martes, 20 de enero de 2009

DEL CAPITULO 14 DE "TODO FLUYE", DE VASILI GROSSMAN

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... Padres y madres, en un desesperado intento por salvar la vida de sus hijos, escondieron pequeñas cantidades de grano, pero les decían: "Vosotros tenéis un odio feroz hacia el país del socialismo, queréis que el plan fracase, parásitos, secuaces de los kulaks, canallas". No queremos que fracase el plan, queremos salvar a nuestros hijos, queremos salvarnos a nosotros mismos. La gente necesita comer.

Puedo contarlo todo, pero el relato son palabras, mientras que allí era vida, sufrimiento, muertes por hambre. Entre otras cosas, en el momento de requisar el grano explicaban a los activistas que se alimentaría a la gente con las reservas. Era mentira. Ni un solo grano se dio a los hambrientos.

¿Quién confiscaba el grano? La mayoría eran de los nuestros, del Comité ejecutivo del distrito o del Partido, los komsomoles, nuestros chicos, los jóvenes, y naturalmente la milicia, el NKVD, en algunas partes incluso los militares, yo vi a uno de Moscú, un movilizado, pero no es que se esforzara demasiado, lo intentaba todo para irse... Y de nuevo, como durante la deskulakización, la gente parecía haber perdido el juicio, se transformaron en bestias salvajes.

Grisha Sayenko era un policía que se había casado con una chica del pueblo y los días de fiesta venía a divertirse: era un tipo alegre, bailaba bien el tango y el vals, y cantaba canciones ucranianas populares. Un día se le acercó un abuelito con los cabellos completamente blancos y se puso a decirle: "Grisha, nos estáis hundiendo en la miseria, es peor que un asesinato. ¿Por qué el poder de los obreros y los campesinos trata así a los campesinos, como no lo hacía ni el zar?" Grisha le dio un empujón, luego fue al pozo, a lavarse las manos; dijo a la gente: "¿Cómo voy a coger la cuchara después de haber tocado el hocico de ese parásito?".

Y todo aquel polvo; noche y día, siempre polvo, mientras transportaban el grano. La luna era una piedra suspendida en el cielo, y bajo aquella luna todo tenía un aspecto salvaje; de noche el calor era tan intenso como debajo de una piel de oveja, y el campo, tantas veces atravesado, presentaba un aspecto espeluznante, como una sentencia de muerte.

Y la gente no sabía qué hacer, y el ganado se había vuelto fiero, se asustaba, mugía, se lamentaba, y los perros aullaban con fuerza durante la noche. Y la tierra se agrietaba.

Y bien, luego llegó el otoño, las lluvias, y luego un invierno nevoso. Y nada de pan.