viernes, 31 de octubre de 2008

BILLY WILDER, RAOUL WALSH, HOWARD HAWKS


BILLY WILDER

Disfruté trabajando con Billy Wilder. Es un director brillante, un escritor lúcido y un prolífico narrador de anécdotas. Siempre contaba cosas sorprendentes. En broma, solía decir verdades como puños. Uno de sus cuentos se refería a la elección del elenco de The Defiant Ones ("Fugitivos"), una película en que un negro y un blanco (finalmente los papeles fueron interpretados por Sidney Poitier y Toni Curtis) van esposados. Billy hace el siguiente relato:

- Primero fueron a ver a Marlon Brando para pedirle que actuara en la película. Marlon dijo: "Sí, acepto, pero quiero intepretar al negro". Luego abordaron a Robert Mitchum, que respondió: "Demonios, no pienso trabajar en ninguna película con ningún negro". Por último fueron a ver a Kirk Douglas para pedirle que actuara en el filme. Douglas dijo: "Sí, participaré. Pero quiero interpretar ambos papeles".

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RAOUL WALSH

No me gustó nada la siguiente película que filmé para Warner Brothers, Along the Great Divide ("Camino de la horca"). Sólo lo hice para quitarme de encima la cinta anual a que me obligaba mi contrato, y después quedar libre. Rodamos en el desierto de Mojave y en la región de High Sierra, alrededor de Lone Pine, California, tan querida por el director Raoul Walsh. Era una zona desolada, aislada, donde por un lado la sierra se elevaba más de cuatro mil metros, y por el otro aparecían los montes Panamint y el valle de la Muerte. Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Estados Unidos construyó en las cercanías un campo de prsisioneros para ciudadanos japoneses-norteamericanos: Manzanar.

Walsh era un hombre brutal. Llevaba un parche en un ojo. Había perdido el ojo una noche, en Utah, cuando el coche en que iba, conducido por un mormón borracho, se salió del camino. Una enorme liebre, encandilada por los faros, había saltado a través del parabrisas.

Los críticos suelen decir que las películas de Raoul Walsh tienen mucho ritmo. Y lo tienen porque él siempre se da prisa para terminarlas. Después de gritarle "¡Acción!" al cámara, se volvía y se ponía a liar un cigarrillo. No miraba la escena. Sacaba el papel, lo llenaba de tabaco, arrollaba, lamía y lo encendía. A continuación decía: "O.K. Corten"

Un día que chupaba su cigarrillo recién liado, apareció corriendo la secretaria de rodaje.

- ¡Mr Walsh, se han saltado media página de diálogo!

El la miró por el rabillo de su único ojo.

- ¿Conserva el sentido? - evidentemente, tampoco escuchaba.
- Tiene sentido, pero... - dijo la secretaria.
- O.K. La toma siguiente - era esa cualidad la que proporcionaba mcuho ritmo a sus filmes.

A Walsh le encantaba la violencia. Un día me repugnó ver cómo se excitaba casi hasta el orgasmo viendo una toma peligrosa en la que un especialista estuvo a punto de morir. Percibí su placer sexual mientras observaba cómo el especialista estaba a punto de ser pateado en la cabeza cuando salía corriendo de un establo lleno de caballos que coceaban.

En aquel plató se solía abusar de los animales. En una escena, una caminata a través del desierto, un caballo muere de agotamiento. Al pobre caballo le inyectaron diversas drogas. No murió, pero quedó dopado. En aquel entonces se tomaban muchas libertades con los animales.


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HOWARD HAWKS. En la segunda foto, acompañado de Humphrey Bogart, Walter Brennan y Dolores Moran, durante el rodaje de Tener y No tener


Hawks trabajaba a un ritmo pausado. Comenzaba a rodar por la mañana, y si la escena no le convencía, no tenía inconveniente alguno en hacer salir a toda la compañía. Les decían que salieran a tomar un café, se sentaba con un bloc amarillo y un lápiz, y decía:

- Bien, ahora veamos, Kirk. Supongamos que dijeras...

Y elaborábamos toda la escena que filmaríamos por la tarde. Hoy en día, con la importancia que tienen los costos, no podrías hacer eso, ni tampoco pienso que sea la mejor forma de hacer una película. El rodaje propiamente dicho tendría que ocupar un tiempo mínimo. La preparación debería llevar más, y la posproducción más aún.



KIRK DOUGLAS, El Hijo del Trapero - Autobiografía. Barcelona, Ediciones B, 1988. Págs. 134-135, 137 y 145.