martes, 22 de abril de 2008




De Maistre era un abogado saboyano ennoblecido. Saboya era una provincia del Piamonte - Cerdeña, cuyo soberano reinaba desde Turín, al otro lado de los Alpes. De Maistre era al mismo tiempo un católico devoto y un masón entusiasta... Como admirador de la constitución inglesa, de Maistre aprobaba también la Revolución americana, diciendo "Libertad, insultada en toda Europa, ha huido a otro hemisferio", y juzgaba con ecuanimidad las etapas iniciales de la Revolución Francesa. Propugnaba la separación de poderes, con el judicial aconsejando a la monarquía y la religión como argamasa para mantener unida a la sociedad. La Declaración de los Derechos del Hombre y una lectura en septiembre de 1791 de las Reflexiones de Burke, cuya cólera inteligente daba expresión a la del propio saboyano, constituyeron un punto crucial, así como la conducta de sus compatriotas después de que la Francia revolucionaria se anexionase Saboya. Una amarga experiencia influyó en el tono de sus escritos que, con su fluido radicalismo, discurrieron muy a la derecha de Burke...

En 1797 De Maistre publicó Consideraciones sobre Francia, su interpretación providencialista de los múltiples defectos del Antiguo Régimen y del castigo divino que representaba la Revolución...

De Maistre, aparte de cumplir con sus deberes oficiales [como embajador sardo en San Petersburgo a partir de 1803], actuó como un asesor de Luis XVIII y de Alejandro I, del que pensaba que estaba un poco loco... Sentía una admiración especial por lo inglés y conocía a gente como Edward Gibbon, con el que había coincidido en Suiza...

[Las Consideraciones sobre Francia de De Maistre] se inician con un rechazo del aforismo de Rousseau de que "el hombre nace libre y en todas partes le encadenan". De Maistre contestaba: "Estamos todos vinculados al trono del Ser Supremo por una suave cadena que nos contiene sin esclavizarnos". Veía la Revolución como "un torbellino que ha arrastrado como paja liviana todo lo que la fuerza humana le ha opuesto; nadie que haya obstaculizado su curso ha salido impune". Los dirigentes, a los que despreciaba como "criminales", "mediocridades", "monstruos" y "bribones", eran en realidad meros dirigidos. La política no tenía ninguna autonomía respecto al drama divino y todo el que pensase que se trataba de acontecimientos voluntarios se engañaba por completo ya que todo estaba en manos de Dios. Utilizando conceptos como purificación, que paradójicamente estaban impregnados de preocupaciones jacobinas, De Maistre veía la mano de la Providencia hasta en las fases más sangrientas de la Revolución:

"Ha de conseguirse la gran purificación y han de abrirse los ojos; el metal de Francia, libre de su herrumbre amarga e impura, ha de poder aflorar más limpio y maleable en las manos de un rey futuro. Es indudable que la Providencia no tiene por qué castigar en esta vida para justificarse, pero en nuestra época, poniéndose a nuestro nivel, castiga como un tribunal humano (...)".

Porque cada golpe y cada revés formaba parte de un plan providencial, en el que acompañaban a castigos terribles semimilagros que expandían el poder francés en los campos de batalla en Europa. En un orden de cosas distinto, este poder podría servir para un fin provechoso, para una "revolución moral" en Europa dirigida por Francia. Su forma de argumentar podría ejemplificarse con la afirmación de que hasta el exilio en la Inglaterra protestante de gran número de clérigos católicos había contribuido a fomentar un mayor espíritu de tolerancia con la Iglesia anglicana, ya que Dios opera a través de esos medios misteriosos. Los simples acontecimientos eran de significación secundaria, como cuando De Maistre desdeñaba el 9 de termidor considerándolo el día en que "unos cuantos bribones mataron a unos cuantos bribones". El único poder capaz de restaurar el orden era una monarquía absoluta, sin más control que la conciencia del soberano y Dios. Pero se apartaba radicalmente en este punto de la tradición galicana, postulando que el monarca debía estar sujeto al vicario de Dios en la tierra, es decir al papa, que encarnaba la única institución que contaba con 1.800 años seguidos de existencia.

Tan "radicalmente mala" era la Revolución para De Maistre que su maldad bordeaba lo "satánico". Era un acontecimiento antinatural, algo fuera de conexión, de estación, de secuencia, como el milagro de un árbol que fructificase en enero. Sus luces guiadoras, los filósofos que las habían inspirado, eran culpables de la soberbia sacrílega de Prometeo. El no creía en contratos sociales y no otorgaba valor alguno a las constituciones escritas. Preveía una "lucha a muerte entre el cristianismo y el filosofismo". Se negaba a creer en la "fecundidad de la nada" y se burlaba de los cultos cívicos de la Revolución, de la incapacidad de los hombres investidos con un poder inmenso y con recursos prodigiosos "para organizar una simple fiesta". Su actitud hacia los Derechos del "Hombre" era la siguiente: "No existe tal cosa como el hombre en el mundo. A lo largo de mi vida ha visto franceses, italianos, rusos, etcétera; gracias a Montesquieu me he enterado de que uno puede ser incluso persa. Pero en cuanto al hombre, declaro que nunca en mi vida le he conocido; si es que existe, me es desconocido".


MICHAEL BURLEIGH, Poder Terrenal - Religión y Política en Europa (De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial). Santillana. Taurus. 2005. Págs. 153 - 157.