jueves, 17 de julio de 2008

PRIMER CRUCE DE ARMAS - VEINTIUN AÑOS (IV)

Tengo a Tati delante de mis ojos, de la forma más inesperada, en el primer día de mi regreso a La Tacita de Plata. No salgo de mi asombro. Es ella, seguro, o casi seguro. En realidad, ¿cómo puedo estar seguro de haberla reconocido bien? Llevo veintiún años sin verla, y no hay manera de saber qué cambios experimenta el físico de una mujer en ese tiempo, especialmente si veintiún años atrás tenía veintiún años, precisamente. El cuerpo de una mujer, y especialmente su rostro, rara vez son inmunes a las secuelas de semejante lapso de tiempo. Además, hace mucho tiempo también para mi memoria. Por honda que fuera la huella que ella me dejó, veintiún años son demasiados como para retener con fidelidad sus rasgos en mi mente. ¿Cómo puedo yo estar seguro, saber con toda certeza, que aquella mujer madura pero increíblemente atractiva que estoy viendo es la misma Tati de la que yo me enamoré a mediados de los ochenta? En realidad, no lo sé, solamente lo creo, con una intuición que raras veces me falla y, también, con el deseo de creer que, de nuevo en Cádiz, podría retomar por los flecos la vida que aquí dejé veintiún años atrás. De pronto, noto que ella nota que la miro, y comprendo que no puedo huir como un conejo. Me acerco a ella, y le hablo.

- Usted disculpe – digo a modo de apertura – si la he molestado al mirarla de este modo, pero es que la he confundido con una vieja amiga mía, a la que hace mucho que no veo y de la que hace mucho que no sé nada.

Sí. Lo sé. Muy elaborado. Pero yo soy un fiscal. Los fiscales somos licenciados universitarios, y hemos superado unas oposiciones muy duras. Eso nos da derecho a expresarnos de formas complejas y elaboradas, que evidencien nuestra sofisticación intelectual.

- ¡Vaya! – dice ella, y su voz me suena... - Así que por eso me miraba usted así, de esa forma... casi provocativa. Se diría que me había confundido usted con su amante.

No sabe ella hasta qué punto acierta... o no lo se yo… ¡Qué lío!

- Le ruego me disculpe – insisto en el mismo tono estudiado y elegante – En realidad – añado sonriendo – usted se parece a una chica que conocí hace mucho, y con la que estuve a punto de tener algo...
- ¿Ah, sí? – la mujer me mira con un fulgor especial en sus ojos - ¿Así que le evoco un amor de juventud?

Ha conseguido herirme dos veces con una sola pregunta. Me ha dado a entender que no la valoro como mujer, sino como evocación de otra mujer que no es ella. Y me está llamando carrozón. Tengo que urdir rápidamente una réplica eficaz.

- No. Simplemente soy muy despistado. En todo caso, usted es muchísimo más atractiva que el mejor recuerdo que tengo de aquella chica. Y además pienso que es usted bastante más joven que lo que ella sería en este momento.
- ¿Ah, sí? – repuso ella, disfrutando visiblemente de la conversación – ¿cuánto más joven?

Es un golpe bajo, pero yo estoy ya preparado. Mi espíritu polemista y mis habilidades como fiscal me van a echar una buena mano.

- Mucho, ¿señora?
- Señorita, si no le importa.
- Señorita, entonces.

A mí siempre me ha parecido que una mujer que claramente rebasa los treinta y cinco ya no tiene derecho a llamarse “señorita”, pero no voy a ponerme a discutir por ese punto. En realidad, lo que me viene a la mente en ese momento es que es tan bueno comenzar mi nueva estadía en Cádiz reencontrando un viejo amor como conociendo uno nuevo, y que esta mujer mejora según me acerco a ella. Su piel blanca aún conserva la tersura de la juventud. Sus pechos, firmes, no revelan haber sido objeto de ningún tipo de cirugía. Hay, naturalmente, algunas patas de gallo en sus ojos, pero su dueña, en lugar de eliminarlas, las ha aderezado de tal modo que resaltan la belleza de su mirada, y le dan expresión. Con ella el botox no tiene nada que hacer, porque está realmente bella sin necesidad de parecer más joven. Supongo que es consciente de la impresión que me está causando. Además, se parece tanto a Tati... es como si fuera Tati, veintiún años después. Pero ¿por qué es tan importante ese detalle? En muchos años yo no había dedicado el menor pensamiento, ni había tenido el menor recuerdo de aquella jovencita que conocí en la Facultad de Derecho. Ahora estoy de vuelta en el lugar donde la conocí, y ese recuerdo olvidado ha revivido de pronto. Esta mujer parece haber venido a mi hotel exclusivamente para encarnarlo.

- ¡Qué halagador! Soy joven, y señorita. Y si le digo que soy miss Universo, usted también estaría de acuerdo, ¿verdad?
- Por supuesto.
- Señor...
- Morales... Víctor Morales.

Le tiendo mi mano, y ella la aprieta. ¡Dios mío! ¡Es su mano! Pequeña y delicada. La mano que estaba estrechando era la misma manita que acaricié sobre el césped del campus aquella primavera. Y su mirada, ¡oh dioses! Es la misma mirada de cierva herida que me lanzó cuando yo me atreví a consolarla. Ahora leo en ella que está comprendiendo que ocurre algo incomprensible para los dos. Y siento el pánico más terrible que he sentido en toda mi vida. Me ha entregado su mano para que yo se la estreche, y ahora tiene que pronunciar su nombre. ¡Y yo sé ya cuál es ese nombre!