miércoles, 8 de septiembre de 2010

CALORES DE SEPTIEMBRE Y EL POLICIA CIEGO

Esto es para quienes no conocen Canarias: el verdadero verano comienza aquí en septiembre. Ataca el sol despiadado y uno busca el aire acondicionado con ansia digna de habitante de la Baja California o del Madrid agosteño.

Se hace difícil pensar, y no digamos ponerse con un ordenador a escribir debajo de un flexo. Se siente uno como pavo dentro del horno, pero no huele tan rico. Huele peor.

Hay un personaje bullendo dentro de mi cabeza. Quiere nacer, o terminar de nacer. Quiere salir de un proyecto de novela abandonada, y comenzar a dar sus propios pasos por el mundo... por el mundo de mi cabeza.

Se trata, cómo no, de un policía. Es, por supuesto, un policía existencialista, que se hace preguntas que la gente ha dejado de hacerse (¿de verdad la gente ha dejado de hacerse preguntas?). Preguntas tales como: ¿quiero vivir? ¿vivir así? ¿por qué la gente se muere? ¿es inevitable el mal? ¿cómo, cuándo y dónde se encuentra la verdad? ¿es que está de vacaciones? ¿permanentes? ¿Por qué hemos permitido que una panda de ladrones nos mande? ¿Hay solución? ¿Se vivirá mejor en una casita de campo con huerto y perro? ¿De qué?

Mi policía ya no está interesado en el crimen. Ni en los culpables. Ni en la justicia. Mi policía está interesado en por qué los políticos se disfrazan de romeros y hacen como que peregrinan, cuando en realidad el Audi A - 8 les está esperando a la vuelta de la curva, allí donde los fotógrafos de la prensa no llegan, y el helicóptero oficial espera a nuestro político canario mochilero por antonomasia (PR) en la cumbre de su recorrido para devolverle al palacio de los ciento cincuenta cuartos de baño de superlujo y escobillas de water de las de a 50 euros la pieza (porque hay culos y culos, ya se sabe...). Mi policía se pregunta por el engaño como fuente de poder (una pregunta muy vieja en estos tiempos tan nuevos). A mi policía le gustan las mujeres, pero ha vivido lo suficiente como para saber que, aunque sería deseable vivir con una, se puede vivir sin ellas. Mi policía sabe muchas cosas, pero tiene la rara sensación de no saber nada, en realidad. Conforme se hace mayor sus dudas aumentan, sus certidumbres periclitan, y se le forma una como catarata intelectual que le despista, le hace inseguro y débil en un mundo de hombres y mujeres fuertes, seguros, aunque desorientados, como él, sólo que no lo saben.

Ese es mi policía. Quizá pueda darle vida, hacerle hablar, y andar por las calles de mi ciudad, o de otra ciudad, o de un pueblo, uno cualquiera, o mejor no uno cualquiera, sino uno que tenga iglesia y famarcia y monte y ovejas y vacas y tractores y cuervos y águilas y un río. No puede haber pueblo sin río.