, la religión y demás) perdió toda independencia respecto a las corrientes más profundas de las fuerzas productivas materiales. Feuerbach había resuelto supuestamente la cuestión religiosa de modo definitivo. Una afirmación cuestionable seguida de cerca por otra, ninguna de las cuales soportaba un examen científico serio. La realidad social y humana básica pasó a ser la lucha de clases, que determinaba supuestamente todo el proceso histórico, que culminaba con la proposición prometeico-proletaria: "Yo no soy nada y debería serlo todo". La lucha no era ya contra dioses inexistentes, sino contra los ídolos del fetichismo de la mercancía.

La cuestión más bien académica de lo que debió el marxismo a los debates teológicos alemanes tiene que plantearse dentro del marco mucho más amplio de la deuda inconsciente del marxismo con lo que Marx y sus seguidores desdeñaron como narcóticos religiosos sin base. Después de todo, Marx pretendió que no estaba condicionado por prejuicios de valoraciones y juicios morales, pero toda su obra estaba empapada de ambos. ¿Proceden de la explotación todos los antagonismos de clase? Y ¿no es explotación un juicio moral? Puede que lo que Marx aseguraba que eran predicciones científicas fuesen poco más que profecías mesiánicas, que daban tanto al profeta como a sus discípulos "la seguridad de las cosas que había que esperar", aunque las profecías hayan resultado casi todas desastrosamente erróneas...

Es relativamente fácil trasponer algunos de los términos clave de la tradición judeocristiana al marxismo: "conciencia" (alma); "camaradas" (fieles); "capitalista" (pecador); "demonio" (contrarrevolucionario); "proletariado" (pueblo elegido) y "sociedad sin clases" (paraíso). Las clases dirigentes iban también a enfrentarse a una forma revolucionaria de "Juicio Final" (...). Pero había correspondencias no reconocidas mucho más profundas, entre ellas la nostalgia de una unidad perdida, la creencia de que el tiempo era lineal (los antiguos pensaban que era cíclico), que el logro de una conciencia superior traía la salvación y que la Historia progresaba con su sentido y finalidad evidentes para la vanguardia culta e informada.

Aunque los marxistas prescindían de un Dios capaz de intervenir en este mundo, su esquema de la Historia reproducía la escatología judeocristiana, con lo que era bueno y perfecto sólo visible en el principio y el final de relato. Si la versión religiosa del Tiempo abordaba lo que ocurría entre la Caída de Adán y el Apocalipsis, para los marxistas el Tiempo comenzaba con la Gran Expropiación, cuando la sociedad de clases sustituía al comunismo primitivo y comenzaba la alienación del hombre, y acabaría con una revolución global que restauraría al hombre en una versión aún más elevada de su humanidad no alienada: "Sabemos que la nueva forma de producción social, para conseguir la buena vida, sólo necesita nuevos hombres". Después de la Revolución-Apocalipsis surgiría este Nuevo Hombre, basado en la reintegración de la autoexpresión (o "trabajo") y el pensamiento hasta entonces alienados, dado que el objetivo de la revolución-apocalipsis era restaurar esa armonía perdida. Había otras correspondencias notorias. Para los cristianos y los judíos las personalidades bíblicas son no sólo "personajes" sino "tipos" simbólicos que realizan o prefiguran funciones cruciales dentro del plan divino de las cosas. Del mismo modo, para los marxistas, las sociedades menos desarrolladas se supone que emulan las pautas históricas ya reveladas en la más avanzadas, aun en el caso de que este curso parezca catastrófico, mienstras que los individuos históricos reales pasan a ser transferibles como "cromwells", "dantones", etcétera, a través de las eras históricas. Los regímenes comunistas hacían algo muy parecido con el caudillo de los esclavos Espartaco o el fanático anabaptista Thomas Müntzer, ejemplares y precursores de sus propias realidades antiheróicas a los que se dotaba de un halo romántico.


EL NUEVO HOMBRE DEL MARXISMO (EN ESTE CASO, LA NUEVA MUJER)


En el despliegue del esquema marxista de la historia, lo mismo que en la escatología cristiana, había contingencias y reveses, aunque éstos eran consecuencia de la resistencia de las fuerzas de la reacción, que actuaban como obstáculos arrojados en el camino del hombre por ptencias diabólicas.

Por supuesto, podría objetarse que el énfasis cristiano en el otro mundo, y la impotencia del hombre frente a una deidad todopoderosa, hace inútiles en el mejor de los casos estas comparaciones con el marxismo, que se proponía comprender y transformar el mundo. De hecho, el marxismo consistió en incorporar lo que el cristianismo había conseguido empujar desde san Agustín hacia los márgenes heterodoxos con la certidumbre de la versión ortodoxa. El marxismo combinó la seguridad de que todo estaba operando de acuerdo con las disposiciones de las versiones secularizadas de poderes superiores con la creencia sectaria gnóstica de que el elegido mesiánico que había comprendido esas leyes estaba moralmente titulado para destruir la sociedad existente (que carecía por completo de virtud) con la finalidad de conseguir el paraíso en la tierra. Los comunistas, como los milenaristas medievales o los fanáticos protestantes del principio de la era moderna, asumieron la tarea de realizare el cielo en la tierra a través de la violencia transformadora: ese ejercicio de matanza lamentable pero necesaria que asesinaría a 80 o 100 millones de personas en el siglo XX. Los milenaristas medievales, como los marxistas, creían que serían capaces de sacar al hombre de un "nivel oscurecido del ser" reintegrándole con éxito a la luz. Cuando Marx pasó a explicar cómo el proletariado se había convertido en la clase salvadora, tuvo que recurrir, tal vez bastante apropiadamente al concepto gnóstico de "pneumática" (2) y habló misteriosamente de "ese aliento del espíritu". Porque de otro modo era difícil explicar cómo, si el proletariado era el sujeto creador de la historia, sólo había surgido en el siglo del propio Marx...




VIOLENCIA TRANSFORMADORA: EL YUNQUE OBRERO DISPARA BALAS REVOLUCIONARIAS

MICHAEL BURLEIGH. Poder Terrenal - Religión y Política en Europa (De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial). Santillana, Taurus. 2005. Págs. 289-293.

NOTAS:

(1)
Estos son los resultados del idealismo alemán y su increíble alejamiento de los humildes hechos de la realidad. Incluso el principio de identidad queda destruido. Esta es la primera condición para la revolución: la destrucción de las categorías elementales del pensamiento.

(2) Según determinados gnósticos como Basílides, toda evolución viva consiste en una diferenciación y una separación, en un desglose de materias originalmente mezcladas". Y es que, en el mundo, materia y espíritu, los dos principios, no están separados radicalmente. El mundo material es un reflejo del mundo espiritual, su arquetipo. Por encima de todo, en lo alto, reina el Espíritu (Logos), pensamiento divino consciente de sí mismo. Por debajo está el pensamiento inconsciente de sí mismo aunque de esencia espiritual pura (el pneuma). Es como el alma del mundo que circunda el universo terrestre (lo que sería el Espíritu Santo cristiano). Luego viene una parte diferente al alma del mundo material sólo en grado, es el éter.