sábado, 8 de mayo de 2010

Virutas de jamón...

Me gusta el jamón. Demasiado. Casi siempre abuso de él. Y, cuando se acaba, quedan en el fondo del envase unas virutitas la mar de ricas. Entonces paso el dedo por encima y las virutas quedan adheridas a él como si fuera un imán (de los magnéticos, no de los de Allah...) Esas virutas suelen ser lo más sabroso del jamón, como la cabeza lo es del pescado y la rabadilla del pollo (pero a mí me gustan más las alitas del pollo asado).

No sé a qué viene esta reflexión tan profunda. Quizá tenga que ver con mi post inmediatamente anterior, que tanto éxito ha tenido de crítica y público. Hay algo de extraño en que ciertos resíduos sean tan apetecibles. Quizá sería bueno fijarse más en los residuos, no para eliminarlos, como preferiría el ecopuritanismo, sino para aprovecharlos. Cuando era niño, iba por la calle siempre mirando al suelo. Con instinto canino, olfateaba las aceras en busca de residuos interesantes. Siempre aparecía algo. Algunos de mis mejores y más queridos bolígrafos los he encontrado en la calle. Por no hablar de ciertos billetes de 100 pesetas que a veces aparecían desamparados ante mis ojos rapaces y mis manos prensiles, que por supuesto no perdían ocasión... De niño, llegué a tener una colección de chismes interesantes, hallados en las aceras: coches de juguete, monedas de a real, tan útiles para usarlas como tope para la cuerda del trompo, cromos de cosas que me gustaban... y hasta libros. No era, aunque lo pareciese, un conato de síndrome de Diógenes, sino más bien un sano interés por lo que los demás desprecian y arrojan a la calle, chismes valiosos para mí y sin valor para sus dueños.

De mayor, sospecho que mi afición a los residuos se ha ido refinando. Ya no miro por las aceras, pero me intereso por cosas que han pasado a formar parte del inmenso vertedero de nuestra cultura...