La afirmación de que la socialdemocracia era una religión sustituta la hicieron en la época adversarios como el jesuita alemán que escribió en 1878: "Como el hombre ha de tener una religión, el socialismo se ha convertido en la religión de los trabajadores ateos, especialmente en las regiones protestantes". Los críticos protestantes acusaban a los socialistas de intentar establecer "un cielo en la tierra", mediante el fuego y la espada como los anabaptistas del Münster del siglo XVI. Pero eso no era algo que atribuyesen simplemente a los socialistas sus adversarios, sino algo que afirmaban ellos mismos a menudo. En la clausura del congreso del partido de 1890 en Halle, uno de los padres fundadores, Wilhelm Liebknecht, decía:
"Si por la ley socialista hicimos con agrado los mayores sacrificios, dejamos que se destruyera nuestra familia y nuestra existencia, nos separamos de la mujer y los hijos durante años, todo por servir a la causa, en ese caso era también una religión, pero no la religión clericalista, sino la religión humanista. Se trataba de la creencia en la victoria del bien y de las ideas, de la convicción inquebrantable, de la creencia firme en que la justicia debe vencer y la injusticia caer. No podemos perder nunca esta religión, pues está unida al socialismo".
El socialismo parecía una religión en diversos aspectos y por diversas razones. Hasta los socialistas que rechazaban la religión en favor del darwinismo y el marxismo se apoyaban en la tradición judeocristiana para conceptos como "cielo" o "salvación", por no hablar de la retórica más potente que tenían a mano... los materialistas científicos solían parecer en todas partes miembros de sectas religiosas proselitistas. Como explicaba en vano el ateo Liebknecht: "Yo diría, siempre que no se interprete mal la palabra 'religión', que el socialismo es al mismo tiempo una religión y una ciencia, que está arraigado en la mente y en el corazón". La retórica basada en la tradición religiosa puede también que hiciese al SPD menos objetable para electores nuevos como las "mujeres" o los "campesinos" católicos de la Alemania meridional y occidental. Pero, aparte de estos usos contextuales o instrumentales de imágenes y palabras religiosas, la socialdemocracia satisfacía necesidades humanas y cumplía funciones normalmente asociadas con una religión. El lenguaje y la imaginería visual estaban saturados de ángeles y de personas felices que avanzaban bañados por los cálidos rayos del "amanecer de la historia del mundo".
El contacto con los principios básicos de la fe llevaba a los trabajadores a comentar: "Vi el mundo con ojos completamente distintos". El socialismo daba a los más inseguros, marginados y vulnerables lo más valioso: esperanza de que el futuro se decantaría por el bien, ya que cartografiaba un camino que permitía curzar a través del caos y la oscuridad dominantes hacia la luz cálidamente tranquilizadora. Convertía aspiraciones y sentimientos, fuesen de envidia o camaradería, en lo que se presentaba como conocimiento científicamente fundamentado, lo que permitía a los trabajadores combatir el monopolio que tenía de la cultura la burguesía con un breve repertorio de fórmulas estandarizadas. Aportaba a la vida del individuo un contenido superior, dignidad moral y además una comunidad sustituta formada por los consagrados a la causa y verdaderamente informados. Simplificaba las complejidades morales en un mundo de lealtades fáciles; podías odiar o estar resentido con buena conciencia porque te habías sometido a las necesidades superiores de un movimiento que trascendía los escrúpulos de conciencia. Sinalmente, el socialismo prometía saltos del "mundo de la necesidad al de la libertad", que desafiaban la realidad y que, considerados fríamente, eran tan improbables como la creencia en que se podía alimentar a miles con unos cuantos panes y unos peces o caminar sobre las aguas. El final del mundo existente no se produciría en forma de apocalipsis divino sino como consecuencia de leyes inmanentes a los procesos productivos, pero sería de todos modos un apocalipsis. Se le llamaba "Juicio Final" revolucionario. En la evolución de la sociedad hacia el Estado revolucionario final surgiría un "nuevo hombre" que poblaría la era postapocalíptica. Esta visión debía poco a la "ciencia" y mucho a la escatología religiosa.
Los lectores pueden objetar que el socialismo apareció con diversos atuendos y talantes. Igual que el protestantismo. Lo mismo que los protestantes burgueses liberales habían abandonado los aspectos más espectacularmente escatológicos de su fe, al acomodarse a la ciencia y la crítica modernas, algunos socialistas dejaron de insistir en el apocalipsis revolucionario que daría presuntamente paso a la utopía, en favor de una valoración moderna de reformas prácticas progresivas, que se podían conseguir sin oponerse al sistema existente.
MICHAEL BURLEIGH, Poder Terrenal - Religión y Política en Europa (De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial). Santillana. Taurus. Págs. 311-313.