lunes, 1 de septiembre de 2008

EL MUNDO SEGUN HOCICUDO

Hocicudo se creía un perro feliz. Cada mañana, después de despertar a lengüetazo limpio a su dueño Luis Ignacio para que se pusiera en marcha y le abriera el redil de las ovejas, comenzaba una jornada de febril actividad pastoril. Luis Ignacio le caía bien: era un buen tipo, pero se había descuidado mucho. Cuando Hocicudo le fue entregado ocho años atrás, siendo aún un cachorro, Luis Ignacio era un hombre aún: entero, delgado, pero triste, a saber por qué. Fue acogido y cuidado como si fuera un hijo. Fue objeto de mimos y caricias, y a punto estuvo Luis Ignacio de consentirlo demasiado, hasta que recordó que necesitaba que fuera un buen perro pastor.

A partir de ese momento, Hocicudo percibió un cambio en su relación con su amo. Este le trataba con corrección, pero se acabaron las muestras de cariño. Al mismo tiempo, Luis Ignacio comenzó a engordar, hasta tal punto que Hocicudo se preguntó si no lo habrían castrado. Había oído decir que los perros castrados se ponían redondos, y se preguntaba si no le sucedería lo mismo a los humanos.

Ya no se movía como antes, ni ponía el mismo cuidado. Hocicudo comprendió que, tanto por su bien como por el de su amo, él debía esforzarse más. Correría más, ladraría más, gruñíría más y las tontas ovejas y sus tontos carneros harían todo lo que él quisiera. Y él, Hocicudo, siempre querría que pacieran la mejor hierba, que se pusieran cada vez más gordos, que estuvieran a salvo del lobo por las noches, encerrados en su redil, y que Luis Ignacio, el pastor hiperglucémico y metastasiado, tuviera siempre buenas ovejas que vender, buena leche para hacer mejores quesos y dinero contante y sonante en el bolsillo. Porque Hocicudo sabía de sobra que su bienestar dependía del de su amo. El no era un lobo solitario, acostumbrado a merodear por los basureros del pueblo o a cazar conejos para subsistir. Había visto ya uno o dos de aquellos magníficos pero algo tímidos animales. No le gustaban, y siempre les asustaba con gruñidos y ladridos. Era raro, porque los hombres los temían como si se tratara de monstruos, pero en realidad eran una versión primitiva y deficiente de un buen perro pastor. El los había visto, había cruzado su mirada con la de ellos, y francamente, no era para tanto. Aunque aquella loba…