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SCHLOSS RANTZENBURG,
MÚNICH, ALEMANIA
10 de diciembre de 1932
Señor Max Eisenstein
Schulse-Einsenstein Galleries
San Francisco, California, EEUU
Querido y viejo amigo Max:
Llegaron sin demora el cheque y las cuentas. te lo agradezco. No necesitas darme tanto detalle de cómo marcha el negocio. Sabes que siempre he estado de acuerdo con tus métodos y aquí, en Múnich, estoy metido en un torbellino de nuevas actividades. Estamos ya establecidos ¡pero cuánta agitación! Como sabes, hace mucho que tenía en la cabeza cuál era la casa que quería. Y la he conseguido. He hecho un negocio estupendo. Treinta habitaciones y unas cuatro hectáreas de parque. Te costará creerlo. No puedes imaginarte hasta qué extremos llega la pobreza en esta triste tierra mía. Las dependencias de servicio, los establos y las construcciones adyacentes no pueden ser más amplias y, aunque no lo creas, los salarios de diez personas de servicio nos cuestan lo mismo que lo que pagábamos por las dos que teníamos en la casa de San Francisco.
Las alfombras y muebles despachados por barco desde allí, más otros muebles, alfombras y cortinas, que me he procurado aquí, despiertan admiración y casi diría envidia. Además he comprado cuatro juegos de vajilla de la mejor porcelana y mucha cristalería, aparte de un juego completo de cubiertos de plata, que tiene extasiada a Elsa.
Y ya que hablamos de Elsa, te cuento algo gracioso. Estoy seguro de que te reirás conmigo. Le he comprado una cama inmensa. Es de un tamaño nunca visto, dos veces mayor que una cama de matrimonio corriente. Y tiene cuatro columnas de madera labrada. He tenido que encargar sábanas a medida porque ninguna de las que encontré hechas le sirven. Elsa no para de reírse y su anciana Grossmutter se asoma, sacude la cabeza y gruñe: "Nein, Martin, nein. Has querido hacerla así y ahora tendrás que ocuparte de que Elsa crezca para ajustarse a ella". "Ja", dice Elsa, "cinco niños más y daré la talla exacta".
Tenemos tres ponis para los niños (el pequeño Karl y Wolfgang todavía no tienen edad para montarlos). Y les hemos tomado un preceptor. El alemán que hablan es muy malo, lo mezclan demasiado con el inglés.
La familia de Elsa no lo pasa tan bien. Los hermanos son profesionales muy respetados, pero tienen que vivir juntos en la misma casa. Les parecemos americanos millonarios y, aunque todavía estemos lejos de serlo, nuestras entradas procedentes de Estados Unidos nos colocan aquí entre los ricos. La comida es muy cara y hay mucha inquietud política, incluso ahora con el presidente Hindenburg, un verdadero liberal a quien admiro mucho.
Los viejos conocidos me están apremiando para que me interese en la administración política de la ciudad. Lo estoy pensando. Convertirme en funcionario gubernamental me beneficiaría en el ámbito local.
En cuanto a ti, mi buen Max, es verdad que te hemos dejado solo pero, no por eso, debes convertirte en un misántropo. Consíguete de una buena vez una esposa bonita, bajita y regordeta, que se afane por cuidarte y te alimente para que no pierdas el buen humor. Ese es mi consejo, un buen consejo aunque sonría mientras lo escribo.
Me hablas de Griselle. ¡de modo que la deliciosa Griselle está teniendo éxito! Me alegro tanto como tú, pero no puedo dejar de lamentar que una muchacha tenga que abrirse paso sola. Cualquier hombre puede darse cuenta de que estaba hecha para vivir adorada, rodeada de lujos, dándose buena vida, que es lo que permite desarrollar sin trabas la sensibilidad. Un alma valiente y tierna, con un aquél de voluntad férrea y de osadía. Es una mujer que no hace ni da nada a la ligera. ¡Ay, querido Max, como de costumbre me estoy traicionando! Pero, aunque nunca dijiste una palabra durante nuestra tormentosa relación sabes que, para mí, la decisión no fue fácil. Nunca me reprochaste nada -a mí, tu amigo-, mientras veías sufrir a tu hermana. Siempre sentí que sabías que yo también sufría... más que ella. ¿Qué podia hacer? Estaban Elsa y mis pequeños hijos. No podía tomar más que una decisión. Por Griselle siempre sentiré ternura, incluso cuando haya encontrado a un hombre mucho más joven, sea marido o amante. La vieja herida está curada pero, a veces, la cicatriz produce punzadas de dolor, amigo mío.
Quiero que le des nuestra dirección. Estamos tan cerca de Viena... Le convendrá saber que tiene aquí una casa a su disposición. Elsa no sabe nada de lo que hubo entre nosotros y ya puedes imaginarte que recibiría a tu hermana con el mismo entusiasmo que a ti. Sí, tienes que decirle que estamos aquí y urgirle a ponerse en contacto con nosotros lo antes posibles. Felicítala de nuestra parte de todo corazón por sus éxitos.
Elsa te manda cariños y Heinrich le dice "¿Qué tal?" al tío Max. No te olvidamos, Maxel.
