martes, 20 de enero de 2009

DEL CAPITULO 14 DE "TODO FLUYE", DE VASILI GROSSMAN

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...Ahora, cuando recuerdo la deskulakización, lo veo todo de otra manera. ¿Por qué me endurecí tanto? ¡Cuánto sufrió esa gente, cómo los trataron! Pero yo decía: no son seres humanos, son kulaks. Y recuerdo, recuerdo y pienso: ¿quién inventó esta palabra, kulaks? ¿Fue Lenin? Cuántos tormentos padecieron. Para matarlos, era preciso declarar: los kulaks no son seres humanos. Sí, igual que cuando los alemanes decían que los judíos no eran seres humanos. Lo mismo dijeron Lenin y Stalin: los kulaks no son seres humanos. Pero ¡es una mentira! ¡Hombres! ¡Eran hombres! Eso es lo que empecé a entender. ¡Todos eran hombres!

Y así, a principios de 1930, comenzaron a deskulakizar a las familias. La furia más grande se desató en febrero y marzo. Se instó a que no quedara un solo kulak en el distrito para la temporada de la siembra y que la vida pudiese tomar un nuevo rumbo. Nosotros decíamos: "Será la primera primavera koljosiana".

De expulsarlos se encargaron, naturalmente, los activistas. Faltaban, sin embargo, instrucciones al respecto. El presidente de un koljós reunió a tantos carros que luego no había pertenencias suficientes para llenarlos; los llamábamos kulaks, pero los carros partieron medio vacíos. De nuestro pueblo, en cambio, los obligaron a marcharse a pie. Todo lo que se llevaron consigo fueron cosas para dormir, algo de ropa. Había tanto fango que les arrancaba las botas de los pies. Daba pena verlos. Caminaban en fila, dándose la vuelta para echar un último vistazo a sus isbas, sintiendo todavía en el cuerpo el calor de las estufas. Cómo sufrían: en aquellas casas habían nacido, en aquellas casas habían dado a sus hijas en matrimonio. Los habían obligado a irse a toda prisa, dejando la estufa encendida, con la sopa de col a medio hacer, sin poder acabar de beberse la leche; y las chimeneas todavía humeaban. Las mujeres lloran, pero tienen miedo de lamentarse en voz alta. Y a nosotros nos daba lo mismo. Teníamos una sola cosa en la cabeza: ser activistas. Los hostigábamos como si fueran una bandada de gansos. Detrás rodaba una carreta, sobre ella iba Pelagueya, la ciega, el viejo Dmitri Ivánovich, que hacía diez años que no ponía los pies fuera de su cabaña, y Marusia la Tonta, hija de un kulak, paralítica, que de niña había recibido la coz de un caballo en la sien y desde entonces se había quedado atontada.