lunes, 29 de diciembre de 2008

INTERPRETACION DE TRUMAN CAPOTE (VI)


Una novela corta, Desayuno en Tiffany's, concluyó el segundo ciclo en 1958. Durante los diez años anteriores, experimenté en casi todos los campos de la literatura tratando de dominar un repertorio de fórmulas y de alcanzar un virtuosismo técnico tan firme y flexible como la red de un pescador. Desde luego, fracasé en algunos de los campos explorados, pero es cierto que se aprende más de un fracaso que de un triunfo. Sé que aprendí, y más tarde pude aplicar los nuevos conocimientos con gran provecho. En cualquier caso, durante aquella década de investigación escribí colecciones de relatos breves (Un árbol de noche, Un recuerdo navideño), ensayos y descripciones (Color local, Observaciones, la obra contenida en Los perros ladran), comedias (El arpa de hierba, Una casa de flores), guiones cinematográficos (La burla del diablo, Suspense), y gran cantidad de reportajes objetivos, la mayor parte para The New Yorker.

En realidad, desde el punto de vista de mis destino creativo, la obra más interesante que produje durante toda esa segunda fase apareció primero en The New Yorker, en una serie de artículos y, a continuación, en un libro titulado Se oyen las musas. Trataba del primer intercambio cultural entre la URSS y los EE.UU.; un recorrido por Rusia llevado a cabo en 1955 por una compañía de negros norteamericanos que representaba Porgy and Bess. Concebí toda la aventura como una breve "novela real" cómica: la primera.

Unos años antes, Lillian Ross había publicado Picture, crónica del rodaje de una película, La roja estrella del valor, con sus cortes rápidos, sus saltos hacia adelante y hacia atrás, el libro también tenía una estructura cinematográfica y, al leerlo, me pregunté qué habría pasado si la autora hubiese prescindido de su rígida disciplina lineal al reflejar los hechos de modo estricto y hubiera manejado los elementos del relato como si fuesen novelescos: ¿habría mejorado o empobrecido la obra? Decidí que, si se presentaba el tema apropiado, me gustaría intentarlo: Porgy and Bess y Rusia en lo más crudo del invierno parecía el tema adecuado.

Se oyen las musas recibió excelentes críticas; incluso fuentes por lo general poco amistosas hacia mí se inclinaron a alabarlo. Sin embargo, no llamó especialmente la atención y las ventas fueron moderadas. Con todo, aquel libro fue un acontecimiento importante para mí: mientras lo escribía, me di cuenta de que podía haber encontrado justamente una solución para lo que siempre había sido mi mayor problema creativo.
TRUMAN CAPOTE, Prefacio de Música para Camaleones, Barcelona, Anagrama, 2006, págs. 9-10.

Repasemos: según sus propias palabras, Capote pasa por dos ciclos formativos. El primero de ellos, consagrado a aprender a escribir, sin más. Primero cuentos, luego novela. Está buscando dominar el arte de la narrativa. El segundo, según leemos en la transcripción que incluyo en este post, está encaminado a diversificarse como escritor, a trascender la narrativa que él conoce y de la que aprendió. Para ello, explora otros terrenos. No nos engañemos. No dice que haya escrito poesía. No ha probado suertes con el teatro. Sigue encajado firmemente dentro de los cauces de la narración, ya literaria, ya periodística.

Pero está buscando algo nuevo ¿o no es tan nuevo, en realidad? ¿Acaso la literaturización de la vida real no está presente en la historia de la literatura universal desde siempre? ¿Acaso no son eso los Comentarios a la Guerra de las Galias, o la Anábasis de Jenofonte? ¿No es cierto que, si miramos con calma, encontraremos ejemplos abundantes, al menos en la literatura memorialística? Pero Capote no trata de escribir memorias, sino de hacer periodismo literario de la mayor calidad. ¿Y no es eso lo que hicieron entre nosotros escritores de la talla de Julio Camba, Ramón Gómez de la Serna o Mariano José de Larra?

Seguramente Capote protestaría frente a este grosero intento de encasillamiento de una parte de su obra en los moldes de lo existente. El sostuvo siempre que estaba explorando un territorio nuevo, no literatura de ficción, no periodismo literario, sino lo que él denominaba como "literatura de no ficción". Obsérvese cómo el propio nombre que elige para referirse al modo de escribir que ya aparece en Se oyen las Musas y que tendrá su expresión más acabada en A Sangre Fría es deliberadamente vagaroso, impreciso, refractario a todo intento de clasificación. Al menos, él creía estar haciendo algo totalmente nuevo. ¿Lo estaba haciendo? Pero, por otra parte ¿importaría mucho que no fuera así?