Kirk ha tenido una discusión con su ex-mujer, la actriz Diana Dill. El quería poner una casa a nombre de sus hijos, pero ella insistía en que la pusiera a su nombre. Estaba a punto de tomar un vuelo que lo llevaría a Europa por vez primera, para rodar Ulises.
- Pero Diana, ¿por qué te opones a que los chicos sean dueños de la casa? Es indudable que nunca te van a echar. Y algún día se van a encontrar con una propiedad de gran valor.
Repentinamente Diana evidenció un aspecto irracional que no le conocía.
- Las cosas no ocurrieron así entre mi madfe y mi padre.
- Diana, nosotros no estamos casados. Estamos divorciados. Supón que te casas con un hombre que de pronto se encuentra en graves aprietos financieros y te pide que la vendas. Los chicos se verían privados de una casa que yo quiero que sea suya.
Diana se mostró irreductible. Consideraba que debía estar a su nombre y mis argumentos no la convencieron. Otro sueño hecho trizas. La casa que entonces quise comprar por noventa mil dólares hoy valdría millones.
Volví al Sherry Netherland Hotel para hacer las maletas. Mientras esperaba la limusina que me llevaría al aeropuerto, estaba deprimido. Me encaminaba hacia algo que tendría que haber sentido como una gran aventura. Ir a Europa para ver a Pier y el Viejo Mundo tendría que haberme llenado de alegría. En cambio, sentía desasosiego., Me esforcé por pensar en alguien a quien pudiera llamar para despedirme. ¡Marlene Dietrich! Marqué su número.
- ¿Dónde estás? -me preguntó.
- Aquí, en New York. A punto de salir en mi primer viaje a Europa.
- ¿Cuándo?
- En cualquier momento, estoy esperando la limusina.
Como si hubiese adivinado lo que yo necesitaba, me preguntó:
- ¿Quién te lleva al aeropuerto?
- Nadie, sólo el chófer de la limusina.
- ¡Voy para allá!
- Marlene, tengo las maletas listas.
- Querido, nadie debe viajar por primera vez a Europa sin que alguien lo despida - colgó.
Marlene y la limusina llegaron simultáneamente cinco minutos después. Fue conmigo al aeropuerto y se las arregló para meterse conmigo en el avión y hacerme compañía hasta el despegue. Me alegró que lo hiciera: el vuelo se demoró una hora. Conversamos. Me dio una medalla de oro de san Cristóbal, con sus iniciales en el reverso. Su gesto de incomparable bondad significó mucho para mí. Aún conservo la medalla.
Más adelante, Kirk cuenta cómo, estando en París, quiso hablar con Marlene Dietrich. Esta ya estaba retirada, y vivía en un aislamiento casi completo. Casi ciega, no veía a nadie, pero atendió a la llamada de Kirk. Hablaron cariñosamente, y Kirk volvió a sentirse acogido, querido, como aquella vez en Nueva York, antes de partir a Europa.
KIRK DOUGLAS, El Hijo del Trapero - Autobiografía. Barcelona, Ediciones B, 1988. Págs. 149-150.