miércoles, 7 de mayo de 2008

EL POSITIVISMO Y SAINT-SIMON


CLAUDE-HENRI DE ROUVROY, CONDE DE SAINT-SIMON (1760-1825)

Bajo el Segundo Imperio, en el que no se permitía abiertamente la oposición política, las logias masónicas se convirtieron en importantes sedes de discusión política. La lista de masones que se convirtieron en personajes políticos destacados durante la Tercera República [Francesa] es impresionante... La masonería había incorporado inicialmente la creencia en un ser supremo; de hecho la afirmación de la existencia de Dios se había incorporado explícitamente a la constitución de 1849 de la logia del Gran Oriente de Francia. En la década de 1870 la masonería se había hecho mucho más anticlerical y librepensadora, lo que aparece simbolizado en la decisión de la misma logia de eliminar la cláusula a que acabamos de referirnos. Las logias eran grupos de presión en favor de causas republicanas; redes de beneficencia rivales y redes que eran útiles para conseguir nombramientos y ascensos para los suyos y negárselos a los católicos. Mucha gente de clase media se adhirió también a una cosa llamada "positivismo", un credo que hoy día casi todo el mundo ha olvidado, aunque su lema "Orden y Progreso" aún figure en la bandera nacional del Brasil.

El positivismo era la creencia en el tipo de conocimiento seguro que se podía obtener específicamente a través de la ciencia. Sus orígenes inmediatos se hallaban en el círculo de Idéologues del periodo del Directorio que querían crear una moral secular y científica y una élite ilustrada que dirigiría el gobierno y la sociedad, con la empresa productiva como el gran remedio para superar la herencia de conflicto social agudo que había dejado la Revolución.

Los Idéologues napoleónicos y del Directorio influyeron en el conde Claude Henri Rouvroy de Saint-Simon, o Saint-Simon para abreviar, que había luchado en la guerra de la independencia de las colonias inglesas de América, había estado en México, donde había propuesto cortar el istmo con un canal, y había regresado a Francia donde había escapado por muy poco a la ejecución bajo el Terror. Posteriormente, después de ganar, y perder, mucho dinero, inició una carrera como escritor afablemente descabellado. En 1820 fue detenido por haber dicho en un folleto que tras la pérdida de ciencuenta de los mejores artistas, banqueros, industriales y científicos de cada campo sería catastrófica, Francia no lamentaría la pérdida de las treinta mil personas que formaban su jerarquía, la monarquía, los rentistas, el clero, etcétera, porque el buen conde podía ser bastante despreocupado con las vidas de los hombres del pasado, una característica que compartía con otros utópicos. Esta idea, que distaba mucho de ser original, coincidió con el asesinato del duque de Berry, que había figurado en la lista de aquellos a los que "no se echaría de menos". El juicio y la absolución de Saint-Simon le convirtieron en una celebridad. En 1823, un período en el que el genio vivía en una penuria lastimosa rodeado de libros, papeles, mendrugos de pan, ropa sucia y un entorno estrafalario, decidió suicidarse. Cargó un revólver con siete balas y sacó el reloj, para poder pensar sobre la reorganización de la sociedad hasta el final. Se acertó con seis de las balas en la cabeza (erró en la séptima) pero, aparte de una que le hizo perder un ojo, las otras sólo le rozaron el cuero cabelludo. Cuando llegó el médico y le encontró inclinado sobre una palangana de la que la sangre rebosaba, Saint-Simon le recibió diciendo: "Explícame esto, mi querido Sarlandiere, un hombre con siete balas en la cabeza aún puede vivir y pensar".

Saint-Simon se creía un genio. Su criado debía estar de acuerdo con él, porque le despertaba todas las mañanas diciéndoles: "Levantaos, señor conde, tenéis que hacer grandes cosas hoy". Es probable que su condición mental frágil y desordenada sea lo que explique su obsesión por el orden, la planificación y las teorías totalizantes, algo aún más exponencial en el caso de su discípulo renegado Auguste Comte, que estaba aún más loco que su díscolo maestro.

Saint-Simon fue el gurú de gurúes de todas las futuras soluciones burocráticas de los problemas sociales y una de las tempranas luces de la planificación central socialista europea, a través de la cual tanta desdicha se infligió a tantos. Además de eso, fue el antepasado de los que buscan un gobierno global, parlamentos mundiales y paz mundial, la manifestación contemporánea de la herencia utópica... Mientras banqueros millonarios publicaron póstumamente sus obras completas y pagaron para la conservación de su tumba en el cementerio de Père-LAchaise, los soviéticos erigieron un obelisco en su memoria en Moscú. Si a los primero les gustó su idea de una "aristocracia del talento", a los segundos les gustó más su división de la humanidad en abejas obreras productivas y zánganos parásitos eliminables. El "socialismo"de Saint-Simon rechazaba la igualdad y alababa el beneficio. Sus doctrinas dejaron huella (él decía que las ideas eran como el olor persistente del almizcle) en proyectos como el Crédit Mobilier (1), las redes ferroviarias europeas y el canal de Suez de Lesseps. Fue durante el régimen de Napoleón III cuando se hizo más patente la influencia local de Saint-Simon.

