jueves, 22 de enero de 2009

DEL CAPITULO 14 DE "TODO FLUYE", DE VASILI GROSSMAN

12

... La hambruna era absoluta, la muerte se abatió sobre el pueblo. Primero niños y ancianos, luego personas de mediana edad. Al principio los enterraban, después dejaron de hacerlo. Había cadáveres por todas partes, en las calles, en los patios; los que murieron los últimos se quedaron acostados en sus isbas. Se hizo el silencio. Todo el pueblo murió. No sé quién fue el último. A nosotros, los que trabajábamos en la dirección del koljós, nos devolvieron a la ciudad.

Primero fui a parar a Kiev. En aquellos días se comenzó a vender pan en el mercado libre. ¡Ni hecho a propósito! La noche antes se formaban ya colas de medio kilómetro. Como sabes, hay muchos tipos de colas: en unas, la gente espera su turno, ríe y come pipas de girasol; en otras, te dan un trozo de papel con un número; en unas terceras, donde nadie bromea, te escriben el número en la palma de la mano o en la espalda, con una tiza. Allí, sin embargo, eran especiales: colas así no las había visto en mi vida. Se cogían de la cintura y permanecían así, unos detrás de los otros. Si alguien daba un traspiés, toda la cola se tambaleaba, como si una ola les pasara por debajo. Parecía que estaba a punto de comenzar un baile: un paso aquí, otro más allá. Y cada vez se tambaleaban más. Tienen miedo de que les fallen las fuerzas y no puedan mantenerse agarrados al de delante, y que las manos se suelten; por ese miedo, las mujeres comienzan a gemir, y así toda la fila solloza. Parece que se hayan vuelto locos, por eso cantan y bailan. A veces la chusma irrumpe en la cola después de haber observado cuál es el punto débil por donde se puede romper fácilmente. Cuando la chusma se acerca, todos comienzan a gemir de nuevo, de miedo; parece que estén cantando. En la cola para comprar el pan en el mercado libre se encuentra la gente de ciudad: los privados de derechos, sin pasaporte, artesanos o gente de la periferia.