viernes, 23 de enero de 2009

DEL CAPITULO 14 DE "TODO FLUYE", DE VASILI GROSSMAN

14


... Esto es lo que he comprendido. Al principio el hambre te echa de casa. Primero es un fuego que te quema, te atormenta, te desgarra las tripas y el alma: el hombre huye de casa. La gente desentierra lombrices, arranca hierba; ya lo ves, incluso se abrieron paso hasta Kiev. Y todos se van de casa, todos. Luego llega el día en que el hambriento vuelve atrás, se arrastra hasta casa. Esto significa que el hambre le ha vencido, aquel hombre ya no se salvará, no sólo porque ya no tenga fuerzas: le falta interés, ya no quiere vivir. Se queda tumbado en silencio y no quiere que nadie lo toque. El hambriento no quiere comer, orina todo el rato, tiene diarrea; está somnoliento, no quiere que le molesten: quiere que le dejen en paz. Así, acostado, agoniza. Lo mismo explicaban los prisioneros de guerra: si uno de ellos se echaba a dormir y no extendía la mano para coger la ración de comida era que su final estaba próximo. Pero algunos campesinos habían enloquecido, sólo hallaban paz en la muerte. Se les reconocía por los ojos, brillantes. Estos eran los que troceaban los cadáveres y los hervían, mataban a sus propios hijos y se los comían. En ellos se despertaba la bestia cuando el hombre moría en ellos. Vi a una mujer, la habían traído bajo escolta al centro del distrito. Su cara era la de un ser humano, pero tenía los ojos de un lobo. Dicen que a éstos, los caníbales, los fusilaron. Pero ellos no eran culpables; culpables eran los que llevaron a una madre hasta el extremo de comerse a sus hijos. Pero ¿crees que se puede encontrar al culpable? Ve y pregunta... Es por hacer el bien, el bien de la humanidad, que llevaron a las madres hasta ese punto.