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...Cómo estaban allí, me lo explicaron los que huyeron: las autoridades regionales los distribuyeron por la taiga. Donde había un pueblecito forestal, allí llenaban las isbas de no aptos para el trabajo, hacinados como en vagones. Y donde no había ninguna aldea próxima descargaban a la gente directamente a en la nieve. Las personas débiles morían. Los que sí eran aptos para el trabajo comenzaban a abatir árboles, me dijo que ni siquiera se molestaban en arrancar de raíz los tocones. Hacían rodar los troncos y construían chozas, barracas; trabajaban sin concederse siquiera un momento de reposo, para que sus familias no muriesen congeladas, después comenzaron a construir isbas pequeñas: dos habitaciones pequeñas, una para cada familia. Las construyen sobre el musgo, utilizándolo como masilla.
Las explotaciones forestales compraban a los campesinos aptos para el trabajo. Les aseguraban aprovisionamiento y todas las personas a su cargo disfrutaban de rancho. Las llamaban "colonias de trabajo", y contaban con su comandante y sus capataces. Dicen que les pagaban lo mismo que a los obreros locales, pero no se les entregaba el salario, se lo guardaban en cuentas especiales. Es un gran pueblo, el nuestro: pronto comenzaron a ganar más que los lugareños. No tenían derecho a traspasar ciertos límites: alejarse de la colonia o abandonar la tala. Oí decir que más tarde, durante la guerra, se les concedió permiso para moverse dentro de los límites del distrito y, después de la guerra, a los héroes del trabajo incluso los autorizaron a salir del distrito: a algunos les dieron el pasaporte.
Después mi amiga me escribió que habían formado colonias para kulaks no aptos para el trabajo que debían autoabastecerse. Les habían dado en préstamo las semillas, y hasta la primera cosecha el NKVD les proporcionó rancho. Allí también había un comandante y guardias de escolta, como en las colonias de trabajo. Más tarde los transformaron en arteles*, y allí, además del comandante, tenían jefes que ellos mismos elegían.
Entretanto, en nuestra aldea, se inició una nueva vida sin los kulaks. Comenzaron a enviar a todos al koljós: reuniones hasta la mañana, gritos, blasfemias. Unos gritaban: "¡No iremos!". Otros: "De acuerdo, pero las vacas no os las damos". Luego apareció el artículo de Stalin "El vértigo del éxito". De nuevo la confusión. Gritaban: "Stalin no ha ordenado que nos hagan entrar en los koljoses por la fuerza". Empezaron a escribir delcaraciones en los márgenes de los periódicos: dejo el koljós, vuelvo a la explotación individual. Pero de nuevo los obligaron a entrar en los koljoses. Por cierto, la mayor parte de los efectos personales que los kulaks expropiados habían dejado atrás habían sido robados.
Pensábamos que no había un destino peor que el de los kulaks. ¡Nos equivocamos! El hacha se abatió sobre todos los de aquel pueblo, desde el más pequeño hasta el más grande.
Llegó el castigo de la hambruna.
*Artel: Nombre que se dio en la Unión Soviética a las cooperativas que se encontraban bajo la responsabilidad de los productores. Estos controlaban la producción de sus miembros; durante los primeros años de vida de la URSS, muchas funcionaban en realidad como empresas privadas encubiertas, sin regulación de horas y condiciones de trabajo y salarios. Existieron al menos hasta la década de 1960 (de la propia obra, nota al pie de la página 109).
Las explotaciones forestales compraban a los campesinos aptos para el trabajo. Les aseguraban aprovisionamiento y todas las personas a su cargo disfrutaban de rancho. Las llamaban "colonias de trabajo", y contaban con su comandante y sus capataces. Dicen que les pagaban lo mismo que a los obreros locales, pero no se les entregaba el salario, se lo guardaban en cuentas especiales. Es un gran pueblo, el nuestro: pronto comenzaron a ganar más que los lugareños. No tenían derecho a traspasar ciertos límites: alejarse de la colonia o abandonar la tala. Oí decir que más tarde, durante la guerra, se les concedió permiso para moverse dentro de los límites del distrito y, después de la guerra, a los héroes del trabajo incluso los autorizaron a salir del distrito: a algunos les dieron el pasaporte.
Después mi amiga me escribió que habían formado colonias para kulaks no aptos para el trabajo que debían autoabastecerse. Les habían dado en préstamo las semillas, y hasta la primera cosecha el NKVD les proporcionó rancho. Allí también había un comandante y guardias de escolta, como en las colonias de trabajo. Más tarde los transformaron en arteles*, y allí, además del comandante, tenían jefes que ellos mismos elegían.
Entretanto, en nuestra aldea, se inició una nueva vida sin los kulaks. Comenzaron a enviar a todos al koljós: reuniones hasta la mañana, gritos, blasfemias. Unos gritaban: "¡No iremos!". Otros: "De acuerdo, pero las vacas no os las damos". Luego apareció el artículo de Stalin "El vértigo del éxito". De nuevo la confusión. Gritaban: "Stalin no ha ordenado que nos hagan entrar en los koljoses por la fuerza". Empezaron a escribir delcaraciones en los márgenes de los periódicos: dejo el koljós, vuelvo a la explotación individual. Pero de nuevo los obligaron a entrar en los koljoses. Por cierto, la mayor parte de los efectos personales que los kulaks expropiados habían dejado atrás habían sido robados.
Pensábamos que no había un destino peor que el de los kulaks. ¡Nos equivocamos! El hacha se abatió sobre todos los de aquel pueblo, desde el más pequeño hasta el más grande.
Llegó el castigo de la hambruna.
*Artel: Nombre que se dio en la Unión Soviética a las cooperativas que se encontraban bajo la responsabilidad de los productores. Estos controlaban la producción de sus miembros; durante los primeros años de vida de la URSS, muchas funcionaban en realidad como empresas privadas encubiertas, sin regulación de horas y condiciones de trabajo y salarios. Existieron al menos hasta la década de 1960 (de la propia obra, nota al pie de la página 109).