miércoles, 8 de septiembre de 2010

ABANDONOS

Supongo que me he ganado a pulso mis abandonos. Imagino todos mis defectos. Luego imagino que quienes me conocen se hartan de soportarlos, y se van. Así son los abandonos. Y así los abandonados. Gente que tiene una opinión demasiado elevada de sí misma. Aún así, los abandonos son dolorosos. Todas las pérdidas lo son. Los abandonos, más. Y más todavía cuando se trata de buena gente, o bien de gente con talento. No hay mucha gente con talento. Conocerla es un privilegio. Más que eso: es un mérito. Uno se gana los conocidos que tiene, con tesón y con inteligencia. Y los pierde por estupidez o por descuido. Pocos son los inteligentes y tesoneros. Pero todos podemos ser estúpidos y descuidados, si se dan las circunstancias apropiadas. Entonces es sumamente sencillo sufrir un abandono. No hay abandonos inmerecidos. Tan sólo hay cobardes que se van sin haber intentado perdonar la estupidez o el descuido del abandonado. Perdonar. Quizá sea el verbo más difícil de poner en práctica de todos. Perdonar requiere muchas y grandes cualidades. Requiere bondad, y fortaleza. No es nada fácil perdonar. Y es especialmente difícil cuando se trata de la estupidez. No hay nada más difícil de perdonar que la estupidez. La estupidez es ese defecto en que sólo pueden incurrir las personas inteligentes. Por eso resulta imperdonable.