miércoles, 23 de julio de 2008

LA HORA DE LA VERDAD - VEINTIUN AÑOS (X)

La cena ha transcurrido con suavidad, sin estridencias del corazón ni de los sentidos. Los platos, correctos; el vino, bueno; los postres, agradables. Ahora Tati y yo nos tomamos un cortado nocturno acompañado de sendos cigarrillos. Ella fuma Marlboro, pero yo le he dado a probar uno de mis Davidoff, con ese ligero aroma a tabaco turco que le da un punto fuerte al suave sabor del tabaco de virginia. Lo enciende, y lo paladea. Le gusta. Lo noto. Me habla:

- Entonces ¿tu vida en Canarias ha sido horrible? Yo siempre había creído que vivir en Canarias era como vivir en un pequeño paraíso: ya sabes, sol todo el año, playa, vida tranquila… en fin, las cosas que echamos de menos aquí en la Península, con estos inviernos tan duros y todo el ajetreo del trabajo y los negocios, y los problemas y las huelgas y los atentados de la E.T.A...
- Las cosas no son tan diferentes en Canarias: para empezar, lo del buen tiempo es un mito. Si estás en Maspalomas, o en el Sur de Tenerife, no te digo que no haya muchas veces buen tiempo en invierno, pero sobre todo hace mal tiempo: nuboso, con viento, a veces lluvias torrenciales… de verdad que se pone muy desagradable. Es verdad que no hace frío, pero yo el frío es que lo echo de menos, ¿sabes? No te puedes pasar medio año sudando la gota gorda, con la piel pringosa y sensación de sofoco. ¡Qué quieres que te diga! Las Palmas es como cualquier otra ciudad del país, pero con calor achicharrante y humedad la mitad del año, y viento fuerte y húmedo, apto para cogerte una pulmonía, la otra mitad. Además, te nacen alergias que antes no tenías o no sabías que tuvieras. No es sano, ¿sabes? En lo demás, la vida allí no es tan diferente. Tenemos los mismos problemas que en Sevilla, o en Bilbao: los mismos atascos de tráfico, los mismos servicios públicos defectuosos, las mismas listas de espera en Sanidad (bueno, mayores, en realidad), en fin… para qué seguir…
- Pero tu vida…
- Mi vida fue un desastre, Tati. Pero de eso la mayor parte de culpa la he tenido yo. Tenía que haber esperado a centrarme para tomar ciertas decisiones, especialmente la de casarme.
- Pero no debes culparte. La mayoría de nosotros hemos hecho tonterías en la vida. Mira: yo, sin ir más lejos…
- ¿Tú? ¿qué?
- Yo confundí el amor con la seguridad. Toda mi vida lo hice, ¿sabes?
- ¡Ah! ¿De veras?
- De veras. Es lo que me pasó con Tono. ¿Te acuerdas de Tono?
- Desde luego.
- Y también es lo que me pasó con mi ex, y después de mi ex, con otros hombres que he conocido.
- ¿Y qué te pasó conmigo?
- Lo mismo.
- ¡Ah!
- Sí.
- Entiendo.
- Me alegro de que entiendas. No es que no me apenara tu marcha. Fue un golpe tremendo. Pero con el tiempo he comprendido que fue lo mejor para ti.
- No lo fue.
- ¿Cómo que no lo fue?
- No lo fue. Yo estaba enamorado de ti. ¿No lo sabías?
- ¡Cualquiera lo diría! ¡Parecías mucho más interesado en tus cosas en la Facultad que en mí!
- Pero sí lo estaba. Te lo juro.
- Recuerdo aquel día en que te pedí por favor que te quedaras conmigo, y no te quedaste…
- Tenía que ir a la práctica de civil.
- ¿Serás tonto? ¿No te dabas cuenta de que quería que te quedaras conmigo? ¿No entiendes lo que habría sucedido si te hubieses quedado?
- ¿Quieres decir que…?
- ¡Pues claro! ¡Qué zoquete! A veces me pregunto si no será verdad eso que dicen de vosotros los hombres, sobre dónde tenéis el cerebro…
- Pero en este caso, yo lo tenía en la cabeza, no en la entrepierna. Las prácticas de civil eran muy importantes para mí. Si de verdad estabas dispuesta aquella mañana a quedarte conmigo, podrías haberme pedido que volviera más tarde, ¿no crees?
- Más tarde era imposible. Venían mi madre de trabajar y mi hermana del instituto. Tenía que ser entonces.
- Pero entonces tú tampoco estabas sola. Estábamos todos en tu casa.
- Pero habría tenido más libertad para llevarte a mi dormitorio y hablar contigo. En fin… Y luego eso de marcharte para siempre y sin avisar. Me destrozaste, Víctor.
- ¡Que yo te avisé!
- Nada de eso. Pero bueno, a lo que iba... En realidad, fue para tu bien. Yo no sabía lo que era el amor. Lo confundía con la seguridad. Tú me dabas seguridad: te hacías cargo de mis miedos, de mis angustias, y querías guiarme. A tu lado yo sentía que no tenía que esforzarme para vivir. Me bastaba seguirte. Me habría convertido en un lastre para ti. Te vino bien marcharte. Y yo debí haber aprovechado la oportunidad para reflexionar sobre mi vida, pero era demasiado chiquilla para hacer eso.
