lunes, 20 de octubre de 2008

EL HIJO DEL TRAPERO (fragmento V)

Es bastante duro ser judío, pero serlo en Amsterdam (NY) era muy duro. Allí había recordatorios constantes. Ningún judío trabajaba en las fábricas de alfombras. Ningún judío trabajaba en el periódico local. Ningún chico judío repartía el periódico. En todas las esquinas los chicos te pegaban. ¿Por qué? ¿Quién se lo enseñó? ¡Sus padres! Todos los días, después de clase, tenía que andar unas doce manzanas hasta la escuela hebrea. Debía dar rodeos, porque en una esquina sí y en otra también había una pandilla esperando al judiezuelo. Estaba la pandilla de Lark Street, la de John Street, la de Keline Street. Me arrojaban cosas, por lo que siempre trataba de dar la vuelta. A veces me cogían y me golpeaban. Nunca olvidaré la primera vez que un grupo de críos me atacó a puñetazos, gritando:

- ¡Tú mataste a Jesucristo!

Corrí a casa, sangrando por la nariz.

- Ma, ¿por qué me hicieron eso? Dicen que maté a Jesucristo. ¡Si ni siquiera sé quién es!

Una forma de vida terrible. Me sentía resentido, pero debía aceptarlo porque así eran las cosas. Recuerdo que mi madre siempre me decía, con tono sereno:

- Como judío, siempre tendrás que ser el doble de bueno para salir adelante en la vida.


KIRK DOUGLAS, El Hijo del Trapero - Autobiografía. Barcelona, Ediciones B, 1988. Págs. 28-29.