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... ¿Por dónde iba? Ah, sí. Antes de perder todas las fuerzas, cruzaban los campos a pie hasta la vía del tren, no hasta la estación, allí había guardias que no permitían acercarse, sino directamente a las vías del tren. Y cuando pasaba el expreso Kiev-Odesa se hincaban de rodillas y gritaban: "¡Pan, pan!". Algunos aupaban a sus espantosos hijos. Y a veces los pasajeros lanzaban trozos de pan, sobras varias. Pasado el estrépito del tren, la polvareda se estacionaba y el pueblo entero se arrastraba a lo largo de la vía en busca de un mendrugo de pan. Pero después se emitió una orden: cuando el tren pasaba a lo largo de las regiones asoladas por el hambre, los guardias debían cerrar las ventanillas y correr las cortinas. No permitían a los viajeros que se acercaran a los cristales. Por lo demás, los campesinos habían dejado de ir, ya no tenían fuerzas no sólo para ir hasta las vías del tren, sino para arrastrarse fuera de casa.
Recuerdo a un viejo que llevó al presidente del koljós un trozo de periódico; lo había recogido en las vías. Allí se leía una noticia breve: había venido de visita un francés, un famoso ministro, y lo habían llevado a la región de Dniepropetrovsk, donde causaba estragos una hambruna peor aún que la nuestra: allí se comían los unos a los otros. Así, llevaron al ministro a un pueblo, al pequeño jardín de infancia del koljós, y él les preguntó: "¿Qué os han dado hoy para comer?". Y los niños respondieron: "Caldo de pollo, empanadillas de carne y corquetas de arroz". Yo misma lo leí. Lo veo como si fuese ahora mismo, ese recorte de periódico. Pero ¿qué era eso? Estaban matando a escondidas a millones de personas y engañaban al mundo entero. ¡Caldo de pollo, escriben! ¡Croquetas! Y se habían comido hasta la última lombriz. Y el viejo le dijo al presidente: "En tiempos del zar Nicolás, los periódicos hablaban de la hambruna al mundo entero: '¡Ayudadnos, los campesinos se mueren!'. Y vosotros, monstruos, haciendo teatro".
Recuerdo a un viejo que llevó al presidente del koljós un trozo de periódico; lo había recogido en las vías. Allí se leía una noticia breve: había venido de visita un francés, un famoso ministro, y lo habían llevado a la región de Dniepropetrovsk, donde causaba estragos una hambruna peor aún que la nuestra: allí se comían los unos a los otros. Así, llevaron al ministro a un pueblo, al pequeño jardín de infancia del koljós, y él les preguntó: "¿Qué os han dado hoy para comer?". Y los niños respondieron: "Caldo de pollo, empanadillas de carne y corquetas de arroz". Yo misma lo leí. Lo veo como si fuese ahora mismo, ese recorte de periódico. Pero ¿qué era eso? Estaban matando a escondidas a millones de personas y engañaban al mundo entero. ¡Caldo de pollo, escriben! ¡Croquetas! Y se habían comido hasta la última lombriz. Y el viejo le dijo al presidente: "En tiempos del zar Nicolás, los periódicos hablaban de la hambruna al mundo entero: '¡Ayudadnos, los campesinos se mueren!'. Y vosotros, monstruos, haciendo teatro".