Lo mismo que Saint-Simon no era exigiente respecto a qué autócrata podía aplicar sus planes, su pensamiento era también ecléctico y estaba abierto a influencias ideológicas sorprendentes... Saint-Simon tomó mucho de los ultrareaccionarios De Bonald y De Maistre, poniéndolo al servicio de la burguesía liberal que detestaba el régimen pasado de moda de los aristócratas y el clero que éstos habían alabado. Los admiradores dicen que Saint-Simon era un aristócrata filantrópico que se esforzaba por adaptarse a lo que consideraba con acierto el advenimiento de la era de la ciencia y la industria, una visión extraordinariamente clarividente, como se demostró, pues escribió en una época en que la mayor parte de la población de Europa trabajaba aún en la agricultura de subsistencia. Impertérrito ante el hecho de que la ciencia que conocía procedía de su práctica de agasajar espléndidamente a míseros profesorcillos cuando tenía fondos, Saint-Simon tenía una confianza ilimitada en el futuro de la ciencia.

Los científicos fueron el primer grupo al que prometió la tierra, considerando que su ascenso político beneficiaría a la humanidad en su conjunto, una proposición que no tiene nada que ver con el hecho de que la mayoría de nosotros prefiramos la medicina científica a la magia o la brujería cuando estamos enfermos. De 1814 en adelante añadió a la nueva élite a burócratas, magistrados y comerciantes, antes de transferir el papel dirigente en la transformación del mundo a los industriels, un término cuyos significados variaron pero siempre colindante con "elementos productivos" que iban desde banqueros a humildes trabajadores. Saint-Simon, un defensor del libre comercio, que pensaba que entronizaría una nueva era de paz, quería que los industriales se hiciesen cargo de la administración del Estado, que quedaría reducida a unas cuantas funciones de policía, puesto que no habría ninguna regulación económica. El Estado se había desarrollado en parte para defender al pueblo contra la Iglesia y sin ella podría disminuir de tamaño sin problema. Más tarde redujo aún más el foco abogando por el gobierno exclusivo de los banqueros... El mundo se convertiría en una empresa multinacional gigante, unificada por los flujos del capital internacional.

En sus elaboraciones finales, el utopismo saintsimoniano consistía en "cámaras" semicorporativistas. La planificación central de inmensos proyectos infraestructurales era responsabilidad de una Cámara de Invenciones, dominada por ingenieros, la nueva clase que unía las dotes y técnicas de hombres de negocios y científicos, cuya futura importancia fue uno de los primeros en percibir. A Saint-Simon le obsesionaban los canales y las redes viarias, que estarían salpicados de vastos jardines, con museos que expondrían los productos naturales e industriales de cualquier localidad dada. La cultura ya nos ería el lujo de unos pocos, sino un instrumento útil para refinar a la masa de la humanidad, pues Saint-Simon fue el primer "ingeniero de almas humanas" que se puso a trabajar con las artes creadoras.


MICHAEL BURLEIGH, Poder Terrenal - Religión y Política en Europa (De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial). Santillana. Taurus. 2005. Págs. 261-266.

(1)Junto con los Rothschild participaron los hermanos Pereira, los discípulos de Saint-Simon, en las primeras construcciones ferroviarias francesas que tuvieron éxito, el ferrocarril de Saint-Germain, inaugurado en 1837, y el del Norte, cuya concesión se otorgó en 1845. Bajo el Imperio aparecieron en primer plano. En 1852 fundaron el Crédit Mobilier, un Banco que reunía capitales para invertirlos principalmente en la construcción de la red ferroviaria francesa, pero que, a la vez, servía al crédito del Estado, fundaba las sociedades del Gas y de los Ómnibus, la Compañía Marítima y los nuevos tranvías de Paris, y lograba, incluso, atraer el extranjero a la esfera de intereses del capital francés, construyendo ferrocarriles en España, Suiza, Austria-Hungría y Rusia. En 1853 fué fundado el Banco de Darmstadt, y en 1855 el Kreditanstalt austriaco, ambos, bajo el modelo del Crédit Mobilier. (Fuente: http://www.eumed.net/cursecon/textos/Sieveking/s4.2.htm