En los círculos liberales fue respondiéndose gradualmente a esta resistencia ortodoxa a aceptar la idea de que pudiese hacerse una vez el cielo en la tierra con la idea de una religión de la humanidad. En 1835 el teólogo David Friedrich Strauss publicó su Vida de Jesús, Examinada Críticamente. Strauss era un hegeliano que había acudido a Berlín a sentarse a los pies de su maestro sólo para encontrarse con que había muerto y pensaba que Cristo era la encarnación casual de una idea, concretamente la de la humanidad avanzando hacia la perfección mientras el proceso de la historia alcanzaba su plenitud. Rechazaba la idea ortodoxa de que todo fuese verdad en los Evangelios, lo natural y lo sobrenatural. Consideraba que constituía no una leyenda, es decir, un relato que procediese de los hechos, sino un mito en el que conceptos o estados mentales precedían a la elaboración del relato. Los Evangelios eran una interpretación mitopoeica de la expectativa del pueblo judío de un Mesías: la realidad histórica estaba moldeada para que se ajustara a esa expectativa, que era la razón de que muchos de los milagros de Jesús se correspondiesen con los de Moisés, Eliseo y Elías. Strauss no negaba que Cristo fuese un personaje histórico. El se veía a sí mismo como el Mesías y tal fue la impresión indeleble que produjo que la imaginación comunal de sus seguidores le transformó en el personaje divino y sobrenatural, con la ayuda de los materiales milagrosos del Antiguo Testamento que se proyectaron sobre él. Haciendo uso de un tono de distanciamiento irónico, que enfureció por sí solo a los críticos, se preguntó si el significado y la veracidad del dogma de Cristo se basaban en la fiabilidad histórica de los relatos evangélicos de la vida de Jesús y su milagrosa singularidad. ¿Eran idénticos el Jesús de la historia y el Cristo de la fe? Si la respuesta a estas dos preguntas era "sí", Strauss creía que se podía demostrar la inviabilidad de la tesis cristiana. Su convicción de que "el nacimiento sobrenatural de Cristo, sus milagros, su resurrección y ascensión, constituyen verdades eternas, sean cuales sean las dudas que puedan plantearse sobre su realidad como hechos históricos" hizo poco por disipar el desasosiego generalizado. El escándalo provocado por su obra adoptó la forma de un choque entre las afirmaciones respectivas de la filosofía y la autoridad religiosa, que afectaba también al Estado prusiano.
DAVID FRIEDRICH STRAUSS
Aunque Strauss era políticamente conservador, los intensos debates sobre su obra tuvieron como consecuencias la aglutinación gradual de una serie de "jóvenes hegelianos", uno de los cuales, Bruno Bauer, rechazó los intentos del propio Hegel de conciliar religión y filosofía. El cristianismo había separado, o alienado, al hombre del mundo, haciéndole incapaz de cambiarlo, y haciéndole dependiente de milagros antirracionales. Bauer fue despedido a principios de 1842 de su puesto de profesor en la universidad por hablar en defensa de un destacado editor liberal. Sus acólitos y sus estudiantes de doctorado no tendrían tampoco ninguna posibilidad de hacer carrera en el medio universitario porque aquellos círculos conformistas practicaban habitualmente la atribución de culpa por asociación. Entre los culpables figuraba Karl Marx, que abandonó toda esperanza de promoción académica y recurrió al periodismo pasando a dirigir un periódico en la Renania. La tendencia de etse grupo quedaba clara en la carta de uno de sus seguidores de Colonia: "Si Marx, Bruno Bauer y Feuerbach se unen para fundar una revista teológico-filosófica, Dios haría bien en rodearse de todos sus ángeles y compadecerse de sí mismo, porque es seguro que esos tres le expulsarán de su cielo [...] en cuanto a Marx, la religión cristiana es para él, en realidad, una de las más inmorales que existen.
ESTATUA DE MARX EN LA KARL MARX ALLEE, BERLIN
MICHAEL BURLEIGH, Poder Terrenal - Religión y Política en Europa (De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial).. Santillana. Taurus. 2005. Págs. 258-260.