miércoles, 21 de enero de 2009

DEL CAPITULO 14 DE "TODO FLUYE", DE VASILI GROSSMAN

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...Los hambrientos se quedaron solos; el Estado los había abandonado. La gente comenzó a vagar de pueblo en pueblo, cada uno pidiendo limosna al otro, los pobres a los pobres, los hambrientos a los hambrientos. Los que tenían menos hijos o estaban solos habían guardado algo para la primavera; y los que tenían muchos hijos iban adonde ellos, a pedir. Y algunas veces recibían un puñado de salvado y dos patatas. Los del Partido, en cambio, no daban nada, no por codicia o maldad sino porque tenían miedo. El Estado no dio ni un grano de trigo a los que se morían de hambre; ¡y pensar que éste se sostenía con el trigo de los campesinos! ¿Estaba al corriente Stalin de esto? Los ancianos recordaban la hambruna que se había producido en tiempos del zar Nicolás. Aún entonces se ayudaban entre ellos, se concedían préstamos; los campesinos iban a las ciudades a pedir limosna en nombre de Cristo, se organizaban comedores, los estudiantes hacían colectas. Pero bajo el Estado de los obreros y los campesinos no se daba ni un grano. Las carreteras estaban bloqueadas por las tropas, la milicia y el NKVD: a los hambrientos procedentes del campo no los dejan entrar, no pueden acercarse a la ciudad, las estaciones están rodeadas de guardias, incluso los apeaderos más pequeños. ¡No hay pan para vosotros, que alimentáis la nación! Sin embargo, en la ciudad, con la cartilla del pan, a los obreros les daban ochocientos gramos por cabeza. Dios mío, ¿es posible imaginar tanto pan? ¡Ochocientos gramos! Y para los niños del campo ni siquiera un gramo. Igual que los alemanes, que ahogaban a los niños judíos con gas: no tenéis derecho a vivir, sois judíos. Pero ¿aquí? No se comprende: soviéticos contra soviéticos, rusos contra rusos; y el poder es de los obreros y los campesinos. ¿Por qué ese exterminio?

Cuando la nieve empezó a derretirse, el pueblo se encontró sumido hasta el cuello en la hambruna.

Los niños gritan, no duermen: también de noche piden pan. La gente tiene la cara terrosa, los ojos turbios, ebrios. Caminan como sonámbulos, tanteando el suelo con los pies, con la mano se apoyan en la pared. El hambre los hace tambalearse. La gente empieza a caminar menos, a quedarse más tiempo tumbada. Y todo el tiempo tienen la impresión de oir el chirrido de un tren: es Stalin, que desde el centro del distrito envía harina para salvar a los niños.

Las mujeres se revelaron más fuertes que los hombres, se aferraban a la vida con más rabia. Y a ellas les tocaba la peor parte: es a las madres a quien los niños piden comida. Algunas madres intentaban hacer entrar en razón a sus hijos, les besaban: "Venga, no gritéis, resistid, ¿dónde queréis que os encuentre pan?". Otras se ponían hechas unas furias: "¡No gimotees o te mato!", y les pegaban con lo primero que encontraban a mano para que dejasen de pedir. Y otras, aún, huían de casa, se escondían donde los vecinos para no oír los gritos de sus hijos.

Para entonces tampoco quedaban gatos ni perros: los habían matado. Y eso que cazarlos era difícil: los animales tenían miedo a las personas, cuyos ojos se habían vuelto salvajes. La gente los cocinó, pero eran sólo tendones resecos. Con las cabezas hacían gelatina.