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...Entonces lo comprendí: todos los hambrientos son, en cierto sentido, caníbales. Consumen su propia carne, sólo les quedan huesos, devoran su grasa hasta el último gramo. Luego se les enturbia la razón: también se han comido el cerebro. Se han devorado por completo.
Pensaba además que cada hambriento muere a su manera. En una cabaña están en guerra, se vigilan los unos a los otros, se arrebatan las migas. La mujer se vuelve contra el marido, el marido contra la mujer. La madre odia a los hijos. Pero en otras casas el amor es inquebrantable. Conocí a una mujer, tenía cuatro hijos. Les contaba cuentos para que se olvidaran del hambre, aunque apenas podía mover la lengua; los cogía en brazos, aunque no tenía fuerzas para levantarlos. Y es que el amor vivía en ella. La gente se dio cuenta de que allí donde vencía el odio, morían más rápidamente. Aunque el amor tampoco salvó ninguna vida. El pueblo entero murió. La vida desapareció.
Me enteré más tarde de que en nuestro pueblo se hizo el silencio. Ya no se oía a los niños. No necesitaban ni juguetes culturales ni caldos de pollo. Ya no gemían. Nadie. Supe que enviaron a tropas para segar el trigo. Sin embargo, a los soldados del Ejército Rojo no les permitieron entrar en el pueblo, estaban acantonados en tiendas de campaña. Les explicaron que había habido una epidemia. Pero se quejaban de que del pueblo llegaba un hedor horrible. Los militares también segaron el trigo de invierno. Y al año siguiente trajeron a nuestros colonos de la provincia de Oriol. Sabes, la tierra ucraniana es tierra negra, mientras que en Oriol siempre hay malas cosechas. A las mujeres y a los niños los dejaban en unas barracas cerca de la estación mientras que a los hombres los llevaron al pueblo. Les dieron horcas y les ordenaron entrar en las cabañas a retirar los cadáveres: los muertos, hombres y mujeres, yacían algunos por el suelo, otros en las camas. El hedor en las isbas era espantoso. Tapándose la nariz y la boca con pañuelos, los hombres comenzaban a sacar los cuerpos; pero se deshacían en trozos. Luego enterraron los restos fuera del pueblo. Fue entonces cuando comprendí qué era eso del "cementerio de la escuela rigurosa". Cuando retiraron todos los cadáveres de las isbas, llevaron a las mujeres para que fregaran los suelos y encalaran las paredes. Lo hicieron todo como es debido, pero el hedor no se iba. Dieron una segunda mano de cal y rebozaron los suelos con arcilla, pero el hedor persistía. En aquellas cabañas no pudieron comer ni dormir, se volvieron a Oriol. Pero las tierras no quedaron abandonadas, naturalmente: eran tierras muy ricas.
Fue como si no hubiesen vivido. Pero habían pasado muchas cosas. Amor, mujeres que abandonaron a sus maridos, hijas entregadas en matrimonio, peleas entre borrachos, visitas de amigos, pan recién horneado. Cuánto trabajo y cuántas canciones habían cantado. Y los niños iban a la escuela... Y el cinematógrafo ambulante llegaba al pueblo; también los más viejos iban a ver películas.
Ya nada de eso queda. ¿Dónde fue a parar esa vida? ¿Dónde están aquellos sufrimientos horribles? ¿Es posible que no haya quedado nada? ¿Es posible que nadie responda por todo aquello? ¿Que todo se olvide, sin una palabra? La hierba lo cubrirá todo.
Ahora te hago una pregunta: ¿cómo ha podido pasar todo esto?
Pensaba además que cada hambriento muere a su manera. En una cabaña están en guerra, se vigilan los unos a los otros, se arrebatan las migas. La mujer se vuelve contra el marido, el marido contra la mujer. La madre odia a los hijos. Pero en otras casas el amor es inquebrantable. Conocí a una mujer, tenía cuatro hijos. Les contaba cuentos para que se olvidaran del hambre, aunque apenas podía mover la lengua; los cogía en brazos, aunque no tenía fuerzas para levantarlos. Y es que el amor vivía en ella. La gente se dio cuenta de que allí donde vencía el odio, morían más rápidamente. Aunque el amor tampoco salvó ninguna vida. El pueblo entero murió. La vida desapareció.
Me enteré más tarde de que en nuestro pueblo se hizo el silencio. Ya no se oía a los niños. No necesitaban ni juguetes culturales ni caldos de pollo. Ya no gemían. Nadie. Supe que enviaron a tropas para segar el trigo. Sin embargo, a los soldados del Ejército Rojo no les permitieron entrar en el pueblo, estaban acantonados en tiendas de campaña. Les explicaron que había habido una epidemia. Pero se quejaban de que del pueblo llegaba un hedor horrible. Los militares también segaron el trigo de invierno. Y al año siguiente trajeron a nuestros colonos de la provincia de Oriol. Sabes, la tierra ucraniana es tierra negra, mientras que en Oriol siempre hay malas cosechas. A las mujeres y a los niños los dejaban en unas barracas cerca de la estación mientras que a los hombres los llevaron al pueblo. Les dieron horcas y les ordenaron entrar en las cabañas a retirar los cadáveres: los muertos, hombres y mujeres, yacían algunos por el suelo, otros en las camas. El hedor en las isbas era espantoso. Tapándose la nariz y la boca con pañuelos, los hombres comenzaban a sacar los cuerpos; pero se deshacían en trozos. Luego enterraron los restos fuera del pueblo. Fue entonces cuando comprendí qué era eso del "cementerio de la escuela rigurosa". Cuando retiraron todos los cadáveres de las isbas, llevaron a las mujeres para que fregaran los suelos y encalaran las paredes. Lo hicieron todo como es debido, pero el hedor no se iba. Dieron una segunda mano de cal y rebozaron los suelos con arcilla, pero el hedor persistía. En aquellas cabañas no pudieron comer ni dormir, se volvieron a Oriol. Pero las tierras no quedaron abandonadas, naturalmente: eran tierras muy ricas.
Fue como si no hubiesen vivido. Pero habían pasado muchas cosas. Amor, mujeres que abandonaron a sus maridos, hijas entregadas en matrimonio, peleas entre borrachos, visitas de amigos, pan recién horneado. Cuánto trabajo y cuántas canciones habían cantado. Y los niños iban a la escuela... Y el cinematógrafo ambulante llegaba al pueblo; también los más viejos iban a ver películas.
Ya nada de eso queda. ¿Dónde fue a parar esa vida? ¿Dónde están aquellos sufrimientos horribles? ¿Es posible que no haya quedado nada? ¿Es posible que nadie responda por todo aquello? ¿Que todo se olvide, sin una palabra? La hierba lo cubrirá todo.
Ahora te hago una pregunta: ¿cómo ha podido pasar todo esto?
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