martes, 20 de enero de 2009

DEL CAPITULO 14 DE "TODO FLUYE", DE VASILI GROSSMAN

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...¿Quién firmó aquel asesinato en masa? A menudo pienso: ¿no sería Stalin? Una orden así no se había dado nunca desde que existe Rusia. Una orden así no la habría firmado nunca el zar, ni los tártaros, ni los ocupantes alemanes. Una orden que decía: matar de hambre a los campesinos de Ucrania, del Don, de Kubán, matarlos a ellos y a sus hijos. Se dio también la orden de requisar todo el fondo de semillas. Buscaban por todas partes el grano, como si no se tratase de trigo sino de bombas o ametralladoras. Hacían agujeros en la tierra con las bayonetas y las baquetas de los fusiles, registraron los sótanos, escarbaron en el suelo y revolvieron los huertos. A algunos les confiscaron el grano que tenían en casa, dentro de una olla o de una tina. A una mujer le quitaron el pan que había cocido, lo cargaron en el carro y lo llevaron también al distrito. Los carros chirriaban día y noche, levantando polvareda a su paso. Como no había depósitos de cereales, descargaban el grano en el suelo, mientras los centinelas montaban guardia alrededor. Las lluvias de otoño remojaron el grano y cuando llegó el invierno casi todo estaba pdrido: el poder soviético no tenía suficientes lonas impermeabilizadas para proteger el grano de los campesinos.

Entretanto se seguía transportando el grano de los pueblos, y una extensa polvareda se levantaba alrededor; todo estaba cubierto por una espesa niebla: el pueblo, el campo y, de noche, la luna. Uno se volvió loco: "¡Arde el cielo, la tierra arde!". No, no era el cielo el que ardía, ardía la vida.

Entonces lo comprendí: para el poder soviético lo primero de todo era el plan. ¡Cumple el plan! ¡Entrega la cuota fijada, la provisión! En primer lugar, el Estado. La gente: un cero multiplicado por cero.