lunes, 28 de abril de 2008

GARIBALDI Y LA RELIGION PATRIOTICA

La participación de Mazzini en la tarea de convencer a Garibaldi (...) de que había que extender la guerra hacia el sur desembarcando en apoyo de una pequeña insurrección en Sicilia [un inciso mío en medio de la cita: esta es la historia descrita en El Gatopardo, de Lampedusa], bastó para que Cavour asumiese el objetivo de la unificación nacional sustituyendo el republicanismo mazziniano por la monarquía. Mientras Garibaldi pensaba que una unión negociada entre el norte y el sur otorgaría a Sicilia un grado mayor de autonomía en reconocimiento de sus diferentes tradiciones, Cavour se decidió por la anexión directa e incluso la asimilación. Las divisiones endémicas y los objetivos diferentes dentro de la oposición sureña a los Borbones permitieron ganar la paz después de que otros hubiesen ganado la guerra.



GARIBALDI

Los "Mil" de Garibaldi derrotaron rápidamente a un número superior de tropas borbónicas, en parte gracias al conocimiento del entorno local que poseía Francesco Crispi, el nacionalista siciliano al que se encomendó la tarea de estabilizar la isla después de las conquistas de Garibaldi. El monarca Borbón Francisco se atrincheró en Gaeta para la lucha final. Garibaldi cruzó el estrecho hacia Reggio Calabria, subiendo por la península tan deprisa que para su entrada triunfal en Nápoles cogió un tren. Mazzini llegó a la gran ciudad sureña con el plan no sólo de unificar rápidamente Italia sino de aumentar las posibilidades de que fuese una república. Instó a Garibaldi a avanzar más y tomar Roma y luego Venecia, una estrategia que habría garantizado la intervención de Austria y Francia. Pero Garibaldi, después de derrotar a los Borbones en Volturno el 1 de octubre de 1860, hizo entrega del antiguo Reino de las Dos Sicilias a Víctor Manuel y se retiró a la isla de Caprera. Víctor Manuel se convirtió en el primer rey de Italia tras una serie de plebiscitos a través de los cuales se efectuó la anexión de las conquistas de Garibaldi. El enfrentamiento de los administradores piamonteses liberales (incluidos los sureños desnaturalizados que les acompañaban) con el Mezzogiorno fue duro. Muchos de ellos informaron de que el Sur estaba figurativa o literalmente enfermo: "La fusión con los napolitanos me asusta en todos los sentidos; es como acostarse con alguien que tiene la viruela". En vez de ser bien acogidos como liberadores, los liberales norteños y sureños se vieron envueltos en una lucha denodada con los restos de los demócratas garibaldinos, los partidarios acérrimos de los Borbones y lo que ellos llamaban "bandidos". La solución era "tropas, tropas y más tropas", de manera que en la década de 1860 se despacharon hacia el sur dos tercios del ejército italiano. Los liberales de la "nación" se acostumbraron rápidamente a la ley marcial, la supresión de las libertades liberales clásicas, el poner sitio a las poblaciones y el tiro en la cabeza o por la espalda a los cautivos.



Considerando estos acontencimientos retrospectivamente en 1868, Francesco Crispi reflexionaba así:

"Italia nació hace ocho años. Nació prematuramente, y cuando nadie lo esperaba. Fuimos nosotros los que conspiramos para conseguirlo. Hay que fortalecerla y llevarla a la mayoría de edad. Hace falta tiempo para conseguir eso. Hemos destruido los viejos gobiernos; y hemos vinculado las diversas provincias: el sur al centro, el centro al norte. Pero esto no es un gran triunfo: hace falta cimentarlo. Las puntadas de nuestra unión aún son visibles: tienen que desaparecer y el cuerpo entero no debe tener costuras".

El abismo entre la Italia "legal" creada en 1860-1870 y la Italia "real" del electorado del propio Francesco Crispi en la Basilicata central, entre el talón y el dedo, estaba simbolizado por el hecho de que en las raras visitas que hizo desde Turín o Florencia, sedes del gobierno hasta 1870, era obligado que hubiese un sacerdote en todos los grupos de recepción porque eran los únicos que sabían hablar italiano. Una mentalidad biologista en boga estimulaba la idea de que aunque la nacionalidad estaba siempre latente, siglos de clericalismo y despotismo habían tenido como consecuencia un debilitamiento "nacional" que sólo podía curarse con dosis regulares de la "historia nacional". Los liberales italianos, que habían abrazado en principio la idea del Estado pequeño y el gobierno local denso, despertaron a las potencialidades educativas del Estado en un país totalmente falto de historia común desde la antigüedad clásica. Pero había más. Para conjurar aquel sentimiento de nacionalidad latente, los nuevos amos de Italia recurrieron a lo que consideraban otro impulso humano innato:

"En el hombre, la religiosidad es algo innato, orgánico como la sexualidad, la propiedad y la familia [...] Ningún sistema ha logrado eliminar la religiosidad en la miríada de formas en que ese instinto se manifiesta. La tarea de los políticos es simplemente dirigirlo hacia el bien y el beneficio máximo de la sociedad".

