jueves, 25 de diciembre de 2008

INTERPRETACION DE TRUMAN CAPOTE (IV)


...los escritos más interesantes que realicé en aquella época consistieron en sencillas observaciones cotidianas que anotaba en mi diario. Extensas transcripciones al pie de la letra de conversaciones que acertaba a oir con disimulo. Descripciones de algún vecino. Habladurías del barrio. Una suerte de reportaje, un estilo de "ver" y "oír" que más tarde ejercería verdadera influencia en mí, aunque entonces no fuera consciente de ello, porque todos mis escritos "serios", los textos que pulía y mecanografiaba escrupulosamente, eran más o menos novelescos.

TRUMAN CAPOTE, Prefacio de Música para Camaleones, Barcelona, Anagrama, 2006, pág. 8.

¿Es esta la línea evolutiva de la narrativa contemporánea? ¿Hemos agotado los antaño fértiles campos de la imaginación, y necesitamos nutrirnos directamente de la vida? ¿Es la realidad narrativamente más rica que la imaginación del hombre actual?

Como es evidente, no tengo respuestas. Pienso en obras como Archipiélago Gulag, Vida y Destino, Matar un Ruiseñor, A Sangre Fría y tantas otras, y se me ocurre que sí, que por ahora hemos agotado nuestro caudal imaginativo.

No es tan grave como podría parecer. Hay épocas en que creemos disponer de los materiales necesarios para la construcción de un hombre nuevo. Un nuevo hombre que parece venir exigido por los nuevos tiempos. Los escritores de esa época tenderán a materializar esa convicción en exploraciones imaginativas de las posibilidades de la personalidad humana. Hay un hombre en construcción en las obras de Balzac, de Dickens, de Galdós, de Tolstoi y de Dostoievski (incluso aunque este último parezca estar más bien "en destrucción", el genio lituano lo usa como antimodelo del nuevo hombre que el siglo XIX estaba frabricando). Un hombre que está tratando de sacudirse la mentalidad de la Europa anteliberal, y de edificar una nueva mentalidad: la mentalidad del hombre contemporáneo, del que nosotros somos epígonos.

En otras épocas, ésta entre ellas, los edificios construidos con afán y entusiasmo en épocas anteriores se agrietan ante nuestros ojos: la civilización europea comienza su lenta agonía en suelo del viejo continente y sufre dos colapsos en las dos guerras mundiales. Hoy día es un enfermo terminal cubierto de moscas y rodeado de parientes codiciosos. El nuevo hombre que el siglo XIX quería alumbrar es el ser desorientado, anómico y desesperado que retrata Vasili Grossman en Vida y Destino, el hedonista amargo que protagoniza los escritos de Truman Capote, el hombre aparentemente anestesiado que pintan Albert Camus o Dashiell Hammet, incluso el hombre fragmentado, reducido a hebras de personalidad, que acude constantemente a los relatos de Roberto Bolaño.

Y no nos gusta. No era eso lo que nuestros tatarabuelos querían. Ni lo que queremos nosotros. Nuestra imaginación, antaño fértil y promisoria, nos ha fallado. Y necesitamos, hoy más que nunca, conocernos, entendernos, si ello es posible, pero, sobre todo, compadecernos. Porque no nos perdonamos el pecado de haber construido un mundo antihumano, que amenaza con devorarnos en un torbellino de tecnología, consumismo y fisión nuclear. Porque somos incapaces de vivir a gusto con nuestra conciencia de estar desconectados, de haber perdido las riendas de la vida, el amor.

Así que el hombre de hoy, el que quiere conectarse con la vida a través de la literatura (y eso nos incluye sólo a unos pocos, ojalá que a mí entre ellos; la mayoría prefiere desconectarse de la vida, y eso explica el éxito de determinada literatura, sea cual sea su calidad) busca al escribir (y al leer) no productos de la imaginación (que tan espantosos resultados ha venido dando en el último par de siglos) sino retratos de la realidad, eso sí, retratos de una realidad que sean, como dice el propio Capote en el Prefacio que penosamente trato de comentar, no meramente verdaderos, sino realmente ciertos.

Dos notas finales: Primera: esto que he escrito no pretende tener un valor de verdad apodíctica, es más bien un escrito polémico; una hipótesis atrevida (en el sentido de digna de un ignorante) que lanzo como guante en busca de pelea.

Segunda: sobre Dostoievski y sus antimodelos. Son muchos los que coinciden en que el valor literario del genio ruso es menor que su fama. Sin embargo, lo que más impresiona en su obra quizá sea esa exploración implacable del lado oscuro del ser humano, hasta el extremo de convertirse en el profeta del horror. Dostoievski no imaginó, pero podría haber imaginado, el Gulag. No supuso, pero podía haber supuesto, la Shoah (y ya sé que no era precisamente un amigo de los judíos). Lo que sí hizo y muy bien es imaginar al hombre desestructurado que es el triste protagonista de la decadencia de la civilización europea. Y algunas obras, como Los Endemoniados, simplemente son un retrato fiel de nuestra actual situación.