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... Del campo llegan arrastrándose los campesinos. Las estaciones están acordonadas, se inspeccionan todos los trenes. En las carreteras hay controles de militares por doquier, el NKVD; pero los campesinos siguen llegando a Kiev: se arrastran por prados, tierras vírgenes, pantanos y bosques para evitar los controles en las carreteras. No se puede poner puertas al campo. Ahora ya no pueden caminar, únicamente pueden arrastrarse. La gente de la ciudad tiene prisa, va a la suya: unos van al trabajo, otros al cine, los tranvías circulan, y los hambrientos se arrastran entre la gente: niños, hombres, chicas; ni siquiera parecen seres humanos, se diría que son una especie de gatos o perros repulsivos, a cuatro patas. Y aún quieren comportarse como seres humanos, aún tienen viergüenza. Una chica hinchada se arrastra, parece un mono: gañe, pero se endereza la falda, se avergüenza, se esconde el cabello bajo el pañuelo. Es una campesina que ha ido a Kiev por primera vez. Pero sólo los afortunados han logrado arrastrarse hasta allí, uno entre diez mil. Y aún así no hay salvación para ellos: yacen hambrientos en el suelo, piden con un susurro, pero no pueden comer, tienen un mendrugo de pan al lado, pero ya no lo ven, están a un paso de la muerte.
Por la mañana, los carros de plataforma, tirados por caballos, recogían a los que habían muerto durante la noche. Vi uno de esos carros donde estaban amontonados los niños. Tal como te los había descrito: delgaditos y larguiruchos, con carita de pájaros muertos, picos puntiagudos. Hasta Kiev han volado aquellos pajarillos, ¿para qué? Entre ellos había alguno que aún gimotea; las cabecitas, como llenas de líquido, se bambolean. Le pregunté al cochero, hizo un gesto desdeñoso con la mano y dijo: "Antes de que llegue a destino, se callarán para siempre".
Vi a una chica curzar la acera arrastrándose; un portero le dio una patada y ella rodó hasta la calzada. Ni siquiera miró atrás, se alejó a rastras rápidamente, afanosa, aunque ya no le quedaban fuerzas, y aun así se sacudió el vestido cubierto de polvo, imagínatelo. Aquella mañana había comprado un periódico de Moscú, leí un artículo de Maksim Gorki; decía que los niños necesitan juguetes culturales. ¿Es posible que Maksim Gorki no estuviese al corriente de aquellos niños que los caballos de tiro llevaban a descargar? O tal vez lo sabía y también se callaba, como hacían todos. Y escribía de la misma manera que los que escribían que aquellos niños muertos comían caldo de pollo. El cochero me dijo que donde había más muertos era al lado de los puntos de venta de pan: basta con que uno de esos pobres hinchados mastique un trozo de pan, y se acabó. Se me ha quedado grabado en la memoria aquel Kiev, aunque sólo pasé tres días allí.
Por la mañana, los carros de plataforma, tirados por caballos, recogían a los que habían muerto durante la noche. Vi uno de esos carros donde estaban amontonados los niños. Tal como te los había descrito: delgaditos y larguiruchos, con carita de pájaros muertos, picos puntiagudos. Hasta Kiev han volado aquellos pajarillos, ¿para qué? Entre ellos había alguno que aún gimotea; las cabecitas, como llenas de líquido, se bambolean. Le pregunté al cochero, hizo un gesto desdeñoso con la mano y dijo: "Antes de que llegue a destino, se callarán para siempre".
Vi a una chica curzar la acera arrastrándose; un portero le dio una patada y ella rodó hasta la calzada. Ni siquiera miró atrás, se alejó a rastras rápidamente, afanosa, aunque ya no le quedaban fuerzas, y aun así se sacudió el vestido cubierto de polvo, imagínatelo. Aquella mañana había comprado un periódico de Moscú, leí un artículo de Maksim Gorki; decía que los niños necesitan juguetes culturales. ¿Es posible que Maksim Gorki no estuviese al corriente de aquellos niños que los caballos de tiro llevaban a descargar? O tal vez lo sabía y también se callaba, como hacían todos. Y escribía de la misma manera que los que escribían que aquellos niños muertos comían caldo de pollo. El cochero me dijo que donde había más muertos era al lado de los puntos de venta de pan: basta con que uno de esos pobres hinchados mastique un trozo de pan, y se acabó. Se me ha quedado grabado en la memoria aquel Kiev, aunque sólo pasé tres días allí.