El carácter ejemplar de las vidas de los grandes hombres era reconocido por los antiguos, una práctica de la que el cristianismo había hecho también uso con sus santos. Los dirigentes del Risorgimento fueron objeto de una canonización secular antes incluso de que hubiese terminado la lucha. Cuando las legiones garibaldinas de camisa roja (compradas de saldo a los carniceros del Uruguay) se lanzaban al combate, cantaban un himno que describía a mártires que se levantaban de sus tumbas para tomar las armas. Cuando Garibaldi resultaba herido, como en Aspromonte en 1862, se pintaban las heridas como estigmas en un hombre al que algunos campesinos confundían con Cristo. Una bota suya agujereada por una bala y un calcetín suyo ensangrentado se convirtieron en las reliquias de la época. Se hacían altares patrióticos con su busto, rodeados de atractivas muestras de balas de cñón y bayonetas, en cumplimiento de la religión patriótica presagiada en Alemania por Fichte, que habría aprobado sin duda un padrenuestro que contenía este ruego: "Nuestros cartuchos diarios danóslos hoy". Había diez mandamientos patrióticos:

"1. Yo soy Giuseppe Garibaldi, tu general.
2. No serás un soldado del general en vano.
3. Guardarás las fiestas nacionales.
4. Honrarás a tu Patria.
5. No matarás, salvo a aquellos que empuñen las armas contra Italia.
6. No fornicarás, salvo que sea para dañar a los enemigos de Italia.
7. No robarás, salvo el cepillo de la iglesia para utilizarlo en la redención de Roma y Venecia.
8. No prestarás falso testimonio como hacen los sacerdotes para conservar su poder temporal.
9. No desearás invadir la Patria de otros.
10. No deshonrarás a tu Patria".

A partir de estos principios ad hoc se desarrolló una tentativa mucho más consciente de construir una comunión de los fieles a la Patria, que se atenía a los rituales de la Iglesia y se proponía sustituirlos:

"Tenemos que conseguir que esta religión de la Patria, que debe ser nuestra religión principal, si es que no la única, sea lo más solemne y lo más popular posible. Todos nosotros, servidores del Progreso, hemos destruido gradualmente una fe que durante siglos fue suficiente para nuestro pueblo, precisamente porque a través de las formas ritualizadas de sus ceremonias apelaba a las percepciones visuales, y a través de las percepciones visuales al pensamiento de las masas, que son impresionables, imaginativas y artísticas, que están ávidas de formas, colores y sonidos con los que alimentar sus fantasías. ¿Con qué hemos reemplazado nosotros su fe? Por lo que respecta a las masas, con nada. Nos hemos guardado dentro de nosotros nuestros dioses Razón y Deber, ofreciéndoles sacrificios, modestamente en el curso de nuestras vidas diarias, heroicamente en tiempos de peligro, pero sin adornarnos con los atavíos externos de la religión que aún hoy, en ausencia de una alternativa, arrastran a la iglesia a gente que siente nostalgia de la belleza en una época en que la belleza tiende a desaparecer. Debemos afrontar esto porque el carácter de un pueblo no se cambia de un día para otro; se modela no sólo a través de la educación sino también por el medio natural en que está condenado a vivir".



VICTOR MANUEL II

Tras la muerte de Víctor Manuel a principios de 1878 y la de Garibaldi en 1882, ambos se convirtieron en piezas básicas del culto nacional patrocinado por el Estado. Un ceremonial complejo y refinado acompañó al cadáver de Víctor Manuel en su traslado al panteón de Roma donde, pese a su actitud equívoca respecto a la unificación durante su vida, se le honró como el "padre de la patria". A partir de mediados de la década de 1880, se hicieron planes para el imponente monumento de un blanco relumbrante de Víctor Manuel, que se completaría en 1911, tras desecharse la idea de incorporar dentro del monumento el parlamento italiano. Garibaldi era ya objeto de un culto durante su vida, como indican las numerosas instituciones y calles que recibieron su nombre, por no hablar de la profusión de iconos hagiográficos. El que quisiese que sus cenizas se enterrasen en la remota isla de Caprera fue inicialmente un obstáculo para que se construyera un monumento fúnebre importante en la capital.


MICHAEL BURLEIGH. Poder Terrenal - Religión y Política en Europa (Desde la Revolucióin Francesa hasta la Primera Guerra Mundial). Santillana. Taurus, 2005. Págs. 229 - 233.