lunes, 20 de octubre de 2008

EL HIJO DEL TRAPERO (fragmento I)

Encontré un perro mestizo, mezcla de doberman y podenco, al que puse el nombre de Tiger. Era un amigo grande y poderoso, del sexo maxculino. Nos queríamos. Nunca olvidaré mi regreso a casa desde la escuela. Desde lejos veía su cabeza junto a la puerta, esperándome. En cuanto me veía salía disparado calle arriba, me tiraba al suelo y me lamía la cara mientras yo reía. Era un protector de primera. Cuando jugaba, si algún chico me gritaba o hacía gestos amenazantes, Tiger gruñía, dispuesto a saltar para ayudarme.

Durante el invierno lo ataba a mi "trineo", la tapa de un cubo de basura o las duelas de un tonel. Tiger era tan fuerte que podía arrastrarme, para gran envidia de los chicos del barrio. Yo adoraba a ese perro. Y cuando un día alguien dijo que creía que lo habían atropellado, no pude creerlo. Corrí calle arriba y encontré a Tiger tendido en la cuneta, manando sangre por la boca. Muerto. Quedé completamente indiferente, paralizado por la pérdida de mi mejor amigo. No sentí nada, no derramé una sola lágrima. Treinta años después, en el diván de un psiquiatra, conté esta historia y prorrumpí en sollozos.


KIRK DOUGLAS, El Hijo del Trapero - Autobiografía. Barcelona, Ediciones B, 1988. Págs. 25-26.