martes, 28 de octubre de 2008

2º MOVIMIENTO DE LA SINFONÍA INACABADA DE SCHUBERT

Me hice amigo de un profesor de economía muy correcto, esbelto y caballeroso, con ligero acento sureño, que siempre se ponía de pie cuando entraba un hombre o una mujer donde él estaba. Nunca fui alumno suyo, pero a menudo hablábamos de música en su habitación de la residencia. Recuerdo que me hizo ver que una de las piezas musicales más grandiosas es el segundo movimiento de la Sinfonía incompleta de Schubert. Con él disfrutaba escuchando música y aprendiendo.



El profesor hacía un viaje todos los años. El verano anterior había llevado a Europa a un estudiante de la universidad. Ojalá hubiese sido yo. Deseaba intensamente viajar. Me prometió llevarme de excursión a México el verano siguiente y cumplió su palabra.

Fue un viaje fantástico. Cruzamos en coche Estados Unidos en dirección a México. Todo era nuevo y exótico para mí, todo me deslumbraba. Me sorprendieron el calor y la humedad de Washington. El mero hecho de recorrer la ciudad me entusiasmó; vi el monumento a Washington, el que conmemoraba a Lincoln y el Capitolio por vez primera... visiones que aún hoy me estremecen. Rumbo al sur, rebosé de alegría la primera vez que vi un algodonal. Le pedí que parara el coche. Me apeé corriendo y contemplé los algodonales, recogí trozos de algodón y pensé en todas las canciones que recordaba: I'm Alabamy Bound, Mammy, Ol' Man River y Carry Me Back to Old Virginy. Todo me emocionaba.

Al pasar por un terraplén alto, me dijo:

-Ese es el Mississippi.
-¡Para el coche! -me precipité terraplén arriba conteniendo el aliento, para ver al poderoso Mississippi que dividía en dos a Estados Unidos. Me decepcionó la vista de un río estrecho y de aguas calmas. En algunos sitios el Mississippi es muy ancho, pero yo había escogido un punto en el que no era tan poderoso.

Después, lo más extraordinario de todo: salir del país cerca de Laredo, Texas, y entrar en México. Yo llevaba un repertorio de expresiones españolas y en Monterrey, como no sabíamos cuál era el camino a Ciudad de México, le dije:

-No, no. déjame a mí.

Divisé a un hombre, pasé deprisa las páginas del libro y le pregunté:

-¿Dónde está el camino a México?*

El hombre me miró y en perfecto inglés respondió:

-Todo recto y luego gira a la izquierda.

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Por fin llegamos a Ciudad de México, muy cansados nos dirigimos a nuestro hotel. Normalmente ocupábamos una habitación con camas gemelas. Allí nos adjudicaron una sola cama grande.

-Descansemos un rato -dijo el profesor. Nos echamos en la cama. Se volvió hacia mí y agregó-: Abracémonos.

Salté de la cama. No sabía cómo manejar la situación. Para mí la homosexualidad era algo desconocido, algo vago de lo que sólo había oído hablar. Quizá tendría que haber reído o bromeado para salir del mal paso, pero con su insinuación me había sacado de mis casillas. el pobre hombre, tan tímido, se perturbó terriblemente. El resto del viaje perdió su sabor.


* En español en el original.

KIRK DOUGLAS, El Hijo del Trapero - Autobiografía. Barcelona, Ediciones B, 1988. Págs. 49-50.