domingo, 6 de julio de 2008

JEZABEL


No lo entiendo. ¿Por qué se fue Jezabel con Dillard a la leprosería? Si ella no era su esposa, si su esposa estaba allí, si estaba dispuesta a irse con él, y cuidarle mientras lo consume la fiebre amarilla que invade Nueva Orleans, ¿por qué tuvo que ser la mala mujer, la caprichosa Jezabel, que no lo supo amar, la que lo acompañase a la muerte segura de la isla de Lazaret?

En el momento culminante de la película, en el que se resuelve el drama que enlaza a un hombre y dos mujeres que lo aman por igual, la legítima le pregunta a la despechada: ¿él te quiere a ti? Dímelo, pues seguro que tú lo sabes. Y la despechada contesta que él sólo quiere a su mujer, o de otro modo habría sucumbido a sus repetidos intentos de seducirle. Y en ello ve la esposa del moribundo, paradójicamente, la verdad de que en realidad el amor de su marido por la primera no se ha extinguido. Y así es como cede su puesto en la lúgubre comitiva a Jezabel, la mujer que no supo amar al amor de su vida, para que en un último y supremo sacrificio se redima ante él.

Pero ¿por qué una mujer que ama a su marido cede a su rival su puesto junto a él?

Por una vez, voy a intentar entender este misterio del amor acudiendo a San Pablo, en su Carta a los Corintios:

“El amor tiene paciencia y es bondadoso. El amor no es celoso. El amor no es ostentoso, ni se hace arrogante. No es egoísta, ni busca lo suyo propio. No se irrita, ni lleva cuentas del mal".

¿Será posible?