lunes, 4 de enero de 2010

No escribir

No escribir es más difícil que escribir. Para lo último basta sentarse en una silla ante una mesa, con un ordenador, un cuaderno o un folio delante, y empezar. Lo primero hay que decidirlo, tras haberlo sopesado, o al menos tras haberse escuchado y saber que, ese día, en ese momento, sería mejor no escribir.

Yo tengo horas, y días, e incluso semanas, meses y temporadas en los que siento esa vocecita que me dice: "Déjalo". Quizá es la voz de mi baja autoestima, pero me gusta pensar que dentro de mi cabeza hay algo más, una especie de sabio instinto que me avisa, como los animales olfatean el peligro.

Escribir es siempre peligroso. Uno tiende a poner en el texto más de lo que querría, más de lo conveniente. Hay ocasiones en que escribir es, no ya peligroso, sino claramente nocivo. Es cuando tras el acto queda un texto que nunca te habrías dignado leer. La capacidad para reconocer que estás a punto de escribir una boñiga es el ochenta y cinco por ciento del talento de un escritor. Yo creo poseer no más de un veinticinco por ciento de ese talento.

Hay amigos que se atreven a aconsejarle a uno cosas que les parecen oportunas o necesarias. Un consejo que ya me han dado unas cuantas veces es ese que dice que sin viajar no se puede ser un buen escritor. Quienes me aconsejan de este modo usan como argumentos fuertes la afición viajera de tantos escritores. Yo siempre pienso que dicha afición no tiene nada que ver con el talento literario. Al fin y al cabo, ¿cuánta gente viaja? Y, ¿acaso son todos escritores, y no digamos de talento?

Lo que yo pienso es que para escribir bien sólo hay que hacer una cosa: escribir. Pero no siempre, no en esos días, o semanas, o meses en los que sabes que lo único que puede salir de tu pluma es un texto que nunca te dignarías leer.

Y estoy hablando sólo de escribir bien. Para escribir genialmente has de ser un genio. Pero esa es otra historia...