- ¡Te voy a matar de un tiro! -gritó Will.- Calla, calla - dijo su madre.El padre levantó la mano y dijo:- Escuchad.Entonces su casa se vio arrastrada al mismo corazón de la tormenta.Josie quedó quieta como un animal y pensó aterrada en el futuro..., el día claro en que correría por el campo llevando los tallos de vara de oro cogidos apresuradamente y las cálidas flores arrancadas como obsequio para alguien. El futuro era ella misma llevando regalos, la temporada de los regalos. ¿Cuándo llegaría el día en que el viento amainaría y se sentarían en silencio en el borde de la fuente, una vez acabados los juegos, y los niños cascarían las nueces con el tacón de sus zapatos? Si pudieran recuperar el tiempo, ella no perdería nada de lo que le fuera dado y guardaría las nueces como una ardilla.Por primera vez en su vida pensó: ¿Puede que no se repitan las mismas maravillas? ¿Era cada maravilla única y original como una estrella fugaz y cuando caía se enterraba fuera donde se la buscaba? ¿Debería albergar la esperanza de ver nevar dos veces, y a la profesora correr de nuevo a abrir la ventana, extender su capa negra para cogerla al caer y luego ir de arriba abajo por el aula a toda prisa para enseñarles los copos?
Definitivamente, las mujeres escriben de otro modo. No voy a decir la mentecatez que algunos quizá esperen. Simplemente diré que hay, o había, mujeres, que miraban el mundo a su alrededor como mujeres que eran, y como mujeres que eran lo plasmaban en el papel, y si hay algún hombre lo bastante valiente como para atraverse a mirar el mundo a través del cristal de color de la obra literaria de una mujer como la que ha escrito el párrafo con el que comienzo este artículo, ese hombre sabrá entonces que es verdad que las cosas pueden ser diferentes de como un hombre las ve.
Josie no se habría regocijado más si en lugar de sonidos hubieran salido flores de la corneta. Estaba embargada de placer. Los sonidos que tan trémulamente brotaban con el esfuerzo de los labios le resultaban dulces y agradables. Entre ella y la corneta alzada no había ninguna barrera; sólo el aire rancio y expectante del viejo refugio de la tienda. La cornetista era hermosa. Allí estaba, el resplandor flamígero que de algún modo era irreal, venida de muy lejos, y parecía que la antigüedad del mundo la envolviera. Vestía toda de blanco, matizado de azul, como una reina, y permanecía erguida, mirando hacia arriba, como el mascarón de proa de un barco vikingo. Mientras la canción continuaba, Josie advirtió la lenta aparición de una fina vena en su mejilla. Cuando la cornetista alcanzó la nota alta, sus párpados cerrados parecieron vibrar y al mismo tiempo permanecer inmóviles, como las alas de un colibrí. Respiraba de forma asombrosa, y cada vez que tomaba aire se levantaba en su pecho un pequeño medallón. Josie escuchaba con creciente atención, cada vez más intrigada, como si la interpretación la llevara en una dirección; como si le estuviera enseñando un destino. No muy lejos de allí, con cara de exaltación, estaba Cornella, también escuchando, pero se encontraba sola. Alertada por algo, Josie se volvió y buscó con la mirada a sus padres, pero estaban al fondo, entre la gente; ellos no la vieron. No estaban escuchando. La habían dejado libre, y al volverse otra vez hacia la cornetista, que estaba paralizada bajo su instrumento, se inclinó despacio hacia delante y cerró las manos sobre las rodillas*.
Un segundo. Esto es lo que da de si un segundo en manos de una maga de las palabras, de una compositora de música de palabras.
*Fragmentos tomados del cuento titulado "Los vientos", incluido en el imprescindible volumen de Cuentos Completos de la escritora norteamericana Eudora Welty, editados por Lumen.