- Pero lo que no entiendes es que yo necesitaba ese lastre, aunque sólo fuera para tener que desprenderme luego de él, y aprender algo que aún no sabía. Lo mismo que no sabías tú. Estábamos llamados a estar juntos, tú y yo, por nuestra ignorancia común de lo que era el amor. Teníamos que estar juntos y desengañarnos, para avanzar.
- No te entiendo.
- Mira, después de marcharme de Cádiz, tardé casi seis años en empezar a salir con alguien. Yo no sabía que me iba a resultar tan duro adaptarme a Canarias y a su gente, pero lo fue. Muchísimo. No les entendía. Y no me refiero a cuando hablaban. No seguía sus procesos mentales. Fue un choque tremendo. Yo les inspiraba desconfianza: un peninsular que decía las cosas abiertamente, sin circunloquios, les asustaba a muchos, casi a todos. Y lo de las mujeres, empecé a entenderlo sólo con el tiempo, pero con mucho tiempo. Para mí fue mucho más demoledor que para ti, porque supuso un corte de toda mi experiencia: se interrumpió el proceso interior por el cual lo que me sucedía adquiría sentido, porque de pronto comenzaron a sucederme cosas no sólo completamente distintas sino totalmente contradictorias con las que me habían sucedido hasta entonces. Pasé de ser alguien importante en mi clase, a ser un marginado; de ser popular y tener amigos, a no tener ni uno y ser casi un apestado social; de pasar por inteligente a sentirme un estúpido ante la astucia de los canarios; de sentirme gracioso y ocurrente, a que nadie me riera una gracia y me pusieran cara de que les había ofendido, no sabía yo en qué. Y todo esto sin haber cambiado yo ni un átomo de mi manera de ser. En cuanto a las chicas, sólo se me pegaban chicas con problemas. A algunas no las quería aguantar, a otras procuraba aliviarlas un poco. Las que me gustaban de verdad tenían todas novios que parecían eternos e indestructibles, aunque luego sucedió eso de que algunas parejas indiscutibles nunca sobrevivieron a la Universidad, otras sí, pero al segundo hijo vino la separación, y hay mujeres de las que me enamoré como un bobo y me desdeñaron, para mi bien, y ahora son solteronas amargadas, destruidas por su propio odio. Pues bien, tras seis años sin conocer a nadie con quien tuviera una mínima posibilidad de algo, estaba tan desesperado que me junté con la primera que se me puso a tiro. Y, como resultó que era la hija del Presidente del Tribunal Superior de Justicia y que era muy guapa, pensé que era una gran elección. Pero era una mujer con problemas, lo mismo que todas las otras que se me habían pegado, sólo que ésta era más hábil que las demás a la hora de ocultarlos. Sólo llegué a verlos cuando ya estábamos casados, y ella sabía o creía que ya no tenía escapatoria…
- Siempre hay escapatoria. Aunque sea tirarse por un balcón, pero siempre se puede salir de donde ellos te quieren encerrar. Yo era la mujer con problemas. En cierta medida, nunca he dejado de serlo. Ya sabes lo que me marcó la muerte de mi padre. Me ha costado mucho comenzar a superarla. Aún no lo he hecho. He destrozado muchos corazones masculinos en el proceso. Juan Alberto, mi ex, estaba realmente enamorado de mí. Bueno, sigue estándolo. Acepta que no viva con él, pero sólo porque me ama de tal modo que no puede negarme nada de lo que le pida. Pero yo sé que nunca le amaré, nunca de verdad, nunca como él se merece. No puedo amar a nadie, Víctor. Sólo sé vampirizar a los hombres con los que me junto. Después de Juan Alberto ha habido unos cuantos. Algunos eran meras aventuras sexuales, no te lo negaré. Pero con otros intenté que hubiera eso… ya sabes: las mariposas en el estómago, la ilusión y todo eso. No me sale. Inmediatamente me clavo a su carótida, y comienzo a chupar, hasta dejarlos exhaustos. Me cuelgo psicológicamente de ellos, hasta que acaban reventados y me piden por lo que más quiera que los deje respirar. Entonces me voy, porque sé que a él ya no le puedo sacar nada más, y yo no puedo dar nada, ¿entiendes? Debo vivir sola. Es lo mejor para todos, tanto para los que me quieren como para los que no me quieren, pero podrían. No soy una buena compañía, Víctor.

¿Cuándo ha pasado la conversación del pasado al presente? ¿Qué demonios ha sucedido?