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...Entretanto, en el centro del distrito las prisiones están atestadas. Sí, y además ¿qué clase de cárcel es la del centro del distrito? Una jaula. Hacinada de gente: de cada pueblo llegaba una columna. El cine, el teatro, los clubes, las escuelas, todo estaba ocupado por los detenidos. Pero los retenían poco tiempo. Los empujaban a la estación, y allí, en las vías muertas, los esperaban vagones vacíos de trenes de mercancías. Los empujaban bajo escolta de la GPU y la milicia, como si fuesen asesinos: abuelitos y abuelitas, mujeres con niños, pero padres no había: se los habían llevado a todos en invierno. Y la gente cuchicheaba: "Echan a los kulaks", como si fuesen lobos. Y algunos gritaban: "Malditos", y ellos se quedaban petrificados, no lloraban...
No vi con mis propios ojos cómo se los llevaban, pero me enteré por la gente, porque algunos de los nuestros se marcharon más allá de los Urales, a refugiarse a casa de kulaks, para salvarse del hambre; yo misma recibí la carta de una amiga; además, algunos huyeron de las áreas de reasentamiento, hablé con dos de ellos...
Los transportaron en vagones de mercancías sellados, sus pertenencias viajaban aparte, consigo sólo llevaban comida, lo que podían coger con las manos. En una estación de tránsito, me escribía mi amiga, hicieron subir al tren a los padres. Aquel día, en los vagones de mercancías, hubo mucha alegría y muchas lágrimas... El viaje se prolongó más de un mes: las líneas ferroviarias estaban llenas de trenes cargados de campesinos procedentes de todos los rincones de Rusia. Yacían unos encima de otros, ni siquiera había catres en los vagones de ganado. Los enfermos morían en el viaje, no llegaban a destino. Pero lo más importante es que les daban de comer en los nudos ferroviarios: un cubo de bodrio, doscientos gramos de pan por cabeza.
Los escoltas eran militares. No eran malos, simplemente los consideraban ganado, me contó mi amiga.
No vi con mis propios ojos cómo se los llevaban, pero me enteré por la gente, porque algunos de los nuestros se marcharon más allá de los Urales, a refugiarse a casa de kulaks, para salvarse del hambre; yo misma recibí la carta de una amiga; además, algunos huyeron de las áreas de reasentamiento, hablé con dos de ellos...
Los transportaron en vagones de mercancías sellados, sus pertenencias viajaban aparte, consigo sólo llevaban comida, lo que podían coger con las manos. En una estación de tránsito, me escribía mi amiga, hicieron subir al tren a los padres. Aquel día, en los vagones de mercancías, hubo mucha alegría y muchas lágrimas... El viaje se prolongó más de un mes: las líneas ferroviarias estaban llenas de trenes cargados de campesinos procedentes de todos los rincones de Rusia. Yacían unos encima de otros, ni siquiera había catres en los vagones de ganado. Los enfermos morían en el viaje, no llegaban a destino. Pero lo más importante es que les daban de comer en los nudos ferroviarios: un cubo de bodrio, doscientos gramos de pan por cabeza.
Los escoltas eran militares. No eran malos, simplemente los consideraban ganado, me contó mi amiga.