lunes, 4 de agosto de 2008

ALEXANDER SOLZHENITSIN: IN MEMORIAM


Julio de 1998. Diez años atrás, yo me hallaba en La Coruña. Teniendo en cuenta que vivía, y aún vivo, en Las Palmas de Gran Canaria, mi presencia en la ciudad gallega requiere una explicación.

No estaba de vacaciones. Había viajado allí para defender mi tesis de doctorado, cuyo objeto era la vida y la obra de Karl Nickerson Llewellyn, un renombrado profesor de Derecho estadounidense, experto en Derecho mercantil, estudioso de las costumbres jurídicas de Comanches, Cheyennes y Pueblos, destacado defensor de un movimiento de pensamiento jurídico que se puso de moda en los Estados Unidos en los años veinte y treinta del siglo veinte y que recibió el arrogante nombre de Realismo Jurídico.

Yo había sido profesor de Filosofía del Derecho en la recién creada Universidad de Las Palmas de Gran Canaria entre 1990 y 1997, año en el que no sobreviví a las intrigas que mis compañeros de asignatura en Canarias urdieron contra mí, y no me fue renovado el contrato que me vinculaba a aquella Universidad. Como podréis imaginar, los intrigantes, en su mayoría, con excepción de alguno que ya se ha jubilado, siguen viviendo a costa del erario público y destruyendo las mentes de los alumnos de la Facultades de Derecho de Canarias.

Las intrigas contra mí eran unas intrigas asesinas. No sólo se me quería fuera de la Universidad de Las Palmas, sino que se me quería fuera del circuito de acceso a puestos universitarios en cualquier universidad. Para ello era preciso impedir a toda costa que accediese al título de Doctor. Y por ello mis asesinos procedieron a impugnar mi tesis en Las Palmas, primero, y en La Coruña, después, bajo la falsa acusación de plagio. Esta calumnia tuvo éxito en Las Palmas, pero no prosperó en La Coruña, adonde no llegaba la influencia del Catedrático de Filosofía del Derecho de La Laguna - aunque envió a sus secuaces allí para presionar al Rector, sin éxito. Yo había trasladado mi expediente de Doctorado a la Universidad gallega, huyendo de mis asesinos. Por eso me encontraba allí, en julio de 1998, dominado por un ánimo sombrío, sin trabajo y sin demasiadas esperanzas de regresar a la Universidad, pero decidido a defender con uñas y dientes el trabajo por el que había sido expulsado de la Universidad y que había consumido los últimos cinco años de mi vida: años en los que trabajé para mi tesis, literalmente, de sol a sol, sin vacaciones, sin fines de semana, con un notable sacrificio personal y emocional. Un trabajo que, yo lo sabía, no era ninguna genialidad, pero sí un trabajo serio.

Cuento todo esto porque fue durante mi estancia de un mes en la ciudad de La Coruña cuando compré y leí Archipiélago Gulag, del escritur ruso Alexandr Solzhenitsin. Recuerdo las horas de lectura en mi habitación de la Residencia de Suboficiales del Ejército, y los paseos por el contorno de La Coruña, que comenzaba siempre invariablemente en la Plaza de María Pita y venía a terminar en la Playa de Riazor. Recuerdo que la lectura de Solzhenitsin me consolaba de mis desdichas. Y que me produjo una admiración ilimitada, no ya la calidad de la obra de Solzhenitsin, sino la grandeza de la humanidad de la cual dicha obra era testimonio. Nunca olvidaré que bajo las condiciones más inhumanas, hubo seres humanos que se esforzaron, y consiguieron, conservar su dignidad de seres humanos. Y saber eso es algo que le debo al escritor ruso.

Sirvan pues estas líneas como modesto homenaje a su memoria. Acaba de fallecer. Descanse en paz.