Un fuerte abrazo,
Schulse-Einsenstein Galleries
San Francisco, California, EEUU
Querido y viejo amigo Max:
Llegaron sin demora el cheque y las cuentas. te lo agradezco. No necesitas darme tanto detalle de cómo marcha el negocio. Sabes que siempre he estado de acuerdo con tus métodos y aquí, en Múnich, estoy metido en un torbellino de nuevas actividades. Estamos ya establecidos ¡pero cuánta agitación! Como sabes, hace mucho que tenía en la cabeza cuál era la casa que quería. Y la he conseguido. He hecho un negocio estupendo. Treinta habitaciones y unas cuatro hectáreas de parque. Te costará creerlo. No puedes imaginarte hasta qué extremos llega la pobreza en esta triste tierra mía. Las dependencias de servicio, los establos y las construcciones adyacentes no pueden ser más amplias y, aunque no lo creas, los salarios de diez personas de servicio nos cuestan lo mismo que lo que pagábamos por las dos que teníamos en la casa de San Francisco.
Las alfombras y muebles despachados por barco desde allí, más otros muebles, alfombras y cortinas, que me he procurado aquí, despiertan admiración y casi diría envidia. Además he comprado cuatro juegos de vajilla de la mejor porcelana y mucha cristalería, aparte de un juego completo de cubiertos de plata, que tiene extasiada a Elsa.
Y ya que hablamos de Elsa, te cuento algo gracioso. Estoy seguro de que te reirás conmigo. Le he comprado una cama inmensa. Es de un tamaño nunca visto, dos veces mayor que una cama de matrimonio corriente. Y tiene cuatro columnas de madera labrada. He tenido que encargar sábanas a medida porque ninguna de las que encontré hechas le sirven. Elsa no para de reírse y su anciana Grossmutter se asoma, sacude la cabeza y gruñe: "Nein, Martin, nein. Has querido hacerla así y ahora tendrás que ocuparte de que Elsa crezca para ajustarse a ella". "Ja", dice Elsa, "cinco niños más y daré la talla exacta".
Tenemos tres ponis para los niños (el pequeño Karl y Wolfgang todavía no tienen edad para montarlos). Y les hemos tomado un preceptor. El alemán que hablan es muy malo, lo mezclan demasiado con el inglés.
La familia de Elsa no lo pasa tan bien. Los hermanos son profesionales muy respetados, pero tienen que vivir juntos en la misma casa. Les parecemos americanos millonarios y, aunque todavía estemos lejos de serlo, nuestras entradas procedentes de Estados Unidos nos colocan aquí entre los ricos. La comida es muy cara y hay mucha inquietud política, incluso ahora con el presidente Hindenburg, un verdadero liberal a quien admiro mucho.
Los viejos conocidos me están apremiando para que me interese en la administración política de la ciudad. Lo estoy pensando. Convertirme en funcionario gubernamental me beneficiaría en el ámbito local.
En cuanto a ti, mi buen Max, es verdad que te hemos dejado solo pero, no por eso, debes convertirte en un misántropo. Consíguete de una buena vez una esposa bonita, bajita y regordeta, que se afane por cuidarte y te alimente para que no pierdas el buen humor. Ese es mi consejo, un buen consejo aunque sonría mientras lo escribo.
Me hablas de Griselle. ¡de modo que la deliciosa Griselle está teniendo éxito! Me alegro tanto como tú, pero no puedo dejar de lamentar que una muchacha tenga que abrirse paso sola. Cualquier hombre puede darse cuenta de que estaba hecha para vivir adorada, rodeada de lujos, dándose buena vida, que es lo que permite desarrollar sin trabas la sensibilidad. Un alma valiente y tierna, con un aquél de voluntad férrea y de osadía. Es una mujer que no hace ni da nada a la ligera. ¡Ay, querido Max, como de costumbre me estoy traicionando! Pero, aunque nunca dijiste una palabra durante nuestra tormentosa relación sabes que, para mí, la decisión no fue fácil. Nunca me reprochaste nada -a mí, tu amigo-, mientras veías sufrir a tu hermana. Siempre sentí que sabías que yo también sufría... más que ella. ¿Qué podia hacer? Estaban Elsa y mis pequeños hijos. No podía tomar más que una decisión. Por Griselle siempre sentiré ternura, incluso cuando haya encontrado a un hombre mucho más joven, sea marido o amante. La vieja herida está curada pero, a veces, la cicatriz produce punzadas de dolor, amigo mío.
Quiero que le des nuestra dirección. Estamos tan cerca de Viena... Le convendrá saber que tiene aquí una casa a su disposición. Elsa no sabe nada de lo que hubo entre nosotros y ya puedes imaginarte que recibiría a tu hermana con el mismo entusiasmo que a ti. Sí, tienes que decirle que estamos aquí y urgirle a ponerse en contacto con nosotros lo antes posibles. Felicítala de nuestra parte de todo corazón por sus éxitos.
Elsa te manda cariños y Heinrich le dice "¿Qué tal?" al tío Max. No te olvidamos, Maxel.
Un fuerte abrazo,
MARTIN