lunes, 20 de octubre de 2008

EL HIJO DEL TRAPERO (fragmento IV)

Las historias de la Biblia me asustaban. Jehová me parecía un viejo cruel. Le tenía miedo y no me gustaba nada. Huelga decir que nunca compartí este pensamiento con nadie. La imagen de mi libro de la escuela dominical sigue vívida en mi mente. Abraham coge de un brazo a su hijo Isaac; con la otra mano empuña un cuchillo. Está amonestando al ángel, que intenta impedir que obedezca la voluntad de Dios: "Sacrifica a tu hijo Isaac como holocausto". Isaac tiene los ojos desorbitados de terror. El chiquillo se parecía mucho a mí. Tenía que llegar Dios para ayudar al ángel y tranquilizar a Abraham diciéndole que sólo se le estaba poniendo a prueba.

¿Cómo puede comportarse así un dios? ¿No crees que se está aprovechando de su posición? ¿No te parece que es cruel? ¿Usaría mi padre el cuchillo con el que hacía agujeros en las bolsas de trapo para cortarme el cuello si Dios se lo pidiera? ¡Me daba un miedo espantoso!

Tampoco me gustaba la forma en que Dios trataba a Moisés, que tenía un defecto de pronunciación y se veía obligado a hacer que su hermano Aarón hablara por él. No obstante, Dios insistía en que Moisés librara a los judíos de la esclavitud en Egipto, llevándolos a la tierra de la leche y la miel: Canaán, en Israel. Moisés tuvo que errar durante cuarenta años. Fue a la cima de la montaña y vio el rostro de Dios cuando recibió las dos tablas de piedra con los diez mandamientos. Al bajar para entregársela a su pueblo, vio que estaban adorando a un becerro de oro. Enfurecido, destrozó las tablas. Siempre he admirado la cólera de Moisés, que le volvió humano. Luego tuvo que volver a la montaña a buscar otro juego de mandamientos. ¿Y cuál fue la recompensa? Que le dijeran que no entraría en la Tierra Prometida. ¿Por qué? Porque había visto el rostro de Dios. ¡Es difícil simpatizar con alguien que actúa de esa manera!