martes, 15 de diciembre de 2009

Salvo Montalbano: un Ulises de andar por Sicilia

A Salvo Montalbano, el detective, personaje de las novelas de Andrea Camilleri (ya me da miedo decir que es famoso: siempre descubro que el personal ni se cosca de qué hablo a veces) le tengo más visto que leído. Y es que la RAI lleva años filmando las historias de este Ulises siciliano. De modo que, cuando pienso en él, ya no puedo evitar asociarlo con la maciza figura y la cabeza rapada, un tanto musoliniana (pero sólo me refiero al aspecto de la testa) de Luca Zingaretti, el gran actor italiano que da vida ante las cámaras al personaje novelesco. He leído algunos relatos de Camilleri, porque es una vergüenza no probar la letra si te gustó la música. Hay ingenio, intensidad, conocimiento del medio (jajaja, ¡dios mío! ¡la LOE hace estragos incluso en mí!) y algo que me parece importante, porque está en la ética (real) del italiano, y sospecho que también del hispano: un sentimiento de fatalidad, de inevitabilidad del destino, que hace que este hombre duro, honesto, profundamente desconfiado ante sus superiores y todo cuanto huela siquiera vagamente a política, marxista arrepentido o quizá enfriado, y que a menudo se las arregla para usar la ley, los políticos, los mafiosos, y todo cuanto tiene a mano para, si la justicia oficial no es posible, por lo menos lograr una justicia divina o poética, o la justicia del hombre bueno, a quien no le importa que el mundo se alíe en su contra, porque él hará que lo que ha de ser, sea.... digo, que hace que este Ulises siciliano, postmoderno, de testa pelada al cero, zapatos de diseño, vestido de Adolfo Dominguez (o algo así, que yo de trapitos no entiendo...), pero que en el fondo de su ser es un hijo de campesino, un hombre del pueblo, un amante de la riquísima cocina popular italiana, un hijo de la Italia que se desmorona política y moralmente mientras vive del milagro, de su industria norteña y de su historia maravillosa, fascinante, enloquecedora y admirable, de su atracción perenne, de su encanto irresistible... ¡¡digo, y nunca acabo de decirlo!! que este hombre, que podría ser un triunfador si fuera menos honesto y más egoista, y que es un triunfador de todos modos porque tiene el ingenio de Ulises, y también su desgracia: la desgracia de amar un mundo donde no está su amada (que vive en Génova)... digo, que este hombre que lo tiene todo para ser lo que quiera, ha decidido enfrentarse con eso que sabemos que es el fatum, siendo consciente de que éste siempre vencerá sobre el hombre.

En las historias de Montalbano, la estructura profunda del país siciliano se muestra en mujeres severas y al mismo tiempo sensualmente vestidas, como clones de Silvana Mangano o, mejor aún, en el caso de algunas, de Sofía Loren, de comendatores ridículos pero peligrosos, de mafiosos de la vieja escuela, tigres sin colmillos que desean conocer a Montalbano, porque ven en él al equivalente en la policía de lo que en ellos sería un uomo di respeto, de simpáticos viejecillos y de ancianas a las que se diría que Montalbano podría haber amado, de tener su edad. Pero, sobre todo, se muestra en la forma de crímenes, y más crímenes. Crímenes pasionales, un tanto al estilo de las Crónicas Italianas de Stendhal, muy a menudo marcados por el trágico final del suicidio del culpable (lo cual es digno de realce: en las culturas primitivas, en las que la organización política no se había desarrollado hasta el punto de poder contar con una fuerza de orden estable y unas instituciones judiciales profesionales, el derecho penal incluía la figura del autocastigo como forma de expiación y redención del culpable). Y, siempre, los jefes superiores y los políticos, retratados como odres hinchados, monstruos de hipocresía y deshonestidad, envidiosos e incompetentes, viciosos, vinculados (los políticos) a la mafia.

Montalbano es la encarnación del hombre de acción que decía que era Spade en el cuerpo/alma de un italiano que vive en el caos mediterráneo. Es más culto que Spade. También es un hombre mejor que Spade. Es un buen hombre, o al menos quiere serlo. Necesita serlo, porque cuando un país está más próximo al caos que al orden, los hombres buenos se hacen imprescindibles, mientras que en el caso contrario, puedes permitirte el lujo de no serlo. Nada importante depende de ello.

Y, más o menos, eso es Montalbano para mí: un hombre bueno que intenta seguir a flote y hacer lo que debe en medio de la vorágine.