jueves, 27 de marzo de 2008

EL PUENTE ROTO

No sabía nada de él. Tan sólo lo oyó hablar una vez. Tenía una voz hermosa. Ponía el corazón en lo que decía. Miraba de frente. Ella se dijo: la próxima vez le hablaré. Y no volvió a verlo.

Mucho tiempo después lo encontró. Seguía teniendo la voz hermosa. Seguía poniendo el corazón al hablar. Y seguía mirando de frente. Pero estaba tan lejos, tan distante... A ella no le importó, y se acercó a él, tal y como se había prometido. Hablaron o, mejor dicho, le habló, porque él apenas se separaba de los monosílabos y las respuestas cortas. Estaba en otro mundo. Pero le sonreía. ¡Oh Dios! ¡y qué sonrisa tenía! Luego de un rato, se despidieron. En los ojos de ella había prendido la ilusión.

Días más tarde, le envió un mensaje con el teléfono móvil. Pero él estaba tan lejos... No le contestó hasta el día siguiente. No había oído el teléfono. A ella le sonó a excusa, y no contestó.

Un buen día, sin embargo, ella le envió un correo electrónico. No le hablaba de nada trascendental, pero le deseó una muy feliz semana. El contestó, correcto, atento, deseándole lo mismo.

Un día, ella recibió en su teléfono móvil un mensaje. Era de él. Le hablaba de naderías, pero ella no pensó en eso, sino "¡me ha escrito! ¡me ha escrito!". Y le contestó, la mar de contenta. El seguía estando lejos, muy lejos, en realidad... Pero a ella no le importó.

Días más tarde le envíó un correo electrónico lleno de palabras hermosas y tiernos sentimientos. No le hablaba de él, ni del amor, no se trataba de eso. Sólo quería que él supiera que le deseaba lo mejor.

El recibió el mensaje, como todos los demás, y sintió que debía sentir algo por una mujer que de tan dulce manera intentaba atrapar su corazón. Pero, en realidad, su cuerpo se consumía por una joven de pechos pequeños y redondos, y su mente se decía continuamente "debes parar esto; debes pararlo antes de que sea demasiado tarde". El sabía cómo era la mujer por la que enloquecería. Y sabía con amarga lucidez que esa mujer no existía.

Pero necesitaba reposo, y calor, y sentirse adorado...